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Bolivia tiene Evo

Jorge Cuervo cree que la elección de este líder cocalero cierra un ciclo político-electoral en América Latina que debe estar haciendo temblar al Departamento de Estado de Estados Unidos.

Semana
13 de enero de 2006

La elección del indígena y líder cocalero Evo Morales como presidente de Bolivia, cierra un ciclo político-electoral en América Latina que debe estar haciendo temblar al Departamento de Estado de Estados Unidos, siempre tan reacio a aceptar gobiernos elegidos democráticamente que no sean de la línea ideológica de su propio gobierno.

Lo cierto es que al seguro triunfo de Michelle Bachelet en Chile en la segunda vuelta en el mes de enero -candidata de una alianza de centro izquierda-, a la consolidación del liderazgo regional de Néstor Kirchner en Argentina y  Lula da Silva en Brasil -que han desafiado las directrices del Fondo Monetario Internacional con buenos resultados económicos-, a la figura de Tabaré Vásquez en Uruguay evitando desmontar el Estado providencia de ese país en medio de una creciente pobreza y, por supuesto, el impredecible Hugo Chávez en Venezuela, ahora se suma Evo Morales para darle un tono distinto a la política y al ejercicio del gobierno en estas tierras. El ascenso en las encuestas en el Perú del líder ultranacionalista Ollanta Humala y la insurrección institucional permanente de los indígenas en Ecuador, son síntomas del declive de una forma de gobierno que se sustenta en lo que podríamos llamar el presidencialismo elitista, excluyente y delegatario.

Para algunos, es el resultado de una nueva fase de la democracia posautoritaria, para otros, el regreso del populismo y de un proyecto desestabilizador para la región. Colombia es el único gobierno de derecha de Suramérica -porque Paraguay es una incógnita- aunque podría decirse que la alcaldía de Lucho Garzón sería el aporte colombiano a ese giro a la izquierda del electorado en América Latina, tanto como si en México se confirma en las urnas lo de López Obrador. 

¿Cómo explicar este giro en las preferencias de los electores? Hay varias posibilidades, pero la principal tiene relación con el creciente descontento con los resultados económicos y sociales de la democracia, aunque no es desdeñable también el repudio por los fenómenos de corrupción de las elites políticas tradicionales. Por eso lo del Partido de los Trabajadores en Brasil es una señal de alerta de cara a una consolidación de este panorama de izquierda que se supone pretende cambiar el modo de hacer política, tanto en los fines como en los medios.

El caso de Chile es el de la ratificación en el poder de un discurso y de una práctica gubernamental de centro izquierda que una vez superada la dictadura ha dejado intactos los principales elementos del modelo liberal: estabilidad macro, modelo exportador, aumento de la productividad y políticas sociales, que sería el aporte de la Concertación. Pero en los demás países, especialmente Bolivia, Perú y Ecuador, se ha evidenciado el crecimiento de una brecha enorme entre la agenda de los políticos y las demandas sociales. Eso en cualquier manual de ciencia política es un factor de ingobernabilidad. En Argentina quedó patentado con la frase: "que se vayan todos". Las llamadas élites políticas de derecha -expresión que es necesario volver a revisar para usarla sin tanta plasticidad- promovieron el ajuste estructural y reformaron el Estado de la mano de los manuales de los economistas más ortodoxos quienes recomendaban a raja tabla la liberación de las economías, con resultados distintos en cada país en cuanto a crecimiento y generación de nuevos empleos.

Chile, Costa Rica, Panamá y algo menos México en la parte de la frontera con Estados Unidos, salieron más o menos bien librados. En los demás casos la pobreza y la desigualdad aumentaron. En Centroamérica, los desastres de origen natural no han permitido un buen desempeño económico en las últimas dos décadas, en una especie de mito de Sísifo; habría que decir que en Perú ha habido un importante repunte económico en medio de una baja gobernabilidad política. Pero más allá de indicadores, la gente del común, la gente pobre, que es en número el gran elector, lo está haciendo saber en las urnas.

La esperanza es que gobiernos de izquierda, con otra sensibilidad, con otras prioridades, con otra historia y procedencia de parte sus líderes, den un giro a tanta ortodoxia económica de manual y piensen un poco en el bienestar inmediato de las grandes mayorías, para evitar un deterioro institucional y político mayor. ¿Podrán hacerlo? Está por verse, porque lo cierto es que el margen de maniobra en un escenario de globalización es cada vez menor.

En Colombia es distinto. Como todas las energías se nos van en la guerra -conflicto armado o amenaza terrorista, o como quiera llamársele- el debate sobre lo social y lo económico no hace parte del debate político. Es una discusión de expertos, y si acaso entre gremios y sindicatos.

Mientras la discusión central siga siendo la seguridad, la pobreza y la desigualdad siempre estarán subordinadas a la superación del conflicto. Sofisma en el que nos han querido meter para que los gobiernos no puedan dedicarse a lo que deben y los políticos a trabajar en lo que les corresponde. Aun en guerra, hay que hacer la tarea de mejorar las condiciones de vida de la gente.

La combinación de partidos políticos en crisis, sociedad civil fragmentada, persistencia de conflicto armado y narcotráfico, presencia de poderes fácticos en la política local -los paramilitares-, captura del Estado por grupos de intereses -sector financiero y algunos gremios poderosos- hacen que la discusión sobre el buen gobierno en Colombia sea de otra naturaleza. Se limita a que lleguemos vivos a la casa. Es una política y una economía de supervivencia donde las demandas de justicia y equidad, de inclusión y de mayor pluralismo siempre quedan aplazadas. Parece que solo se trata de derrotar a 'los bandidos' y si bien durante este gobierno algunas cifras de seguridad han mejorado sustancialmente y la percepción en zonas rurales también, eso no es suficiente. No podemos seguir difiriendo el resto de la tarea a la terminación del conflicto.

Pero como eso aún no está suficientemente legitimado en la agenda, por eso Uribe es el líder que es hoy y seguramente por eso será reelegido en primera vuelta, porque no hay quien plantee algo diferente ni nadie dispuesto a arriesgarse a escucharlo y mucho menos a tomárselo en serio.

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