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No más medias tintas con Venezuela

Chávez y Maduro traicionaron tanto a Uribe como a Santos. La diplomacia de apaciguamiento no funciona con nuestro vecino bolivariano.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
7 de abril de 2017

En la segunda vuelta de junio de 2014 en que las negociaciones con las FARC dominaban el debate electoral, el presidente Juan Manuel Santos derrotó a Óscar Iván Zuluaga con un margen de 20.000 votos en Cúcuta. En el plebiscito del 2 de octubre en la capital de Norte de Santander el No venció al Sí por más de 74.000 votos: un cambio neto de 94.000. El primer acuerdo con la guerrilla fue rechazado nacionalmente por una diferencia menor. En otras palabras, el vuelco de opinión de los cucuteños fue fundamental para el desenlace final.

¿Qué generó ese giro de 180 grados? Venezuela. O para ser más precisos, el régimen de Nicolás Maduro. En agosto de 2015 cerró la frontera y comenzó deportaciones masivas de colombianos. Humilló a nuestros compatriotas y adoptó acciones reminiscente de los Nazis (la guardia bolivariana marcaba con cruces las casas de colombianos para facilitar su destrucción y la expulsión de sus habitantes). Pulularon las imágenes de familias pobres huyendo de territorio venezolano con sus pocas pertenencias. Cúcuta sufrió el peor embate de esta emergencia humanitaria.
Si bien el gobierno del presidente Santos reaccionó con firmeza a la agresividad de Maduro, denunció los abusos ante la OEA e hizo presencia masiva en la frontera con ayudas inmediatas a los desplazados, continuó aceptando la participación de Venezuela como acompañante internacional del proceso en La Habana. Para muchos cucuteños -y colombianos- era una posición incongruente. No tenía presentación seguir compartiendo mesa con un gobierno que reprimía a nuestros nacionales humildes.

En Bogotá, el enfrentamiento 24/7 entre Maduro y la oposición y las penurias económicas de los venezolanos son seguidos con interés. En Cúcuta su impacto es diario y tangible. Han sido testigos de primera mano del derrumbe social y político de sus vecinos. No quieren ver a Maduro ni en pintura y menos al lado de Santos (como ocurrió en Cartagena seis días antes del plebiscito). No necesitaban que la campaña del Centro Democrático para salir a votar “emberracados” contra un acuerdo que tenía la bendición del “castro-chavismo”.

Santos consideró demasiado riesgoso expulsar a Venezuela de su rol en las negociaciones de las FARC. Sabía que para la guerrilla la presencia del gobierno de Caracas era fundamental; por algo había emprendido una reconciliación con Hugo Chávez a los pocos días de su posesión en agosto de 2010. La paz con las FARC pasaba por Venezuela.

Irónicamente, lo mismo pensó el ex presidente Álvaro Uribe. Fue Uribe quien le pidió a Chávez liderar un posible intercambio humanitario de Ingrid Betancourt y los demás secuestrados en la segunda mitad de 2007. Autorizó incluso la reunión del entonces mandatario venezolano con alias Iván Márquez (una foto que causó consternación en Colombia en su momento). Semejante decisión no fue flor de un día. Pocos se acuerdan pero desde agosto 2002 a noviembre de 2007 hubo un “détente”, al estilo de la Guerra Fría, entre Colombia y Venezuela. Florecieron el intercambio comercial -Venezuela fue el segundo destino de exportaciones colombianas que crecían exponencialmente- y la cooperación. Se acordó la construcción -¡por PDVSA!- del gasoducto binacional. Por unos años Colombia le proveería gas a Venezuela y luego se haría al revés. Era una diplomacia pragmática que buscaba estrechar los vínculos económicos para que sirvieran como un antídoto a las evidentes diferencias políticas entre Uribe y Chávez. Eventualmente, fracasó. Para el régimen chavista la ideología prima sobre todo. Durante la luna de miel, permitió el establecimiento de campamentos de las FARC en territorio venezolano y hubo discusiones de cómo proveerles armas. Y Chávez no dudó en cortar de un tajo el comercio bilateral cuando dejó de ser útil ese acercamiento con el gobierno de Uribe.

A Santos le pasó lo mismo con Maduro. Su abierta amistad le costó votos determinantes en el plebiscito y hoy lo debilita internamente. Según las encuestas, no hay nadie que produce más oprobio en la opinión pública colombiana que el dictador venezolano. Nadie.

Durante años, el régimen bolivariano contó con una ventaja comparativa sobre Colombia en la región. La mayoría de los gobiernos o eran simpatizantes ideológicos o se beneficiaban de la generosidad petrolera de Caracas. Eso le permitía imponer su agenda en UNASUR e incluso en la OEA. Cuando el embajador de Uribe ante la OEA denunció en julio de 2010 la presencia de campamentos guerrilleros en territorio venezolano, fue recibido con indiferencia y silencio sepulcral. Hoy, ya no es así. Gracias al activismo y liderazgo del secretario general, Luis Almagro, la OEA despertó de su letargo. Que 19 países exigieran la activación de la Carta Democrática para Venezuela era impensable hasta hace poco.

Por primera vez, Colombia tiene con quién trabajar. Hay que mantener la presión diplomática. Sería un error volver a confiar en la buena fe de Maduro y sus compinches. Ellos seguirán violando la frontera, usurpando su Constitución y alimentando la discordia entre los colombianos. Es hora de plantear un frente unido ante las agresiones bolivarianas. Reconocer que tanto Uribe como Santos se han equivocado en el pasado. Colombia tiene que estar de lado de la democracia y no del tirano. La historia no nos absolverá.

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