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Cifras comunes

¿Y cuántos son los muertos de la violencia política? Y cuántos son los de la violencia común? ¿Y los de la desnutrición? ¿Y los del hambre? De ellos no hay cifras

Antonio Caballero
13 de julio de 2003

Cuenta esta revista hace quince días que en los últimos diez años, entre 1991 y 2002, fueron asesinados en Colombia 1.925 sindicalistas (mil novecientos veinticinco). El año 96 fue el más sangriento: 284 muertos. Pero el promedio de la década es de 160 por año. El total, referido al número global de los trabajadores sindicalizados en Colombia (apenas un millón) representa un dos por mil.

Hace poco informó Asfaddes (la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos) que en los últimos veinticinco años, entre 1977 y 2002, en Colombia fueron detenidas por las autoridades militares y de policía 5.372 personas (cinco mil trescientas setenta y dos), que a continuación desaparecieron sin dejar rastro. Más de una cada dos días. En el mismo lapso -seis gobiernos, seis presidentes de uno u otro de los dos grandes partidos tradicionales, catorce o veinte comandantes de las Fuerzas Armadas y otros tantos embajadores de los Estados Unidos ostentosamente preocupados por el tema de los derechos humanos- fueron rechazadas en el Congreso o vetadas por el gobierno de turno todas las propuestas de ley destinadas a convertir en delito calificado esa cosa vaga y nebulosa, sin responsable exacto ni víctima conocida, puesto que no hay cadáver, que es la desaparición de un sospechoso detenido.

La semana pasada el gobierno español publicó un informe sobre la inmigración ilegal, en el que se da cuenta de que cada año llegan de Colombia cincuenta mil viajeros con visa de turista válida para tres meses, pero sólo cuatro mil de ellos utilizan el obligatorio pasaje de regreso. Es decir: que cada año hay cuarenta y seis mil colombianos dispuestos a pagar dos o tres millones de pesos para no regresar a su país, y quedarse en España ilegal y clandestinamente, a ver qué pasa, a ver qué sale, y convencido en todo caso de que lo que pase o lo que salga será mejor que un puesto de limosnero en un semáforo de Bogotá o de Medellín.

Sobre los desplazados internos de Colombia (esos limosneros de semáforo) no hay cifras oficiales: se habla de tres millones, pero lo cierto es que nadie se ha puesto a contarlos en serio.

¿Y cuántos son los muertos de la violencia política? ¿Y cuántos son los de la violencia común? ¿Y los de la desnutrición? ¿Y los del hambre? ¿Y los que fueron víctimas de los hospitales cerrados, saqueados, en quiebra? De ellos no hay cifras, ni a nadie capacitado para averiguar cifras le interesan.

El Fondo Monetario Internacional calcula (y esta que doy es una cifra de memoria, pues no guardé el recorte) otra cifra que en cierto modo explica todas las anteriores: la deuda externa de Colombia, el pago de cuyos intereses se les lleva a todos los gobiernos más de la mitad de sus recursos fiscales, equivale al dinero exportado por los colombianos a cuentas de bancos en el exterior. Cuentas de ricos viejos o de nuevos ricos, de ricos limpios o de ricos sucios. De ricos de toda índole.

Todas las que estoy dando, tanto las más precisas como las que apenas cito de oídas, son cifras, por así decirlo, anónimas. Cifras comunes, en el mismo sentido en que se habla de fosas comunes: la de cadáveres sin nombre. Las fosas en donde los colombianos llevamos medio siglo enterrando el futuro de Colombia.

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