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¿Densificar la ciudad, expandirla o todas las anteriores?

En la polarizada discusión entre expansionistas urbanos y densificadores ¿quiénes tienen razón? ¿Y quiénes proponen mejores salidas para atender el déficit de vivienda de los sectores de pocos recursos?

Semana.Com
17 de febrero de 2016

Según los densificadores, Bogotá debe crecer sólo en altura porque no puede seguir pavimentando sus estructuras ecológicas, desparramándose sobre la Sabana y lanzando a los pobres a lejanas periferias. Según los expansionistas, en el Distrito se está acabando la tierra urbanizable, Bogotá ya es una de las ciudades más densas del mundo, y hay que echar mano del suelo que le queda y extenderse a los municipios vecinos.

Es un hecho que en promedio Bogotá es muy densa, pero todo el mundo sabe que hay que desconfiar de los promedios. Lo que tira hacia arriba su densidad son los “barrios informales” de vías estrechas  y viviendas que terminan convertidas en mini edificios de 4 y 5 pisos, y sin áreas de parques y equipamientos. En otras zonas, más centrales, hay espacios vacíos y muchas áreas de baja ocupación, que podrían desarrollarse en altura. 

Así que la densificación es posible y muy deseable social y ambientalmente, si se hace bien hecha. Sin embargo, es difícil de llevar cabo a gran escala, sobre todo para atender las necesidades de los pobres. Por diversas razones, a medida que crecen los límites de la ciudad  se produce un vaciamiento de población y actividades económicas en las zonas centrales pero sin que el suelo se abarate allí. Llevar a esas zonas toda o casi toda la población que carece de vivienda, es poco menos que imposible. Habría que realizar inversiones públicas de tal magnitud (para adquirir terrenos, en primer lugar) o imponer tales cargas a los propietarios de tierra y los constructores (plusvalías y cesiones de suelo para vivienda social), que no serían viables. Además, las intervenciones para emprender desarrollos densos de gran tamaño, serían prolijas y demoradas por ser áreas ya ocupadas. De manera que además  de aprovechar las posibilidades de la densificación, es necesario adelantar grandes programas en áreas no urbanizadas.  

¿Pero dónde están esas áreas?  En mala hora el alcalde ha puesto la mira en la Reserva van der Hammen y en varios sectores de medio y alto riesgo de inundación localizados al oriente del río Bogotá. Pero así mismo ha dicho que hay que buscar tierra para vivienda en Mosquera –adonde se propondría llevar el metro– y en otros municipios cercanos. 

El punto es lograr que esos municipios impongan modelos adecuados de ocupación de su territorio. Que favorezcan los programas de vivienda compactos dentro de sus perímetros urbanos, que no sigan utilizando la categoría de “suelos suburbanos” para permitir las construcciones en áreas rurales, que definan y protejan sus propias reservas ambientales. Ojalá la CAR y el Gobierno Nacional ayudaran a eso –lamentablemente éste último está más preocupado por adjudicar un determinado número de viviendas gratuitas en Bogotá que por aplicar, en el contexto de la región, una solución racional a la escasez de suelo–.

No hay almuerzo gratis, dicen los economistas. La tierra es más barata en las periferias pero los nuevos desarrollos implican ampliar vías, redes domiciliarias y equipamientos sociales. A pesar de eso no salen del todo mal librados cuando esas inversiones se comparan con el costo del suelo y los demás obstáculos de los proyectos de densificación en la ciudad.

Las razones ambientales y sociales en que se apoyan los densificadores son artillería pesada. Pero si se quiere atender, de verdad, la demanda de vivienda, es ineludible escuchar a también a sus contrapartes. Y la fórmula por aplicar debería ser la siguiente: combinar tanta densificación como sea posible, con tanta expansión como sea indispensable.