Home

Opinión

Artículo

Cesarismo criollo

Uribe es capaz de domar hasta las fieras más indómitas de la política, y ésta se ha convertido en un ejercicio muy parecido a una feria equina

María Jimena Duzán
20 de septiembre de 2008

Me la he pasado últimamente buscando la palabra correcta que ilustre bien este proceso de aletargamiento que estamos experimentando los colombianos en nuestras neuronas desde que la política se nos redujo al calamitoso arte de la uribología; la misma que nos puso a los periodistas, a los políticos, a los empresarios, a los desplazados, a los sin tierra, a los paras y a los guerrilleros, a descifrar las crípticas frases con que el presidente Uribe nos alimenta todos los días la incertidumbre en torno a su permanencia en el poder.

Cada frase pronunciada por él, automáticamente es descifrada con una avidez inusitada por un ejército de acuciosos uribólogos cuyos hallazgos son reproducidos en los medios, como si se tratara de la verdad revelada. Qué importa que las frases resulten tan contradictorias como vacuas, ni que nos pongan a gastar el tiempo en sandeces, mientras la economía se desploma. Así venimos de un tiempo para acá: entregados a la uribología -o uberrilogía, sí, cómo no, natural de El Ubérrimo, como todo en este gobierno-, pendientes de Uribe, de si va o no al baño, de si reza o no el rosario todos los miércoles, de si lo hace con Lina o sin ella, de lo que significan hecatombe y cohesión social, dos palabrejas de moda que se repiten tanto como las fotos de Tomás y de Jerónimo en las páginas sociales.

En este apendejamiento nacional salta a la vista cómo la televisión se ha convertido en una caja de resonancia de la figura providencial del presidente Uribe (algunos medios impresos también). Prueba irrefutable de lo que digo son esas tres horas en que siete cámaras del canal interinstitucional nos mostraron sus innegables dotes de amansador de caballos, un sábado cualquiera del mes pasado, en lo que para mí es hasta ahora la más clara metáfora sobre el ejercicio poder concebido desde El Ubérrimo: "Aquí está el Presidente enjalmando a una inquieta potranca". "Aquí está el Presidente hincándose para agarrarle las patas a un brioso potro". "Aquí están sus hijos hincados haciendo lo que su padre les ordena". "Me hacen el favor de quedarse hincados hasta nueva orden".
Yo me temo que ese mismo trato equino Uribe se lo está aplicando a sus posibles sucesores, reconocidos no precisamente por su mansedumbre. Ellas y ellos, no sólo están hincados hasta nueva orden, como los parafreneros de aquel sábado televisivo, sino que ni siquiera han querido chistar por temor, me imagino, a que caiga sobre ellos la furia divina. Antes de enfrentarse a su máximo líder, han preferido el camino de la baja autoestima y del progresivo entumecimiento, demostrando con ello que Uribe sí es capaz de domar hasta las fieras más indómitas de la política y que ésta se ha convertido en estos últimos seis años en un ejercicio muy parecido a una feria equina.

Lo cierto es que ni siquiera después de que algunos uribólogos han insistido en que el Presidente ha dado a entender que no aspira a un tercer mandato -según ellos Uribe sólo quiere volver al poder en 2014-, los presuntos precandidatos uribistas siguen sin echarse al agua y han decidido pelechar sus emociones desde la clandestinidad. Cuesta trabajo ver a un personaje indómito como Juan Manuel Santos tan aplacado por estos días, saltando matones cada vez que le preguntan si quiere ser candidato, cuando todo el mundo sabe que no sólo está muerto de ganas de serlo sino que está indignado con la falta de claridad de su Presidente. Otro tanto se puede decir de un político con carácter como Germán Vargas Lleras, de nuevo en el país, a quien la incertidumbre de Uribe lo tiene de gira por toda Colombia, pero sin decir que es candidato, no va y sea que semejante destape sea tomado como un signo de sublevación y despierte la ira del señor. Lo mismo se puede decir de una política con aspiraciones como Marta Lucía Ramírez o como Noemí Sanín, quien desde Londres se anda mordiendo la lengua para no hablar de su futuro político a la espera de que el máximo líder aclare lo que hasta el momento no es claro para nadie.

Si en este país la política funcionara con lógicas democráticas, todos estos gallitos de pelea tendrían que haberse echado al agua. Al no hacerlo, han demostrado que son fácilmente domables y que de pronto ninguno de ellos tiene el temple necesario para dirigir un país tan complejo como Colombia. Comencé esta columna diciendo que no sabía cómo calificar este apendejamiento en nuestra política, pero ahora sé que es lo más parecido al cesarismo, un sistema de gobierno centrado en la autoridad de un jefe militar que surge en un momento de inflexión, que se presenta como la alternativa para refundar la sociedad o conjurar hipotéticos peligros internos o externos y que se caracteriza por el culto a la personalidad de su líder. Hacia un cesarismo criollo. Para allá vamos.
 

Noticias Destacadas