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Camisa de 11 varas

Los argumentos de Colombia están en el contexto geopolítico donde corren intereses vitales de Estados Unidos: narcotráfico, petróleo, terrorismo...

Semana
23 de mayo de 2004

Si Colombia no firma el TLC, los países que firmen y producen lo mismo que nosotros nos sacarían del mercado de Estados Unidos.

Esa obviedad habría de bastar para que la oposición se baje de la nube de negarse a firmar. Pero también habría de bastar para que el gobierno se baje del cuentico de los yuppies y prepare al país para los desafíos que vienen.

Un tratado de libre comercio no es bueno ni malo en sí. Más aún, el efecto inmediato de firmarlo es que no pasa nada. Si a un producto se le quita el arancel, su comprador goza del menor precio pero el fisco no recibe el impuesto, y el país como un todo no gana o pierde un centavo.

El efecto del tratado depende pues del saldo entre los mercados que crecen y los que se contraen al quitar aranceles. En un mundo de competencia perfecta, dice la teoría que cada país se irá especializando en aquellas cosas que mejor sabe hacer, de modo que ambos socios acaban por ganar.

Pero entre Colombia y Estados Unidos habrá de todo menos competencia perfecta. En agricultura, salvo cultivos tropicales, no podemos competir por los subsidios. En tecnología competimos aún menos, porque el sistema de creación y apropiación del saber tiene un atraso de siglos. En servicios a escala (finanzas, comunicaciones) no podemos competir por el tamaño. Y sobre todo, no podemos competir porque en Colombia hay más oligopolios y menos costumbre de competir que en Estados Unidos.

Si a eso se suma el uso, en su momento, de "argumentos" como la ayuda militar o los préstamos del Banco Mundial, uno se ve forzado a concluir que -así un TLC sea en principio neutro o de mutuo beneficio- los dados en este caso están cargados contra Colombia.

Pero el tratado, ya dije, tenemos que firmarlo, y el hecho de que la cancha esté inclinada no hace más que obligarnos a poner más empeño. No sólo en la mesa de negociación -acerca de lo cual ya se ha pensado- sino sobre todo en alistar el país para los años y décadas que siguen -sobre lo cual nada se ha hecho y nada se ha pensado-.

Entre los 23 temas y 350 asuntos por negociar son bastantes las cartas que debemos jugar. Excluir ciertos productos, como hizo Centroamérica con el maíz o Chile con el azúcar, y como aquí podrían ser el arroz o los pollos. Diferir la rebaja de aranceles para bienes agrícolas y compras estatales. Acelerar la apertura norteamericana en renglones como frutas, hortalizas, cacao, azúcar, aceite de palma, tabaco, carne, lácteos, confecciones, calzado y servicios de salud, educación, construcción, ingeniería o diseño -donde tenemos ventaja comparativa-. Eliminar las barreras no arancelarias a exportaciones nuestras. Desmontar primero los aranceles a bienes de capital y materias primas que necesite la industria colombiana. Acortar la duración de las patentes, no reconocer los segundos usos, limitar la protección de datos de prueba, mantener el acceso a los medicamentos y los agroquímicos, no regalar la biodiversidad ni el patrimonio cultural. Guardar la opción de controlar los capitales golondrina, mantener la jurisdicción nacional en vez de tribunales de arbitramento, no desregular el sector financiero, preservar la autonomía en materia laboral y ambiental.

Pero me temo que esos tecnicismos no nos lleven muy lejos y que la estrategia de la señora Vargo será, precisamente, reducirse a ellos. Los argumentos importantes de Colombia están en otra parte, están en el contexto geopolítico donde corren intereses vitales de Estados Unidos: narcotráfico, petróleo, fronteras, terrorismo. Sería pues la hora de revisar en serio nuestra alianza asimétrica con el país del Norte, de concretar en la esfera comercial el siempre cacareado y siempre birlado principio de la corresponsabilidad.

Que lo anterior se logre o no se logre, a Colombia le falta lo esencial. Una política agresiva y sostenida de productividad -que incluye ciencia, educación, infraestructura y capital semilla- para aprovechar de veras los espacios que abra el TLC. Y una política social para atender a los campesinos, trabajadores y empresarios que van a perder mercados.

Pero, otra vez, me temo que el país, con el doctor Uribe a su cabeza, está ''jugado" a cosas de más apremio.