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Colombia es mucho más que las Farc

No le demos a la guerrilla una importancia que nunca se ha ganado.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
20 de octubre de 2017

“No puede ser – se lamentó uno de los comentaristas radiales esta semana-que las Farc vayan a ser nuevamente quienes decidan el próximo presidente de Colombia”. En otra emisora, un analista rememoró como llevábamos 40 años de elecciones donde el tema central era esa guerrilla. Me aterran esas generalizaciones y falta de rigor. Se diseminan sin pudor medias verdades e incluso falsedades. Una revisión de los comicios presidenciales desde 1982 a la fecha refuta esa tesis absoluta. Se encuentra que la relevancia de las Farc es más la excepción que la regla.

Si bien Belisario Betancur fue el primero en negociar con esa guerrilla, esta era desconocida por la opinión pública. El M-19 dominaba los titulares. Y Betancur fue elegido en 1982 no porque su propuesta de paz convenciera a la mayoría (recibió 47 por ciento) sino por la división liberal entre el candidato oficial Alfonso López Michelsen y el disidente Luis Carlos Galán.

En 1986, se volvió a la media histórica con la victoria aplastante del liberal Virgilio Barco sobre el conservador Álvaro Gómez (58-35). Ese año fue la primera contienda donde participó la Unión Patriótica, partido que nació de los acuerdos de La Uribe con las Farc. Su candidato Jaime Pardo Leal logró apenas el 4,5 por ciento de los votos. En términos electorales, un resultado paupérrimo, pero porque en Colombia perder también es ganar un poco, fue descrito por la prensa de la época como un triunfo.

Ni en las elecciones de 1990 ni 1994 importaron las Farc. Pesó más la guerra contra Pablo Escobar en la primera y las personalidades de los dos candidatos –Ernesto Samper y Andrés Pastrana- en la segunda.

Para la sabiduría convencional no hay duda –es verdad revelada- que en 1998 las Farc sí fueron determinantes. Que gracias a ellas o por culpa de ellas –depende de la posición política del lector-, Andrés Pastrana le ganó a Horacio Serpa. Citan dos hechos: el primero es insignificante y el segundo es cierto, pero posterior a las elecciones.
Unos días antes de la segunda vuelta, se publicó una foto de Víctor G. Ricardo, asesor de Pastrana, con alias Tirofijo, en la cual el comandante guerrillero lucía en una de sus muñecas un reloj de la campaña del candidato de la Gran Alianza para el Cambio. Muchos atribuyeron la victoria de Pastrana a ese golpe publicitario. Hace unos años asistí a una presentación de Jorge Londoño, entonces director de Invamer-Gallup sobre ese tema. Cifras en mano Londoño desvirtuó esa tesis. Explicó que no hubo un cambio en la tendencia que ya favorecía a Pastrana, debido al apoyo decidido de quienes votaron por Noemí Sanín en la primera vuelta. Esos votantes eran fervientes antisamperistas, que nunca respaldarían a Serpa.

Sin embargo, aún hoy muchos se creen el cuento de las Farc electoras. Parte de ese error se debe a la primera foto entre Pastrana y Tirofijo, divulgada poco después de las elecciones (hay personas que me siguen insistiendo que esa reunión ocurrió antes. Que fue definitiva). Esa combinación de fotos e interpretaciones equivocadas fue aprovechada hábilmente por las Farc, para inflar su preponderancia en la vida pública nacional.

Irónicamente, esa prepotencia les costó en 2002. Por primera vez, sí fueron el tema de la campaña, que ganó Álvaro Uribe Vélez. Ningún presidente reciente fue elegido con un mandato más claro y contundente. El 2006 fue Uribe, Uribe y Uribe. Amor y odio. El 62 por ciento ratificó su apoyo al mandatario.

Fueron tan poco relevantes las Farc en 2010, que alcanzó a prender vuelo una ola verde, cuyos candidatos a la Presidencia y Vicepresidencia representaban una Colombia posconflicto. Si bien esa opción no cuajó –los colombianos optaron por la continuidad prometida de Juan Manuel Santos-, el solo hecho de que pasaran a la segunda vuelta demostró la caída en importancia de esa guerrilla.

Incluso es llamativo que en 2014, en medio de las negociaciones con las Farc, ese tema no apareciera como prioritario en las encuestas anteriores a la primera vuelta. Sólo en la segunda, cuando se dio la polarización entre Santos y Óscar Iván Zuluaga, la paz pasó a primer plano.

Si con las armas, el secuestro, el terrorismo y gobiernos amigos las Farc no pudieron doblegar a 48 millones de colombianos ni marcar la pauta en nueve elecciones, es absurdo que ahora le demos tanta trascendencia. No se la han ganado. Su único legado es de muerte y destrucción, de multiplicadores de tragedias, de generadores de industrias del crimen. Son una guerrilla fracasada. Que después de 50 años de matar, matar y matar; secuestrar, secuestrar y secuestrar; traficar, traficar y traficar, tienen como botín principal 10 curules en el Congreso por ocho años.

No les hagamos campaña gratis. Representan una ínfima minoría. No dejemos que mezquindades y odios coyunturales nos hagan perder el norte. Y que nos arrebaten el triunfo de la sociedad contra una de las más grandes organizaciones criminales y terroristas de la historia reciente.

Hay una letra de la canción Sunday Bloody Sunday, de la banda musical irlandesa U2 que describe a la perfección lo absurdo de la discusión política actual en Colombia. Refiriéndose a la lucha intestina entre católicos y protestantes en Irlanda del Norte, dice: “La verdadera batalla acaba de comenzar, para reclamar la victoria que Jesús ganó”.

En Twitter Fonzi65

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