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Depredación masculina

La testosterona no es la responsable de la epidemia machista en las sociedades del mundo, como si lo es la construcción cultural con la que se le ha otorgado el poder.

Brigitte Luis Guillermo Baptiste, Brigitte Luis Guillermo Baptiste
6 de diciembre de 2016

El dolor infligido estas semanas por los feminicidios atroces es inabarcable por las palabras. Irrazonable y peor, irresoluble: no hay justicia posible, no hay reparación. Cae sobre nuestras espaldas y debemos ponerlo sobre nosotros para cargar la vergüenza entre todos, porque deshace la evolución humana, la presunción de cultura, toda alegría. Nadie ha caído en conflicto, lícito o ilícito, nadie ha sumado la patología de los otros a los riesgos que depara estar viva, nadie escogió participar de la locura. Hoy estamos obligados al silencio, el ayuno, el retiro.

La testosterona no es la responsable de la epidemia machista en las sociedades del mundo, como si lo es la construcción cultural con la que se le ha otorgado el poder. La guerra justificó el consumo sexual que aún depreda, la historia lo consolidó. La excusa no es biológica, ni mucho menos un atenuante. La trata de mujeres es aún una de las peores plagas del mundo y conecta de manera dramática la vulnerabilidad local con el consumismo sexual de un modelo abiertamente mafioso en el que la violencia contra la mitad de la población se ejerce sistemáticamente desde la más antigua humanidad: el mito fundador del paraíso nace con la sujeción de la mujer al hombre pero dice una versión apócrifa que esto se debe a que la primera nacida exigió para sí el mismo estatuto del varón y fue por ello expulsada a los infiernos. Hoy pareciera de nuevo que fue al revés, y este es el infierno, pues las cifras de violencia contra las niñas y las mujeres son aterradoras, no al contrario.

La pérdida del horizonte empático entre las personas, del goce consentido de los cuerpos, es probablemente la insignia del robo original, no del pecado. Tras él, subyacen todas las construcciones excluyentes del poder, el desdén por la vida, el falso ánimo protector de lo masculino. La idea de que hay quienes tienen “lo que se necesita” para hacerse cargo del mundo, confundiendo carácter con virilidad. La idea del emperador, justo o tirano, que se sienta en la nube a gobernar gentes, montañas, plantas y animales y dice que es su destino natural: la justificación moral de la debilidad de lo femenino y la necesidad de protegerlo, pero no por el compromiso mutuo del cuidado de toda vida, toda persona, sino por la avaricia de la mente del consumista, que compara la mujer con mieles dulces, cervatillosy dice luego relamiéndose que hace poesía.

Cuesta escribir cuando solo se quiere guardar penoso silencio. Pero es imposible no hacerlo cuando la evidencia revela la verdadera “ideología de género”, aquella que destruye las personas cuando predica una familia disciplinada por el miedo, sujeta por la reproducción biológica, atada a la herencia de sangre, como las bestias.

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