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Las curules de la mafia

Las elecciones de dos “blancos” como representantes a la Cámara por las negritudes abre un interesante debate sobre la identidad étnica más allá del color de la piel en el país.

José E. Mosquera, José E. Mosquera
20 de marzo de 2014

Ahora que se encuentra encendida la polémica por las elecciones de María Socorro Bustamante y Moisés Orozco Vicuña, dos “blancos” como representantes a la Cámara por la circunscripción especial de las negritudes, se abre un interesante debate sobre la identidad étnica en Colombia. Una polémica que va más allá del simple color de la piel y de los intereses económicos y políticos que se mueven por el control de la representación de los negros en el Congreso de la República. 

En las elecciones del 2010 fueron electos Heriberto Arrechea y Yair Acuña, ambas curules quedaron en la zaga del exsenador Juan Carlos Martínez y la empresaria del chance Emilse López, alias ‘la Gata’. Sin embargo, no hubo controversia porque las curules quedaron bajo el imperio mafioso de estos personajes con evidentes vínculos con el paramilitarismo y el narcotráfico. 

Fueron pocos los líderes negros que levantaron su voz de protesta, la mayoría guardó silencio. No hubo debate político, ni ético, ni moral al interior de las comunidades negras a cerca que su representación política quedará en manos de las estructuras mafiosas de Martínez y de la ‘Gata’.

Silencio que se convirtió en el patente para que en estas elecciones la ‘Gata’ con sus mafiosas políticas, a través de Yair Acuña, eligieran en representación política de los afros a dos “mestizos” de su sanedrín. Personajes con un pasado político siniestro y turbulento por sus transfuguismos electorales y otras yerbas. 

Lo controvertido es que hoy se protesta porque fueron electos dos “mestizos”, pero en las elecciones del 2010 no se cuestionó que los electos fueran fichas de personajes con nexos con estructuras mafiosas que han asesinado y desplazados a miles de personas de las comunidades negras.  

La elección de estos “blancos” que se asumen como “negros” por intereses políticos mediáticos, abre otra polémica de fondo sobre el tema de la identidad étnica en el país. Un asunto que ha llevado a varios líderes de las negritudes a plantear como solución la expedición de una especie de certificación de “pureza” étnica. 

No soy defensor de estos avivatos y oportunistas, sin antecedentes en la defensa de las reivindicaciones de los negros, pero no es con certificaciones de más negro o menos negro, o de más blanco o menos blanco, similares a las certificaciones de blancuras que se concedían durante el período colonial, basadas en las leyes borbónicas, como se debe abordar este asunto. 

El genetista Emilio Yunis, como director del Departamento de Genética de la Universidad Nacional, publicó un estudio sobre el mapa genético del país. Concluyó que la población colombiana tiene el 65 % de genes blancos, 22 % de genes indígenas y 13 % de genes negros. 

Además, la investigación demostró que aquellos porcentajes cambian de una región a otra como consecuencia de las aceleradas mezclas genéticas que se viven en Colombia.

Otra investigación publicada hace un mes por el Grupo de Genética Molecular de la Universidad de Antioquia arrojó que los colombianos tenemos un 70 % de europeos, 20  % indígena y 10 % africanos. 

En aquella, también se midió el autorreconocimiento étnico de las personas y se señala que en el caso de ciudades como Medellín la mayoría se consideró mestizo. En ambas investigaciones lo que se demuestra es que los colombianos no somos ni blancos puros, ni indígenas puros, ni negros puros. 

Fernando Ortiz, en su libro ‘El engaño de las Razas’, sostiene que las “razas puras son tonterías llenas de ficción, un mito que sólo se mantiene en las mentes de fanáticos políticos y religiosos”. Igualmente, señala que la clasificación que divide a los seres humanos en blancos o de color es absurda porque ni los denominados blancos son blancos, ni los llamados negros son negros, ni los que se dicen amarillos son de ese color. 

Parte de la premisa que los seres humanos son todos de color y que denominar a unos de color y a otros no, es infundado. Esboza que si hay gentes que deben denominarse de color, sus opuestos deberían llamarse incoloros. Finalmente, concluye que la diferencia cromática de la piel es un carácter poco decisivo para una clasificación racial, aunque sea la más popular. Un libro que invito leer, porque condensa un estudio serio y profundo sobre el tema racial, un texto que permite a los lectores comprender que la identidad étnica va más allá del simple color de la piel.

En Twitter: @j15mosquera
jemosquera@une.net.co