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Claroscuros de la Iglesia

Con Castro llega a la presidencia de la Conferencia Episcopal un hombre maduro, de diálogo, lo cual se manifiesta en su apoyo al intercambio humanitario

Semana
17 de julio de 2005

La estupenda revista mexicana, y ahora también española, Letras Libres, publicó en su último número una discusión de gran interés entre el abstruso filósofo Jürgen Habermas y un transparente, en cambio, cardenal Joseph Ratzinger, cuando era el "guardián del dogma" y no había llegado a Papa todavía. Habermas, como siempre, me resultó incomprensible; en cambio, el hoy Pontífice revela en esa intervención una claridad, una cultura y una inteligencia que me lo hacen ver como una figura mucho más compleja y ambigua de lo que pensaba. Por ejemplo esta reflexión suya sobre el terror adquiere gran actualidad ante lo que pasó la semana pasada en Londres y lo que ocurre cada día en Irak:

"La humanidad no necesita en absoluto de una Gran Guerra para volver inhabitable el mundo. Las fuerzas anónimas del terror, que pueden causar estragos en todas partes, son lo bastante poderosas para hacernos sufrir a todos en la vida cotidiana; surge así el espectro de elementos criminales capaces de acceder a los mayores potenciales de destrucción, para librar el mundo al caos sin tocar el orden político. ¿De qué fuentes se nutre el terrorismo? ¿Cómo erradicar desde dentro la nueva enfermedad de la humanidad? Lo que asusta en este caso es que, por una parte, el terrorismo se da a sí mismo legitimaciones morales. Los mensajes de Ben Laden presentan el terrorismo como la respuesta de los pueblos impotentes y oprimidos ante la soberbia de los poderosos, como el merecido castigo a sus pretensiones, a su autocelebración y su barbarie, que ofenden a Dios. Para algunos hombres situados en ciertas condiciones sociales y políticas, esos razonamientos son manifiestamente convincentes. El comportamiento terrorista también suele justificarse, en parte, como una defensa de la tradición religiosa contra el ateísmo de la sociedad occidental".

Y Ratzinger es capaz de ir más allá, incluso hasta plantearse si la religión no podrá ser a veces algo nocivo para la humanidad. Dice así: "En este punto, se puede hacer una pregunta: cuando el terrorismo se nutre también de fanatismo religioso -y es el caso-, ¿es la religión una fuerza que permite la felicidad y la salvación, o no es más bien una fuerza arcaica y peligrosa que edifica falsos universalismos y fomenta así la intolerancia y el terrorismo?". Obviamente, la respuesta del Papa no es un sí, sino un no bastante matizado. Para él es conveniente que "la luz divina de la razón" sea "un órgano de control que la religión debe aceptar como un órgano permanente de purificación y regulación" y al mismo tiempo propone que la razón entienda sus límites y "escuche las grandes tradiciones religiosas de la humanidad". Para el Papa, razón y religión se purifican y regeneran mutuamente.

Estamos aquí frente al jefe espiritual de una religión madura, que ya pasó, digámoslo así, por la crisis adolescente de su fanatismo medieval, que ya superó la ilusión autoritaria de erigirse en teocracia, y que moderó su absolutismo dogmático pasando por el tamiz del Siglo de las Luces, cuando la Razón impuso los derechos del hombre y el ideal de la tolerancia. Es este paso a la edad madura lo que le hace falta todavía a buena parte del Islam. Si se mantiene la idea fundamentalista de que las leyes deben ser un reflejo del Libro o de los dogmas, en vez de un pacto democrático entre los distintos pensamientos que hay en toda sociedad, estaremos siempre al borde del totalitarismo.

Por eso ha sido tan sana y tan bien recibida la designación de monseñor Luis Augusto Castro como nuevo presidente del episcopado colombiano. Las relaciones entre gobierno e Iglesia deben ser de mutuo respeto y de mutuas sugerencias. Con Castro llega un hombre maduro, de diálogo, lo cual se manifiesta por ejemplo en su apoyo al intercambio humanitario. Por supuesto que canjear secuestrados por secuestradores es una triste derrota y una claudicación del Estado. Pero es también, y ante todo, una manera de disminuir el sufrimiento. En el caso de personas que llevan seis años secuestradas (tres de ellos bajo este gobierno), habrá que reconocer que la acción militar no ha dado resultado. Y no hay derecho a que un gobierno deje que sus ciudadanos inocentes se pudran en un campo de concentración en la selva si no es capaz de rescatarlos. Toca aceptar la incompetencia y, lamentablemente, ceder al chantaje.

También convendría que monseñor Castro revisara la piedad de los hombres de Ralito. Da grima y risa leer el informe de El Tiempo en el que se nos cuenta que los capos de las autodefensas se arrodillaron a orar por la salud del Papa poco antes de su muerte. También ellos han defendido su terrorismo con pérfidas "legitimaciones morales." Y ahora edifican templos en la zona de despeje. Como en los tiempos medievales de las indulgencias pagadas, pareciera que los paramilitares quisieran comprarse, no sólo las mejores tierras del país, sino también el cielo con la plata.

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