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Casarse con las ideas implica perder la libertad

Las ideas ‘absolutas’ han sido las que han llevado a las guerras de la humanidad.

Ximena Sanz De Santamaria C., Ximena Sanz De Santamaria C.
24 de septiembre de 2013

Casarse con una idea no es difícil. En la medida que las personas van creciendo, se van desarrollando, van viviendo nuevas experiencias, adquieren nuevos conocimientos, conocen personas de otras edades, otras culturas, van al colegio, a la universidad, viajan, etc., adquieren y construyen todo tipo de ideas. 

Algunas son conscientes, otras inconscientes, pero las personas solamente se dan cuenta que tienen arraigada una idea cuando la ven confrontada por otras personas o por experiencias que las hacen reevaluar lo que han pensado o lo que han creído. Esto ocurre desde muy niños. Un ejemplo: el momento en el cual un niño se entera por alguno de sus compañeros de clase, en el colegio, que quienes dejan los regalos en la cama la noche de Navidad son los padres y no ‘el niño Dios’. 

Para muchos niños ver que la idea que habían tenido durante tantos años no es verdad puede ser chocante y difícil de aceptar porque renunciar a una idea que nos da gusto, ilusión,  placer, seguridad, etc., no es una tarea fácil. 

“Yo pensé que iba a vivir más experiencias este año. Terminé justamente por eso, para vivir otras cosas y siento que un año después, no ha pasado nada”, me dijo decepcionado un estudiante que había decidido terminar su relación de pareja de cinco años porque quería vivir otras experiencias. Aunque había sido difícil tomar la decisión porque quería mucho a su novia, la relación se había venido desgastando desde hacía varios meses, en buena parte porque él sentía que quería conocer otras personas, estar solo, hacer cosas diferentes. Sentía que estaba demasiado joven para tener una relación tan seria. 

Pero un año después de haber terminado se sentía triste y un poco decepcionado porque, aunque había salido con un par de personas, no había encontrado ninguna con la que se sintiera a gusto para entablar una nueva relación de pareja. Eso lo estaba haciendo pensar que quizá la decisión que había tomado no había sido acertada por lo que empezaba a sentirse culpable de haberlo hecho. “Terminé una relación estable con una persona increíble porque quería vivir y hacer otras cosas. Y ahora me siento solo y no sé si incluso arrepentido, no sé si nunca debí haber tomado esa decisión”.

La idea que lo había llevado a tomar la decisión de terminar había sido clara; en eso no tenía dudas. Y cuando hizo el recuento sobre lo que había hecho durante el año que llevaba solo, también fue claro para él que había cumplido a cabalidad uno de sus principales sueños: hacer un viaje por Asia durante un tiempo con unos amigos y terminarlo en una gran ciudad del mundo para hacer una pasantía en una de las empresas en las que siempre había querido trabajar. 

Por otro lado, gracias a esa pasantía, a su regreso pudo conseguir un excelente trabajo que, además de hacerlo feliz, le había permitido independizarse de sus padres con lo cual habían mejorado las relaciones familiares tanto con ellos como con sus hermanos, con quienes pasaba cada vez más tiempo, algo que antes no ocurría. Gracias a este viaje había conocido gente de todas partes del mundo y esto le había permitido ampliar su manera de pensar: “Suena absurdo, pero salir del país me permitió darme cuenta de lo que es el mundo, de todo lo que hay afuera, y gracias a eso ahora valoro lo que es mi vida aquí, mi familia, mis amigos, mi país. Soy más agradecido con la vida por todo lo que he tenido, me esfuerzo más en la universidad y en el trabajo, y he aprendido a dejar de preocuparme por pendejadas”. En resumen: en el último año había crecido y madurado lo que no había madurado en todos los años anteriores. 

Al terminar su relato, después de oírse durante unos buenos minutos, se quedó en silencio. Y a los pocos minutos él mismo se cuestionó: ¿por qué decía que en el último año no había vivido nada si había vivido tantas cosas? Ahí se dio cuenta que era esclavo de una única idea fija de la cual él mismo no tenía ninguna conciencia: que para él lo único que significaba ‘vivir otras experiencias’ cuando decidió terminar con su novia era tener otra relación de pareja. 

Y como eso no había ocurrido, la sensación que le había quedado era que no había vivido nada nuevo durante ese año. Pero al relatar sus vivencias se dio cuenta que su problema era que se había ‘casado’ con esa única idea impidiéndole ver lo que realmente había sido su vida en el último año. 

Como este joven adulto, muchas personas en diferentes momentos de su vida terminan ‘casados’ con ideas que, si bien en un momento determinado pudieron ser útiles y hasta necesarias, es esencial revisar, replantear y cambiar con base en las nuevas experiencias que van viviendo. 

Como lo advertía Nietzsche: todo lo absoluto pertenece a la patología. Las ideas ‘absolutas’ han sido las que han llevado a guerras, como la ‘idea’ de una raza superior, la idea de que las personas de raza negra por naturaleza estaban destinadas a ser esclavas, entre otras. En nombre de las ideas se han cometido todo tipo de  atrocidades a lo largo de la historia de la humanidad. 

Casarse con una idea implica perder la flexibilidad de cambiar cuando los hechos a todas luces lo exigen. Y esta inflexibilidad conlleva siempre, a mediano o largo plazo, mucho sufrimiento. Para evitarlo, o al menos disminuirlo, es importante estar replanteándose las ideas con base en las experiencias propias, en las vivencias cotidianas, en lo que cada persona va sintiendo, más que en los pensamientos e ideas que se van fijando a lo largo de la vida. Es esa una de las mejores maneras de ganar en libertad. 

*Psicóloga-Psicoterapeuta Estratégica
ximena@breveterapia.com
www.breveterapia.com

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