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Violador de niños no significa violar ‘sexualmente’ a un niño

Álvaro Uribe tiene desde hace más de diez años 242 denuncias, entre penales y disciplinarias, en la Comisión de Acusaciones de la Cámara y no ha pasado nada. HRW lo ha señalado en repetidos informes de haber tenido conocimiento previo de las masacres que tiñeron de sangre los campos colombianos, y tampoco ha pasado nada.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
1 de agosto de 2017

El galimatías que da título a esta columna lo expresó el único youtuber mayor de 65 años que tiene el país. Quiero imaginar que para el senador que perteneció a la izquierda colombiana, pero que ahora defiende como gato bocarriba las políticas de la ultraderecha, la palabra narcotraficante no tiene como valor semántico a la “persona que se dedica al narcotráfico”, como lo define el DRAE, ni “corrupto” con aquello que está corrompido o descompuesto. En los estudios lingüísticos el paralenguaje se define como todos esos elementos que están por fuera del contenido, pero que aportan considerablemente a darle sentido al significado. La entonación, el volumen de la voz, el ritmo, la articulación y las pausas hacen parte de ese abanico de elementos que aportan mucho más al significado que las palabras mismas. Es decir, no están en el enunciado pero contribuyen ampliamente a su sentido.

Desde esta perspectiva, los significados no son monolíticos. Los enunciados adquieren valor debido a las circunstancias en que se producen. Los ‘pelaos’ en la costa Atlántica colombiana se saludan con expresiones como “Oye, marica, ¿qué te habías hecho?” o “Este hijueputa estaba perdido”. Lo dicen mientras se chocan las manos, suelta la risotada o se funden en un abrazo. Ni “marica” ni “hijueputa” adquieren aquí el significado que normalmente suele dárseles, ya que se presentan en una situación en la se ponen de manifiesto algunos elementos extralingüísticos que ayudan a configurar el sentido.

Cuando se escribe, todos esos elementos que ayudan al significado en la oralidad desaparecen. El que redacta tiene que crear lo que los especialistas en comunicación llaman contexto, aunque en realidad sea solo lo estrictamente situacional, ya que el contexto, según Van Dijk, está más allá de la situación. Por esta razón la escritura resulta mucho más compleja que el habla. Una caricatura solo puede ser descodificada con eficacia si el receptor tiene ese conocimiento previo que le permita darle sentido a esa alteración de la realidad. Lo mismo pasa con la metáfora o la metonimia: si se desconocen los significados de estas figuras retóricas del lenguaje, si se desconoce cómo funcionan y cuál es su objetivo al ponerlas en escena, difícilmente se sabrá lo que son aunque se tengan enfrente.

En el enunciado “violador de niños”, que se hizo viral en las redes sociales después de que el expresidente camorrero lo utilizara en un tuit contra el columnista de la revista SEMANA Daniel Samper Ospina, y que algunos miembros de la corte del Centro Democrático intentaron metamorfosear asegurando que “violador de niños” no significa “violar sexualmente a un niño” porque el verbo “violar” no alude solo al acceso carnal violento, dejaron por fuera las razones que dieron origen al tuit y que no están en una supuesta ofensa del periodista a los antioqueños por la pérdida de un trozo de tierra que ellos consideraban perteneciente al departamento, ni en la otra “ofensa” que esgrimieron por hacer referencia a una especie de amapola de la que se extrae la sustancia con la que se procesa la fabricación de heroína. No. El enunciado en el mensaje aparece como una frase explicativa. Es decir, tuvo la intención clara de ilustrar las características del nombre.

Escribir, por ejemplo, “Cartagena es una ciudad turística” tiene como objetivo principal señalar la condición turística de la ciudad, pero escribir “Cartagena, capital de Bolívar, es una ciudad turística” es agregarle la condición política de la urbe en el panorama nacional. Cuando el expresidente camorrero le agrega al nombre de Samper Ospina la explicación “violador de niños” está acusándolo directamente de cometer un delito que, según el Código Penal colombiano, está tipificado como grave y, además, repudiable.

Según una nota de Caracol Radio (20/05/2011), en la Comisión de Acusaciones de la Cámara de Representantes reposan 242 denuncias en contra del expresidente Uribe, de las cuales 27 se encuentran en estado preliminar. El resto permanece en reposo, pues aún no se ha “establecido” si son de carácter penal o disciplinario. Para Lilia Solano, coordinadora del Tribunal Internacional de Opinión que se celebró en 2008 en Bruselas, “hay pruebas suficientes de que el Estado colombiano, en cabeza del expresidente Uribe, cometió crímenes de lesa humanidad”. Es decir, se le señala de ser un “violador” sistemático de los derechos humanos, aunque en una reunión de cuenta chistes de su partido haya dudado en si ponerle en la nalguita de Amapola, la hija de la senadora Paloma Valencia, la mano grande o la blandita.

Que Samper Ospina haya publicado durante su paso por la dirección de la revista Soho registros fotográficos de mujeres semidesnudas, o de chicas menores de 18 años con la respectiva autorización de los padres, no lo convierte, para nada, en un “violador de niños”, ni muchos menos si estas fotografías hacían parte de una exposición artística en la que se alcanzan a ver unos curas acariciando morbosamente a unos chicos. La pornografía suave que algunos del Centro Democrático le atribuyen a Soho no existe. Existe la pornografía como tal. Es decir, actos sexuales explícitos. Lo otro corresponde a lo que el antropólogo y pensador francés Georges Bataille llamó “erotismo”. Y de este concepto a la pornografía hay –señores defensores del mayor violador de los Derechos Humanos en Colombia– todo un océano estético de diferencias.

Twitter: @joaquinroblesza
E-mail: robleszabala@gmail.com

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