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Bye-bye Lemoyne

"La labor de James Lemoyne fue ingrata y sin mayores resultados para mostrar", opina Carlo Nasi sobre la salida del enviado especial de la ONU.

Semana
30 de enero de 2005

Ocurrió lo que estaba en mora de ocurrir: ante insistencia del gobierno, el Secretario General de Naciones Unidas, Kofi Annan, decidió retirar a su enviado especial en Colombia, James Lemoyne, luego de poco más de cuatro años de infructuosas gestiones tendientes a facilitar un diálogo de paz con las guerrillas. Aunque lo que precipitó la salida de Lemoyne fueron sus tensas relaciones con el presidente Uribe y con el Comisionado de Paz, bajo las actuales circunstancias era razonable que el representante de la ONU se hiciera a un lado en espera de tiempos mejores.

La labor de Lemoyne fue ingrata y sin mayores resultados para mostrar. El delegado de Naciones Unidas se involucró tardíamente en el proceso de paz de la administración Pastrana, cuando al desgaste de unas negociaciones carentes de rumbo se sumó una escalada violenta de parte de la guerrilla y de los grupos paramilitares, que le restó cualquier credibilidad a la salida negociada.

Para complicar el panorama, Lemoyne tuvo que compartir su rol de facilitador en las negociaciones con las Farc con diez embajadores de países amigos, lo que le restó margen de maniobra para orientar el proceso. Sin demeritar la buena voluntad de los embajadores, hubo demasiados protagonismos simultáneos como para que la labor de tercería fuera eficaz.

El momento de mayor visibilidad de Lemoyne se produjo en enero de 2002, cuando logró postergar por un breve lapso el rompimiento definitivo de las negociaciones con las Farc, pero para ese entonces el proceso de paz era como un enfermo terminal, sin posibilidades de recuperación. Posteriormente, Lemoyne llevó a cabo esfuerzos silenciosos de facilitación durante el gobierno de Uribe que no lograron producir el más mínimo acercamiento entre Estado y guerrillas: ni el planeado encuentro con las Farc en Brasil, ni el intercambio humanitario.

Sin embargo, sería injusto culpar a Lemoyne por la falta de resultados en materia de paz: el problema de fondo fueron las circunstancias en Colombia, más que las fallas del delegado de Naciones Unidas. Aunque Naciones Unidas es el organismo internacional con mayor experiencia en resolución de conflictos armados en el mundo, es poco lo que puede hacer en situaciones donde las partes en conflicto no contemplan seriamente una salida negociada. De hecho, Naciones Unidas tiende a no involucrarse en situaciones donde sus probabilidades de éxito son prácticamente nulas, porque ser parte de fracasos anunciados erosiona el capital más preciado que tiene para mediar eficazmente en los conflictos armados: su prestigio. Incluso en escenarios favorables, la tasa de éxito de Naciones Unidas apenas se aproxima al 30% de los casos en los que actúa como mediadora o constructora de paz, lo que nos alerta sobre la necesidad de moderar las expectativas frente al organismo internacional.

¿Por qué Naciones Unidas ha jugado un papel relativamente marginal en cuanto a mediación y construcción de paz en Colombia? Un breve repaso de la historia reciente ayuda a explicarlo. Contrario a ciertas lecturas superficiales, no es cierto que el gobierno de Pastrana 'se la jugó toda por la paz.' En efecto, Pastrana combinó una retórica pacifista con iniciativas militaristas (el Plan Colombia), y con un pobrísimo manejo del proceso de paz en el que hizo una sola -costosísima y errada- concesión: la zona desmilitarizada.

Por su parte, el gobierno de Uribe no ha escatimado esfuerzos para derrotar militarmente a las Farc mediante el 'Plan Colombia' y su derivado el 'Plan Patriota'. En cuanto a las Farc, se sentaron a la mesa de negociaciones durante el gobierno de Pastrana para efectos de obtener ganancias militares de corto plazo, más que en pos de lograr una salida pacífica al conflicto colombiano. Y en el presente, el grupo rebelde aparentemente ha descartado cualquier interlocución con el gobierno de Uribe. En síntesis, tanto el plan "A" como el plan "B" del gobierno y las guerrillas ha sido mantenerse en guerra, lo que hace entendible la relativa distancia que el organismo internacional ha conservado frente el caso colombiano.

A pesar de este escenario, en algunas oportunidades el gobierno colombiano y la guerrilla se han aproximado a Naciones Unidas, aunque lo han hecho de manera utilitaria. En algunas ocasiones las partes en conflicto han buscado que el organismo internacional favorezca selectivamente ciertos intereses estratégicos de guerra. Tal fue el caso de la propuesta de los 'cascos azules a la colombiana,' donde en claro desconocimiento de las doctrinas y prácticas de Naciones Unidas el gobierno de Uribe buscó que la ONU avalara su política de 'seguridad democrática.' Un caso similar se presentó con la reciente propuesta de 'Raúl Reyes' de intervenir ante la Asamblea General de Naciones Unidas, lo cual no pasaría de ser un simple ejercicio de propaganda política de las Farc.

En otras oportunidades, gobierno y guerrillas han optado por marginar al organismo internacional, especialmente cuando Naciones Unidas ha estado en posición de entorpecer esfuerzos bélicos. Por ejemplo, durante las negociaciones de Pastrana, las Farc fueron reacias a que Naciones Unidas asumiera un rol proactivo de mediación, dado que ello habría conllevado verificación y denuncias internacionales de todas las prácticas non-sanctas del grupo rebelde (atentados, secuestros y múltiples violaciones al DIH, dentro y fuera de la zona desmilitarizada). De manera similar, hoy en día Uribe solicita el retiro de Lemoyne por las críticas del delegado de la ONU a la visión del gobierno, según la cual en Colombia no hay conflicto armado, ni nada que negociar, ni alternativa distinta a la de acabar por la fuerza con los terroristas que no se sometan a la ley.

En cualquier caso, la salida de Lemoyne no reviste gravedad: al fin de cuentas estaba arando en el desierto y las circunstancias actuales impedían que cumpliera una función medianamente útil (acompañar el proceso de desmovilización de los paramilitares era muy riesgoso, dadas las enormes incertidumbres que reviste este caso). Lo realmente importante es que Colombia todavía no se ha jugado a cabalidad la carta de Naciones Unidas en un proceso de paz con las guerrillas. El organismo internacional sigue siendo un recurso potencialmente importante y valioso, y estaría dispuesto a ofrecer sus buenos oficios siempre y cuando las partes en conflicto lo requieran y se comprometan de verdad con un proceso de paz. Es decir, lo que falta es que cambien las circunstancias en Colombia, especialmente lo que atañe a la voluntad política de las partes en conflicto; porque Naciones Unidas sigue ahí.

* Director de Especializaciones, Departamento de Ciencia Política, Universidad de los Andes

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