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Colombia en guerra en una región ingobernable

"El conflicto colombiano se ubica en lo que podríamos llamar la crisis regional andina de gobernabilidad", explica Joaquín Villalobos, ex comandante de la guerrilla salvadoreña.

Semana
24 de julio de 2005

del continente. La improvisación, el caudillismo, el extremismo y la antipolítica ganaron terreno, la calidad de la competencia y, por supuesto, de los resultados bajaron. En Bolivia se recicló un dictador, en Ecuador un presidente se puso a cantar y lo derrocaron, y en Venezuela, como presagio de lo que se venía, la última elección fue una competencia entre un coronel golpista y una ex miss universo. Se gastaron así millones en fortalecimiento institucional para que hubiese justicia independiente, descentralización y para que los estados fuesen eficaces, sin embargo la clase política y los partidos, que eran el corazón del problema, siguieron desarrollándose sin plan, sin reglas, de forma silvestre y a lo que saliera. Ahora la región Andina se ha vuelto ingobernable y, en Centroamérica, Nicaragua ya está en crisis, mientras El Salvador, Honduras y Guatemala, atormentados por la violencia, van por el mismo camino. La conclusión es obvia, la primera institución para asegurar la gobernabilidad y la eficacia de la democracia son los partidos y la clase política, sin ellos fallan las instituciones y fracasa todo. Democracias emergentes que requerían una combinación de habilidades para pactar y conocimiento para inventar soluciones a las economías, la seguridad, los conflictos internos, la pobreza, la exclusión y la corrupción cayeron en manos de quienes veían gobernar como un premio y una realización personal y no como una responsabilidad profesional para dirigir una colectividad. Como ejemplo tragicómico de esta realidad cabe citar una pancarta en un poblado de México que textualmente decía: "que se vayan los incapaces y regresen los corruptos". Posiblemente Suecia o Gran Bretaña pueden soportar un mal gobierno porque muchas de sus instituciones están consolidadas, pero países pobres y violentos que viven de rentas que vuelven perezosos a sus productores, pueden colapsar con un solo gobierno en malas manos. Mientras la clase política sea intelectualmente pobre y mientras ésta, sin menoscabo de las excepciones, siga saliendo de los cuarteles, las calles o la farándula, en vez de la excelencia de las universidades, la estabilidad será una lotería. La necesidad de ciudadanos cívicamente educados e informados, una clase política ilustrada y partidos institucionalmente sólidos es el punto fundamental. Aquellos países como Costa Rica, Uruguay, Chile, México, Argentina y Colombia, no sin grandes defectos, riesgos y problemas, están mejor, o menos peor, por sus reservas de masa crítica o experiencia democrática, y en esto podemos ubicar la diferencia de Colombia con su propia región. Una señal de la buena política es cuando gobiernos de distinto signo partidario se complementan compitiendo y sin proponérselo para resolver grandes problemas. En Colombia los últimos gobiernos se fueron combinando en la solución del problema de la violencia, Gaviria negoció la paz con varios grupos guerrilleros, Samper destruyó a los grandes carteles del narcotráfico, Pastrana, con su política de diálogo, legitimó el uso de la fuerza y Uribe, basado en todos los resultados anteriores pudo usar la fuerza con ventaja e iniciar el control del territorio colombiano. Esto mismo se ha repetido en la alcaldía de Bogotá, donde un alcalde organizó la recolección de impuestos, otro realizó grandes obras urbanas, otro se empeñó en modificar las conductas de los bogotanos y el más reciente está concentrado en temas sociales. La política nacional colombiana está respondiendo bien en el manejo de un conflicto muy complejo. Una revisión rápida de candidatos y partidos para las elecciones del 2006 deja claro que no hay riesgos en el horizonte. La reelección del actual presidente Uribe para un observador externo, es un tema relacionado con la política doméstica, pero no con la continuidad exitosa de la pacificación colombiana. Sin embargo, ese éxito en la gobernabilidad ha colocado a Colombia frente a su más grande reto histórico: consolidar el Estado a nivel local para asegurar el dominio del territorio y reducir la violencia. Pero para lograr esto es indispensable una política local sana, ya que los riesgos de que las desmovilizaciones de paramilitares deriven en un reciclamiento de la violencia y en un control de los narcotraficantes en los municipios son reales y elevados. Una guerra irregular es esencialmente política, por lo tanto, aunque resulte importante hablar de los escenarios de combate militar y de la necesidad de perseguir a la dirigencia de las FARC, no hay que olvidar que el corazón del problema es que la democracia funcione bien y sin miedo en el campo y en los gobiernos