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Chávez, el precursor

Chávez estuvo a punto de ser derrocado, en un golpe tan pintorescamente incompetente como él mismo, por su política de desafío al Imperio, 50340

Antonio Caballero
22 de abril de 2002

Mas que a su modelo declarado, el Libertador Simón Bolívar, el coronel Hugo Chávez recuerda a Francisco de Miranda, el Precursor. El cual, cuando hace casi dos siglos volvió a Caracas de las guerras napoleónicas para hacer la revolución de independencia en América y verse enredado en la maraña de las intrigas locales, traicionado por unos y enga-

ñado por otros, empantanado en su propia incompetencia militar y política, su autoritarismo y su ambición, y finalmente entregado por los suyos al enemigo español, refunfuñó furioso:

—Bochinche. Esta gente no saber hacer más que bochinche.

Lo de la semana pasada en Venezuela fue eso: bochinche. Con sus caceroladas y sus muertes, sus marchas y sus huelgas, sus vendidos y sus traidores, sus generales doblemente felones, su inverosímil conspiración de grandes empresarios y obreros del petróleo, su gerente de bolsillo que se creyó presidente de verdad, sus barriadas sublevadas, sus francotiradores y sus arzobispos, su golpe y su contragolpe y todos sus discursos. Chávez destituido, Chávez queriendo suicidarse, Chávez preso, Chávez decidido a confesar sus pecados con el arzobispo de Caracas, Chávez liberado, Chávez prometiendo venganza, Chávez triunfal. Bochinche. Grave, pero no serio.

Se lo ganó Chávez a pulso, por supuesto. Por las cosas que ha hecho y por las que no ha hecho, por las que ha prometido sin cumplir, por las que ha amagado sin atreverse a hacerlas. Por las esperanzas que ha despertado y los miedos que ha generado. Por fanfarrón y por errático, por populista y por militarista. Por los enemigos gratuitos que ha sabido ganarse torpemente, teniendo tantos verdaderos: desde los televidentes exasperados por sus constantes apariciones en la pantalla, interrumpiendo la programación (eso, ni a Fidel Castro se le aguanta); hasta los jerarcas de la Iglesia Católica, irritados al ver que a veces los llamaba enemigos del pueblo y a veces recurría a sus intermediaciones ante la Divina Providencia (o ante los militares sublevados); que a veces se proclamaba ferviente católico, y a veces militante de la Iglesia Evangelista. Los ricos, claro: los ha amenazado sin hacerles daño. La clase media: le ha hecho daño sin amenazarla. El pobrerío: le ha pintado en el aire pajaritos de oro, y era sólo un espejismo. Y los militares: pero que no digan ahora que Hugo Chávez, que ha sido militar toda su vida, no sabe cómo son los militares.

Digo que el pintoresco coronel se ganó a pulso el bochinche de la semana pasada, por su pintoresquismo. Pero no fue esa la causa verdadera de que estuviera a punto de ser derrocado en serio, en un golpe en toda regla que sólo falló porque sus adversarios resultaron tan pintorescamente incompetentes como él mismo. La causa verdadera es su política de desafío al Imperio norteamericano. En su aspecto petrolero por un lado: tratando de soliviantar a la Organización de Países Exportadores de Petróleo, Opep, para subir los precios, que Washington desea bajos. Y en su aspecto diplomático: por su irritante amistad con Fidel Castro (y su ayuda en combustible a Cuba sitiada por hambre), y por sus repetidas visitas a otros dirigentes del mundo también considerados enemigos por el gobierno de los Estados Unidos, los muy pocos que aún quedan: Gaddafi de Libia, Saddam de Irak, los ayatollas de Irán. Eso, el desafío al Imperio, es lo que a Chávez no se le perdona.

Y esa es la razón por la que el bochinche de los días pasados, aunque no fuera serio, es grave. Es un bochinche precursor de acontecimientos más serios, como en su tiempo lo fue el bochinche de Miranda (aunque en sentido diametralmente contrario: vino la guerra de la independencia, y no, como se prepara ahora, la confirmación de la dependencia). El golpe de sainete de los empresarios venezolanos es sólo el habitual globo de ensayo que suele lanzar la diplomacia norteamericana en su ‘patio trasero’ de América Latina antes de soltar el zarpazo definitivo. Se lo hizo Reagan a Noriega en Panamá, como se lo había hecho Nixon a Allende en Chile. Para los pensadores del Departamento de Estado (en este caso el tenebroso señor Otto Reich) es siempre a la segunda cuando va la vencida.

Que se cuide Chávez.

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