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Ciudadanos sin pero

“Triplicar la riqueza en dos años a favor de dos familias lo pueden presentar como una proeza empresarial pero lo que realmente expresa es la captura del Estado por parte de un grupo ‘empresarial”, opina Rafael Rincón.

Semana
1 de abril de 2006

Hay un sector mayoritario de la población colombiana que después de presentarse añade una cláusula de salvamento a su honor, quizás en parte por su condición infortunada, pero principalmente porque ha heredado la convicción de que es portador de una pandemia llamada pobreza; dicen con la frente en alto: “Nosotros somos pobres, pero honrados”.

Existe un imaginario colectivo que criminaliza a las personas que sufren una condición de pobreza y que las lleva a tener que aclarar que su patrimonio es la honradez, las manos limpias, el buen nombre o el trabajo a pesar de sus privaciones.

Ahora, y volteando la tortilla, quienes deben dar explicaciones, aunque no lo hacen, son los potentados que en dos años triplicaron sus fortunas de toda la vida pasando de 1.500 millones de dólares a 4.500. ¿Cómo lo hicieron? La banca privada que sin hacer préstamos obtiene utilidades “billonarias” cada año procedentes de su agiotaje, de sus abusivas tasas de intermediación, de las especulaciones en créditos hipotecarios y de todas las gabelas conferidas por el gobierno de la seguridad democrática. O los terratenientes que incrementaron sus posesiones a sangre y fuego con cerca de cuatro millones de hectáreas de donde fueron desalojados 3,6 millones de personas que hoy se encuentran en situación de desplazamiento forzado mendigando una ayuda humanitaria.

Se creía que el enriquecimiento rápido y fácil era sólo de los narcotraficantes, pero, parece que “lícitamente” también es posible amasar fortunas en segundos, mientras el 60% de Colombia vive en la pobreza y una cuarta parte en la indigencia.

Ellos, los que tienen capturado al Estado, los que pueden hacer una compraventa con una multinacional de cervezas disfrazándola como “fusión de empresas” para evadir 1.200 millones de dólares en impuestos, son afortunados “empresarios”, son ricos y honrados, son ciudadanos sin pero, a ellos se les presume la honestidad; reciben honores del presidente Uribe Vélez como la Cruz de Boyacá y sus medios privados de comunicación los promueven como filántropos y mecenas.

La representación colectiva, el imaginario social, que ellos conocen y manipulan muy bien, los absuelve por anticipado de sus “crímenes”, como a los otros, a los pobres, desde la cuna los anatematiza como proclives al delito y a la violencia.

Sus controles sociales enseñan la pobreza y la riqueza como si fuera una condición personal inherente con la que se nace y que dependiendo de los esfuerzos y de la adquisición de competencias se puede rebasar.

Urge superar la pobreza como una condición subjetiva, como una esencia de una clase o como la carencia de competencias, o la falta de competitividad; es decir no se es pobre por vocación o por gusto o como atributo de la personalidad o para ser virtuoso; la pobreza está incluida en un sistema que genera desigualdad. La pobreza hay que definirla como un problema de distribución que genera inequidad; la pobreza es funcional para que otros vivan con sus excesos.

Triplicar la riqueza en dos años a favor de dos familias en todo un país lo pueden presentar los áulicos como una proeza empresarial digna de honores y merecedora de una reelección presidencial, pero lo que realmente expresa este hecho es la confabulación y la captura del Estado por parte de un grupo “empresarial” de especuladores y depredadores que detrás de bambalinas (léase conflicto armado) empobrecen a la mayoría de colombianos.

Para ellos no hay Estado de Derecho, ni derechos y el Estado Social es una amenaza. Aunque sus tropelías las visten con los adjetivos de la modernidad sin ser modernos, con los diminutivos del afecto y con los íconos religiosos. Así llaman “fusión” a una compraventa, seguridad “democrática” a una seguridad que sólo es para las élites, “convivir” a las empresas de la muerte, “vinculados” a la salud a los que no tienen ninguna seguridad social, “empleados” a los que trabajan una hora a la semana, en fin este país de parias es para ellos, después de cuatro años, un “país de propietarios”.

Superar la pobreza no es pues una tarea de madrugar más, de trabajar, trabajar y trabajar o de vencer la apatía; es una misión política de erradicar las condiciones desiguales en las que viven 44 millones de colombianos y de despojar de privilegios a propios y extraños que bajo la falsa consigna de generar empleo y atraer inversión consiguen ventajas fiscales y arrasan con los salarios y las prestaciones sociales de los pocos trabajadores que tiene Colombia.

Medellín, 28 de marzo de 2006

(*) Director del Consultorio de Derechos y Gobernabilidad hábeas corpus


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