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Cazar pokémones en el congreso

Ahora contemplo la idea de desarrollar una versión de Pokémon Go con políticos colombianos a los cuales uno pueda capturar, así sea de manera simbólica.

Revista Semana
21 de agosto de 2016

A la primera persona a la que oí hablar de Pokémon Go fue a mi hija menor. En ese momento me encontraba siguiendo la elección del nuevo defensor del pueblo en la pantalla del celular, cuando la niña me lo arrebató de las manos:

– Presta para acá –me dijo- ya se puede bajar Pokémon Go en Colombia.

Acto seguido, y sin que mediara palabra, comenzó a caminar como una zombi sin despegar la mirada del aparato.

– ¿Dónde queda el respeto? – le alcancé a gritar.

– Ahora lo buscas en el Waze –me dijo-, pero después de que capture algunos.

Contemplé entonces la forma en que la niña caminaba con la cabeza clavada en el teléfono, abstraída por completo del entorno; a veces se detenía, deslizaba el dedo índice contra la pantalla de manera frenética, se sonreía –o fruncía el ceño- y continuaba en su extraña marcha de insomne bipolar.

Digo que hasta ese momento tenía fijada mi atención en la elección del defensor del pueblo, porque, después del escándalo de acoso sexual del doctor Otálora, esperaba que el cargo fuera asumido por un funcionario que no despertara dudas en la materia. No digo que el doctor Negret las despierte, ni más faltaba. Sin embargo, yo habría elegido a un personaje que se haya destacado desde siempre por el respeto a la subalterna, y que ahora mismo no ocupe ninguna dignidad oficial, como, no sé, por decir un nombre, el doctor Gómez Méndez.

Pero mi hija me desprendió de esas reflexiones porque caminaba de lado a lado como una posesa, a tal punto que la tranqué a las malas:

– Me explicas ya mismo lo que te sucede –le dije- ¡ya mismo!

Entonces se detuvo y me miró a los ojos con atención, y por primera vez sentí que mi autoridad de padre valía para algo, porque, obediente, se paró frente a mí, guardó silencio y me dijo, con cautela:

– Quédate quieto: tienes un Pokémon detrás de ti…

Y comenzó de nuevo a disparar rayos invisibles desde el aparato con la misma vehemencia con que el procurador trata de derrocar el Estado laico.

Piadosa y compasiva, mi hija mayor acudió a mi rescate y me explicó lo que sucedía: su hermana había descargado en mi celular una aplicación que se llama Pokémon Go: un juego de realidad aumentada, término que, contrario a lo que uno piensa, no alude a la foto íntima que publicaron del exdefensor Otálora, sino que se refiere a un formato tecnológico que sobrepone imágenes virtuales a la realidad, e interactuar con ellas. Para el caso, pokémones: unos monstruos pequeños que se vuelven visibles en toda la ciudad a través de la pantalla, y a los que uno debe disparar una metralleta de bolas virtuales.

– ¿Y cómo distingo a un pokémon de Pachito Santos, por ejemplo?

Paciente hasta el final, la niña tomó aire y me terminó de dar la lección.

– Porque cada pokémon tiene un poder especial; los más comunes tienen formas de ratas y murciélagos; y muchos tienen nombres raros, como Picachú o Paras…

– ¿Hay paras?

– Sí, aunque no son tan comunes.

Como sonaba confuso, descargué la aplicación para constatar la forma en que funcionaba. Hijo del Atari y del Telebolito, supuse que el juego me quedaría grande. Pero, para mi felicidad, encontré que se trataba de un asunto sencillo, y me dispuse a cazar mi primer pokémon: un murciélago caricaturesco, de cuyos colmillos brotaban gotitas de sangre, que súbitamente se materializó delante del televisor.

Apunté, pues, con el celular y disparé una seguidilla de balotas digitales tan inclementes como infructuosas.

– Está dañado- le dije a mi hija-: no puedo atraparlo.

– Es que no es un pokémon –me respondió.

– Claro que sí, míralo frente al televisor –le mostré.

– No hay nada: estás mirando el canal ese que te gusta: el de los señores que se duermen mientras otros gritan…

– ¿Ese es el canal del Congreso?

– Sí…

– ¿Y entonces ese no es un murciélago? –pregunté.

– No, ese no es un Zubat: lee el letrero, dice que es un señor Ordóñez.

– Ya decía yo que los Zubat no son tan homofóbicos…

Durante un tiempo procuré atender el juego y a la vez el debate que transmitían por el canal del Congreso, pero me resultó imposible: ya no sabía si quien pedía la palabra era Iván Name o un Slowpoke: una suerte de oso lento y holgazán que atacaba a la ministra Parody por no respetarle sus cuotas burocráticas; tampoco si quien lanzaba frases sobre el baño de los niños era Charmander, famoso pokémon lagartija al que le arde la cola cuando se enfada, o Álvaro Uribe en persona: mucho menos si los paras del juego eran los mismos de determinadas bancadas, o si aquel Drácula de cejas cómicas, parecido al Conde Contar, era un pokémon extraño o el magistrado Pretelt.

Después de confundir durante media hora unos monstruos con otros, desistí. Pero ahora contemplo la idea de desarrollar una versión de pokémon Go con políticos colombianos a los cuales uno pueda capturar, así sea de manera simbólica: peluches de bolsillo del uribismo, Rattatas del Partido de la U, Preteles de variada índole que merezcan castigo.

Tanteé ese posible emprendimiento con mi hija menor, pero no me respondió: se encontraba absorta atacando un pokémon al que, después de mucho esfuerzo, hizo desmayar. Aunque no sé si se trataba del nuevo defensor de pueblo.

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