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Chávez para exportación

El viaje de tres horas y media entre Caracas y el aeropuerto deja ver la parte menos folclórica del chavismo.

Semana
13 de mayo de 2006

Como ya es sabido, desde hace meses el puente sobre el viaducto principal que conecta la capital venezolana con aeropuerto Simón Bolívar se derrumbó. El lento deslizamiento de la tierra socavó sus cimientos por años hasta que las columnas no resistieron más, y se desplomaron. Una angosta y serpenteante carretera que se usaba para pasear los domingos se convirtió en la ruta principal para llegar al aeropuerto y la única para decenas de tractomulas que transportan la carga al principal puerto del país. Después de unos meses de esta debacle, el gobierno logró construirle un ramal alterno a la autopista que reemplaza el tramo caído del viaducto y que los venezolanos lo llaman “la trocha”.

Cuando llegué a Caracas no lo entendí, pues “la trocha” era una vía asfaltada de dos carriles por donde pasé rápidamente y sin problemas. Pero al regreso comprendí. La trocha se averió con las lluvias y los viajeros debimos tomar la carreterita de antes, por donde se forma una descomunal fila de carros desde la salida de Caracas hasta casi llegar al Simón Bolívar. Sin embargo, esta cola a paso de tortuga, bómper contra bómper, respirando humo de exhosto, resultó sorprendentemente reveladora de las contradicciones del polémico gobierno de Hugo Chávez.

Andar a paso de hombre me permitió apreciar en detalle el panorama de miseria que había en las calles de los barrios que íbamos atravesando. Pobreza extrema de casuchas de madera, y latas, oscuras. La gente sentada por ahí con las puertas abiertas aguantando el sopor de la tarde, sin que pareciera importarles el mal olor que despedía la basura, que cada cinco o seis cuadras, yacía tirada al lado de la vía.

Un desaliento profundo me invadió. ¿Dónde estaban los más de 50.000 millones de dólares que ha recibido la petrolera estatal venezolana en los últimos dos años? ¿dónde quedaba el discurso del chavismo de que estaban fundando un Estado nuevo, menos desigual y más justo?
Chávez lleva siete años gobernando a Venezuela. Ha tenido una chequera ilimitada por cuenta de los altísimos precios del petróleo, y todo el margen de maniobra política, con el cien por ciento del Legislativo en su bolsillo. ¿Por qué no ha resuelto problemas de calidad de vida tan graves en la propia Caracas?

El mandatario venezolano destinó las utilidades de la petrolera estatal, Pvdsa, para gastarlas en misiones sociales de educación y salud. Pero como esos millones no se ejecutan por el conducto presupuestal regular, los venezolanos no saben en qué se ha gastado exactamente, ni qué impacto real ha tenido este gasto en la nutrición y la calidad educativa de los niños.

Si Chávez con su gasto desaforado (sólo en 2004 éste creció 80 por ciento) logra realmente redistribuir la riqueza petrolera de manera duradera, y no se trata de un simple populismo de dádivas, estará cerrando la brecha de la desigualdad y el gasto a rodos habrá valido la pena. El temor es que la falta de control esté haciendo ricos a unos pocos, y a la mayoría más dependiente de los regalos del Estado.

Sigo paciente en la carretera y descubro afiches del sonriente Chávez pegados en las tablas que hacen de paredes a estas humildes casas. Se ve que los colgaron hace un tiempo y ya empiezan a descolorarse. Sin duda, los venezolanos más pobres han sentido al gobierno de Chávez como suyo, y esto lo ha hecho no sólo popular, sino también legítimo. Pero si quienes viven en la miseria no cambian pronto de vida, ese sentimiento se irá desvaneciendo, al igual que esos afiches amarillentos.

Pasan tres horas y aún no llego al aeropuerto. Es paradójico que Caracas, bajo el gobierno más agresivamente internacionalista desde Simón Bolívar, esté más aislada que nunca: precariedad para salir de o entrar al país; una inseguridad física y jurídica creciente, y un feroz control de cambios que torna el comercio difícil. Está como en guerra, sin guerra. Su gestión imperdonablemente ineficaz le ha quedado pequeña a sus grandes sueños del gobernante.

Eso se ve no sólo en el fracaso para resolver un problema de ingeniería, sino en la divertida y poco estratégica diplomacia del Presidente venezolano. Se fue a Bolivia a ponerle acicate a los anuncios de Evo Morales de nacionalización del gas en detrimento de la petrolera brasilera Petrobras, sin medir el cisma que estaba creando en la tan alardeada hermandad socialista de América Latina. En Brasil, Lula ha perdido puntos ante su propia opinión pública que lo vio traicionado por Chávez, y cediéndole a éste el liderazgo regional. “El problema no es Bolivia, escribió el viernes pasado en el diario Folha de S. Paulo, la editora Eliane Cantanhede. Es Venezuela, rica y con Chávez cada vez más voraz e imprevisible”.

Finalmente tomé el avión con gran pesadumbre. ¡Cómo Venezuela podía estar desperdiciando esta magnífica oportunidad de ponerse a la cabecera social y política de la región! Los dioses habían juntado allí en un mismo momento el liderazgo, el dinero y las ganas de empezar de nuevo. Pero, en lugar de brincar al futuro, Chávez –quizá mareado por el exceso de poder y de riqueza– estaba entorpeciendo el intercambio con el mundo y ganando enemigos innecesarios por todos lados. Si no hay un giro radical, su valiosa legitimidad popular corre el riesgo de evaporarse, y su revolución, de quedarse apenas en una retórica folclórica sólo para exportación.



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