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Periodismo demostrativo

El periodismo científico no cala y los investigadores son reticentes para hablar de su trabajo: saben que no se ajusta a la espectacularidad requerida por quienes apuntan a verdades efímeras o convenientes.

Brigitte Baptiste, Brigitte Baptiste
8 de noviembre de 2016

Una de las cosas que me ha impresionado de la campaña presidencial que esta semana se habrá resuelto en los EE. UU. es la forma en que los medios de comunicación han contribuido a descubrir los candidatos con “espíritu científico”. La prensa, en sus múltiples modalidades y bajo la honorable perspectiva de desentrañar los discursos, revelar las partes ocultas de las agendas políticas e informar equilibradamente, ha desarrollado toda una tecnología del lenguaje heredada de una mezcla de propaganda y ciencia que bien vale la pena analizar, por cuanto en ella está naufragando la democracia en todo el planeta.

Nadie considera que los medios de comunicación son objetivos o neutrales, lo cual es sano desde el principio y ayuda a que las personas sepan a qué atenerse cuando participan en entrevistas radiales o televisivas, cuando dan declaraciones que pueden ser citadas con una variedad de contextos capaces de alterar completamente su significado. La prueba, que la cantidad de barbaridades que se han dicho de ambos lados ha requerido constantes retracciones, explicaciones complementarias, ampliaciones y otras maromas, dentro de las cuales la prensa ha sido un actor deliberativo explícito y responde por ellas con bastante coherencia.

Más delicado es el uso “demostrativo” que los partidos o movimientos sociales están utilizando en medios digitales y redes sociales, aprovechando la velocidad a la que fluye la información, totalmente asincrónica con las capacidades sociales de analizarla e incorporarla en decisiones: bastan algunos mensajes con apariencia de verdad, cierta plausibilidad con gancho sensacional, para derribar un discurso que ha tomado años en madurar. Pasó con la campaña por el “no” y está pasando en decenas de países donde la libertad de prensa pasa de ser un remedo informático de las necesidades del poderoso a desaparecer definitivamente.

La lucha feroz por convencer, que antes requería sólidas bases epistemológicas, normas lingüísticas, procedimientos y protocolos de verificación, está siendo reemplazada, en todos los ámbitos, por la pirotecnia de las imágenes, los datos sueltos, la calumnia agazapada. Todo, con el maquillaje de la alta tecnología y la urgencia ética del pueblo, que “merece saber”. Por eso el periodismo científico no cala y los investigadores son reticentes para hablar de su trabajo: saben que no se ajusta a la espectacularidad requerida por quienes apuntan a verdades efímeras o convenientes. Grave, por cuanto la ciencia es la primera en reconocer que sus verdades son contingentes y valederas solo hasta ser refutadas, tarea en la cual ella misma debe empeñarse.

Circulan miríadas de informes de expertos respecto a los temas ambientales, la mayoría de los cuales no aguantan un análisis de consistencia interna y tienen que apelar a la triste autoridad de los diplomas para refugiarse. Si lo dice la doctora, no hay que dudar, es verdad. Naufraga la ciencia, naufraga la política que quiere delegar su responsabilidad en la ciencia, naufraga la sociedad que no desarrolla una sólida disciplina comunicativa, siempre invitando a la deliberación, que llama a cuestionar a fondo todas sus verdades, para que sigan siendo incómodas. Lo contrario, la comodidad, es el camino de la extinción.

Coletilla: felicitaciones a Alfredo Molano por su Simón Bolívar y su discurso siempre coherente, e incómodo.

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