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SILVIA PARRA

Ciudades inteligentes: aptas para gobiernos y ciudadanos inteligentes

En mi 'Smart City' soñada hay soluciones para los discapacitados, mi teléfono anuncia las lluvias y hay otras ventajas.

Silvia Parra, Silvia Parra
3 de agosto de 2013

Si me dicen defina lo que es vivir en una “ciudad inteligente”, yo cierro los ojos e imagino que estoy caminando por una calle que se va iluminando con cada paso que doy, veo a mi alrededor semáforos que regulan los tiempos según el tránsito y con soluciones para personas con algún tipo de discapacidad, sistemas de acueducto y energía automatizados para reducir desperdicios, edificios decorados con vallas publicitarias que se comunican con los transeúntes mediante mensajes personalizados.

Me siento tranquila, porque a mi alrededor hay cámaras de reconocimiento de rostros que permiten establecer los antecedentes de las personas que captan. Además, pueden determinar si un paquete abandonado en un parque o una esquina representa peligro y enviar una alarma a la patrulla de policía más cercana al sitio.

Mi teléfono inteligente me notifica que va a llover más tarde y para llegar a tiempo a mi cita me sugiere la ruta que estará más descongestionada. Voy manejando y en mi camino no existe un solo bus o un taxi haciendo repentinas paradas en la mitad de la vía, generando trancón. 

Al llegar a mi destino, avisos o paneles inteligentes me indican en qué lugar puedo parquear mi vehículo y así, sin ningún estrés y al mejor estilo de Minority Report, entro a mi cita médica. En el centro de salud, las historias clínicas de los pacientes y toda la tramitología de salud están sincronizadas en la nube en una gran base de datos unificada, de manera que cualquier clínica, hospital o especialista médico puede acceder a toda la información de un paciente.  

Abruptamente despierto y escucho voces repitiéndome que Medellín y Bogotá ya son ciudades “inteligentes”, entonces sacudo la cabeza, abro los ojos y me doy cuenta de lo desconectada que estoy de la realidad. 

Vivir en el sinfín del tránsito, tener que repetir cada vez que voy al médico quién soy, para qué vine, qué antecedentes tengo; entender que aún faltan años para que tengamos internet en cada rincón del país y sobre todo ser conscientes de que una cultura ciudadana no cambia de la noche a la mañana, me hace pensar que de pronto mis hijos sí podrán vivir en este entorno ideal en donde se aprovechan al máximo los recursos tecnológicos al ponerlos al servicio de la comunidad.

La buena noticia es que no es necesario que se trate de una ciudad  cosmopolita o de la capital de un país para convertirse en una ‘Smart City’. Se asombrarían al saber la cantidad de ciudades de todos los continentes que hacen sus mayores esfuerzos por entrar en este proceso de transformación.

Una ciudad inteligente es aquella capaz de hacer mucho con menos,  optimizar el uso de los recursos, hacerles la vida más fácil a los ciudadanos, permitir que el Estado ahorre recursos y adoptar una gran conciencia ecológica.  

Hoy uno de los casos ejemplares de ‘Smart City’ es Singapur, en donde existe un sistema inteligente de tránsito que permite no solo cobrar electrónicamente a cada conductor la tarifa de congestión y el peaje, sino también poder manejar los flujos vehiculares, según la hora.  

Copenhague es líder en innovación sustentable, se comprometió a alcanzar neutralidad de carbono en el 2025 y el 40% de sus habitantes se transporta hoy en bicicleta. Hong Kong, por su parte, experimenta la adopción de la tecnología RFID, la identificación de objetos por ondas de radio, por medio de pequeñas etiquetas. Son líderes en el uso de tarjetas inteligentes, que se utilizan masivamente para transporte público, acceso a bibliotecas, edificios, ir de compras y en estacionamientos

En Sudáfrica, IBM desarrolló una aplicación para teléfonos inteligentes llamada WaterWatchers, para que cualquier ciudadano que descubra una pérdida de agua, un caño defectuoso o un canal dañado, pueda inmediatamente enviar un mensaje de texto con la denuncia, anexando una imagen y los datos de ubicación. 

Otro buen ejemplo de cómo aprovechar productivamente sus recursos  y datos virtuales es Río de Janeiro. Desde una sala de control monitorean en tiempo real la situación de la ciudad. El objetivo, asegura IBM, desarrollador de la plataforma, es mejorar la capacidad de respuesta ante emergencias  e incidentes, como accidentes de tránsito, inundaciones, deslizamientos de tierra, entre otros.

Teniendo en cuenta los ejemplos anteriores, vale la pena resaltar que Medellín es ciudad innovadora, pero todavía no inteligente. Tiene todas las buenas intenciones y la meta muy clara de convertirse en una de las ciudades del futuro. 

Le aplaudo los grandes adelantos que viene realizando en los últimos años. Los avances en el transporte público masivo y en el sistema de bicicletas públicas como opción de movilidad sostenible, el apoyo a las iniciativas empresariales tecnológicas, el aporte y la maximización de los recursos tecnológicos dirigidos a la educación escolar.

Al igual que en Bogotá, las diferentes aplicaciones de gobierno electrónico, cadenas de trámites y servicios en línea, el acceso público a internet y sistemas de gestión integral de transportes permiten que hoy que estas urbes comiencen a labrar su camino para convertirse en ciudades con gran desarrollo urbano.

No hay un ideal de ‘ciudad inteligente’, ni una que llene todas las áreas  requeridas, cada ciudad establece sus prioridades. Londres, por ejemplo, es fuerte en vigilancia, mientras Helsinki, Finlandia, se centra en salud. De manera que nosotros, en principio, deberíamos comenzar por tener ciento  por ciento conectividad a internet y de acceso a banda ancha en cada rincón de país. Luego podríamos empezar a ser inteligentes en educación, después en salud, en movilidad, y así paulatinamente. 

Sobra decir que ciudades inteligentes solo pueden funcionar correctamente con gobiernos y ciudadanos inteligentes, la tecnología por sí misma no resuelve los problemas de la ciudad. Se requiere de una buena gestión de los recursos y el aprovechamiento del uso de las tecnologías para mejorar los servicios de la comunidad, la calidad de vida, el ahorro de energía y la reducción de emisiones de carbono. 

Así mismo, es necesario que exista colaboración y participación. Es muy fácil criticar y quejarse, sobre todo en países con tantas necesidades prioritarias como el nuestro. Pero la ciudad sólo puede crecer de la mano de sus habitantes. La ciudad aporta, los ciudadanos aportan. Esto implica un cambio de cultura. Dejar de criticar y empezar a actuar.

¿Quién se anima a crear un tanque de pensamiento para aportar ideas de cómo convertir su ciudad en una ‘Smart City’?


En Twitter: @Silvia_Parra