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Cuestiones aritméticas

Lo cierto es que la Farc va a tener 10 curules garantizadas (5 en Cámara y 5 en Senado) por 2 períodos legislativos, pero los campesinos de las zonas donde se libraba la guerra, los que la padecieron, no. Ese es el grado de generosidad y coherencia política de nuestros políticos.

Ana María Ruiz Perea, Ana María Ruiz Perea
11 de diciembre de 2017

Además de la elección de 268 congresistas y las 2 vueltas para elegir al próximo presidente de la república, el 2018 llega con censo de población. Nos van a contar, desde el habitante 1 hasta el 40 y tantos millones y podremos saber un poquito mejor quiénes somos, dónde y cómo estamos, qué edad tenemos, cómo nos identificamos. Con base en la información de 2005 se trazaron políticas públicas y planes decenales, se calcularon costos, se previeron tendencias. Ahora, 13 años más tarde, se va a actualizar la información con una recolección en campo entre marzo y junio del próximo año (en pleno período electoral, lo que amerita suspicacias pero ese es otro asunto).

Organizaciones campesinas y de víctimas rurales, después de varios años de intentar sin éxito una interlocución con las entidades a cargo del censo, Dane y Ministerio del Interior, radicaron una tutela firmada por 1.700 personas para exigir que se incluyan en el censo preguntas que permitan la identificación de la condición económica, social y cultural del campesinado.

“Para que el campesinado cuente tiene que ser contado” dicen los tutelantes, y razón tienen de sobra. Para ser contado, lo primero que se necesita es que el que cuenta reconozca al campesinado como un grupo demográfico. Y luego, que cada campesino que responda al censo se reconozca a sí mismo en esta identidad. Debería ser fácil de entender que si el país comienza a saldar una deuda histórica, atávica, con sus campesinos, debamos como primera medida saber de cuántas personas estamos hablando. Pero no.

Al campesinado, que nos pone la comida en la mesa a todos, en lugar de agradecerle lo menospreciamos. Contarlos sería un primer gran paso hacia la reconciliación con ellos, los ninguneados por siglos. Ser contados les permitiría a los campesinos reconocerse en su identidad propia.

En otra instancia, en el acuerdo con las Farc se definió que (pg. 36) “La construcción de la paz requiere que los territorios más afectados por el conflicto y el abandono, en una fase de transición, tengan mayor representación en el Congreso de la República para asegurar la inclusión política de esos territorios y sus poblaciones, así como la representación de sus intereses”. Renglón seguido, se señala que la guerrilla se transformará en partido político.

Pues el Congreso aprobó la representación para las Farc, pero se la negó a los campesinos. Efraín Cepeda, presidente del Senado, anunció que la mitad de 99 son 52, mientras que en concepto del Consejo de Estado, la mayoría de 99 da 50. Y en esa chichipatez, en la miserableza aritmética de la política, se acabó la semana restando y dividiendo como quien más duro quiere restregarle en las narices a los campesinos de los territorios más golpeados por el conflicto y el abandono, que bajo circunstancia alguna se les va a permitir una representación política propia. Ni más faltaba. Para eso están los partidos políticos, históricos representantes de esa masa pintoresca y altanera que camina por las trochas y las veredas, que son como la sangre que corre por las venas de este país.

Lo cierto es que la Farc va a tener 10 curules garantizadas (5 en Cámara y 5 en Senado) por 2 períodos legislativos, pero los campesinos de las zonas donde se libraba la guerra, los que la padecieron, no. Ese es el grado de generosidad y coherencia política de nuestros políticos.

“Ese día estaba en el Congreso y vi a muchos senadores aplaudir en una actitud muy mezquina para con las víctimas, que ahora nos llenamos de desesperanza”, dice un líder de víctimas del Magdalena, candidato a 1 de las 16 curules que se crearían en la Cámara por las circunscripciones especiales de paz. A otros varios como él, que podrían haber sido candidatos, los han ido asesinando en una muy sospechosa secuencia de hechos aislados que deja como saldo casi 200 líderes sociales muertos en el año.

Vulnerables e invisibles, a los campesinos que habitan en las circunscripciones especiales les intentan raponear desde su condición de víctimas hasta la voz y los derechos políticos. ¿Por qué habrían de merecer unas políticas públicas especiales si no se sabe cuántos y quiénes son?; y si no están contados ¿para qué contarlos?; si no sabemos cuántos son, ¿para qué darles representación? A las campesinas y los campesinos los han ninguneado toda la vida, han sido la carne del cañón de todas las guerras, los expulsados de todas las tierras, los asesinados de todas las masacres. Y les seguimos dando duro.

Censo, circunscripciones y asesinatos de líderes parece que fueran parte de una gran confabulación histórica contra la posibilidad de construir un nuevo país, la ratificación de la condena eterna al condenado de siempre. Qué tristeza tan grande esta política tan miserable.

@anaruizpe

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