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Claudia, controla el ego

No entiendo el empeño de la alcaldesa de rivalizar con Duque. Convocar ruedas de prensa paralelas al presidente significa que no logra domar su prepotencia.

Salud Hernández-Mora, Salud Hernández-Mora
28 de marzo de 2020

Siento ser aguafiestas. Lamento no subirme al bus de los optimistas incorregibles y los políticamente correctos. Pero de esta primera guerra mundial contra la propagación de un virus no saldremos abrazados y felices, más unidos que nunca, como muchos quisiéramos.

Será imposible evitar demandas judiciales contra gobernantes criminales, combates de egos, peleas políticas, diferencias personales irreconciliables, litigios entre países y una ruina económica que algunos utilizarán para exacerbar el resentimiento social y el odio por las tremendas desigualdades sociales.

Cuando apenas entramos en la primera cuarentena (no dudo de que habrá otra), Petro critica a Claudia López por lo que sea. Le preocupa que al irle bien en estos momentos inciertos, propicios para mostrar eficiencia y liderazgo, se le atraviese luego en su sempiterna carrera hacia la presidencia. Nada distinto le importa y lo malo para él es que, ahora, se le nota.

También sustento mi desánimo en los frecuentes ataques a los empresarios de boca de personas que jamás crearon un solo puesto de trabajo, que desconocen la angustia por no poder pagar una nómina. El resentimiento que transpiran no lo evaporará esta guerra y, menos aún, la durísima etapa posterior que nos espera con la ruina de incontables empresas.

Otro factor disonante será la catástrofe humanitaria venezolana que generó el chavismo, más presente que nunca entre nosotros. En la comparecencia de Casa Nariño del sábado, Claudia López prometió, en un erróneo tono populista, “techo y comida” para todos, y miró hacia Duque como si materializar ese imposible no fuese tarea suya. No debimos aguardar mucho para corroborar su irresponsabilidad. El miércoles echaron de una residencia, en el centro de Bogotá, a venezolanos por no pagar la pieza. La Alcaldía sacó el cuerpo y pasó el problema a Migración Colombia.

No entiendo el empeño de la alcaldesa de rivalizar con Duque. Convocar ruedas de prensa paralelas al presidente significa que no logra domar su prepotencia.

No necesita competir, ya demostró inteligencia y carácter. Cabría recordarle que la única palabra que hoy día interesa para navegar la tormenta es Unidad.

 Otro factor que me convence de que poco o nada variará sustancialmente es observar el pasado reciente. Suena desalentador, pero no aprendimos ninguna lección moral de la debacle económica de 2008, aquella bola de nieve que precipitó al vacío la quiebra de Lehman Brothers.

¿Recuerdan? Íbamos a ser distintos, pensábamos desterrar a los capitalistas insaciables, avaros y exhibicionistas. Nada de bonos multimillonarios en Wall Street. Adiós a los jóvenes tiburones, a los megaladrones Madoff, a los Piedrahíta;

bienvenidos las almas generosas, los dirigentes sensibles, solidarios y honestos. La Tierra escucharía más a historiadores y filósofos, reinaría la equidad y la justicia.

¿Y qué pasó? En cuanto enterramos la palabra crisis, cuando el mundo salió del hoyo y trocamos desempleo por empleos-basura, regresaron los bonos de 100 millones de dólares, la ambición desmedida; volvieron a deslumbrar los millonarios, las marcas lujosas, idéntico afán consumista, al que China se sumaba con frenesí de nuevo rico.

En Colombia, en lugar de los Nule, estallaba en 2012 el escándalo de Interbolsa, elegante chuzo de una mano de estafadores de alta alcurnia.

Entretanto, irrumpían las redes sociales-cloacas y Su Majestad la Selfie. Ellen De Generes, en la entrega de los Óscar de 2014, la elevó a la gloria. Tomarse una foto, aún a riesgo de la vida, y conseguir likes, se convirtió en anhelo planetario. Luego aparecieron Instagram y las influencers, para promover al infinito la competencia por más y más consumo.

¿Y ahora? ¿De verdad creen que aprenderemos de este horror, que nos invadirá un ciclón moralista? ¿Sabremos apreciar la libertad de pasear, dar la mano, cuidar a los mayores, disfrutar un libro, el silencio, imaginar juegos con los niños, pasarlo bien con los tuyos sin salir de casa?  

La única buena noticia de estos aciagos días es que el coronavirus destronará a Trump. Se le acaba el reinado, adiós, por desgracia para todos, a la fantástica racha económica que había logrado. No es que el burócrata y septuagenario Biden levante pasiones ni le llegue a la altura de los zapatos a Obama, pero parece previsible y moderado, un bálsamo en estos tiempos convulsos.

Pese a mi pesimismo innato, no quisiera dejar de soñar con un giro radical en el planeta, con la reaparición de principios y valores morales, con una hermandad nueva. Mi único argumento es que, junto a los desencantos, la covid-19 deja incontables héroes anónimos, personas que arriesgan su vida por salvar al prójimo. No nos alcanza la vida para agradecérselo.

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