locales. La anterior es una columna para la Fundación Ideas para la Paz. Para descargarla en PDF, del continente. La improvisación, el caudillismo, el extremismo y la antipolítica ganaron terreno, la calidad de la competencia y, por supuesto, de los resultados bajaron. En Bolivia se recicló un dictador, en Ecuador un presidente se puso a cantar y lo derrocaron, y en Venezuela, como presagio de lo que se venía, la última elección fue una competencia entre un coronel golpista y una ex miss universo. Se gastaron así millones en fortalecimiento institucional para que hubiese justicia independiente, descentralización y para que los estados fuesen eficaces, sin embargo la clase política y los partidos, que eran el corazón del problema, siguieron desarrollándose sin plan, sin reglas, de forma silvestre y a lo que saliera. Ahora la región Andina se ha vuelto ingobernable y, en Centroamérica, Nicaragua ya está en crisis, mientras El Salvador, Honduras y Guatemala, atormentados por la violencia, van por el mismo camino. La conclusión es obvia, la primera institución para asegurar la gobernabilidad y la eficacia de la democracia son los partidos y la clase política, sin ellos fallan las instituciones y fracasa todo. Democracias emergentes que requerían una combinación de habilidades para pactar y conocimiento para inventar soluciones a las economías, la seguridad, los conflictos internos, la pobreza, la exclusión y la corrupción cayeron en manos de quienes veían gobernar como un premio y una realización personal y no como una responsabilidad profesional para dirigir una colectividad. Como ejemplo tragicómico de esta realidad cabe citar una pancarta en un poblado de México que textualmente decía: "que se vayan los incapaces y regresen los corruptos". Posiblemente Suecia o Gran Bretaña pueden soportar un mal gobierno porque muchas de sus instituciones están consolidadas, pero países pobres y violentos que viven de rentas que vuelven perezosos a sus productores, pueden colapsar con un solo gobierno en malas manos. Mientras la clase política sea intelectualmente pobre y mientras ésta, sin menoscabo de las excepciones, siga saliendo de los cuarteles, las calles o la farándula, en vez de la excelencia de las universidades, la estabilidad será una lotería. La necesidad de ciudadanos cívicamente educados e informados, una clase política ilustrada y partidos institucionalmente sólidos es el punto fundamental. Aquellos países como Costa Rica, Uruguay, Chile, México, Argentina y Colombia, no sin grandes defectos, riesgos y problemas, están mejor, o menos peor, por sus reservas de masa crítica o experiencia democrática, y en esto podemos ubicar la diferencia de Colombia con su propia región. Una señal de la buena política es cuando gobiernos de distinto signo partidario se complementan compitiendo y sin proponérselo para resolver grandes problemas. En Colombia los últimos gobiernos se fueron combinando en la solución del problema de la violencia, Gaviria negoció la paz con varios grupos guerrilleros, Samper destruyó a los grandes carteles del narcotráfico, Pastrana, con su política de diálogo, legitimó el uso de la fuerza y Uribe, basado en todos los resultados anteriores pudo usar la fuerza con ventaja e iniciar el control del territorio colombiano. Esto mismo se ha repetido en la alcaldía de Bogotá, donde un alcalde organizó la recolección de impuestos, otro realizó grandes obras urbanas, otro se empeñó en modificar las conductas de los bogotanos y el más reciente está concentrado en temas sociales. La política nacional colombiana está respondiendo bien en el manejo de un conflicto muy complejo. Una revisión rápida de candidatos y partidos para las elecciones del 2006 deja claro que no hay riesgos en el horizonte. La reelección del actual presidente Uribe para un observador externo, es un tema relacionado con la política doméstica, pero no con la continuidad exitosa de la pacificación colombiana. Sin embargo, ese éxito en la gobernabilidad ha colocado a Colombia frente a su más grande reto histórico: consolidar el Estado a nivel local para asegurar el dominio del territorio y reducir la violencia. Pero para lograr esto es indispensable una política local sana, ya que los riesgos de que las desmovilizaciones de paramilitares deriven en un reciclamiento de la violencia y en un control de los narcotraficantes en los municipios son reales y elevados. Una guerra irregular es esencialmente política, por lo tanto, aunque resulte importante hablar de los escenarios de combate militar y de la necesidad de perseguir a la dirigencia de las FARC, no hay que olvidar que el corazón del problema es que la democracia funcione bien y sin miedo en el campo y en los gobiernos locales. La anterior es una columna para la Fundación Ideas para la Paz. Para descargarla en PDF, haga clic aquí. Para ver más información visite

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