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COLOMBIA A LA SOMBRA DE VENEZUELA

Semana
30 de agosto de 1982

El novelista francés Marcel Proust concibió su mejor obra con el título "A la Recherche du temps perdu". (En busca del tiempo perdido), que nos sirve de introducción para describir la tarea diplomática que le espera al próximo mandatario de la nación, Belisario Betancur, cuando asuma el poder y convoque a su ministro de Relaciones Exteriores para estudiar las relaciones con Venezuela. Detrás de la fraseología convencional -"los lazos de una amistad forjada en las luchas libertadoras"-, "reafirmar aún más, si cabe, la honda comprensión de nuestros dos gobiernos y naciones", "las urgencias inaplazables de la integración andina" -se esconden problemas que no han sido resueltos, sino aplazados, en los cuatro últimos años del gobierno de la administración Turbay. Esos problemas conviene tratarlos con objetividad, pero con franqueza. Vivimos una época de afirmaciones y negaciones entre países amigos, para situarse en un terreno de realidad.
Dentro de la Alianza Atlántica, el presidente Francois Mitterrand y el Canciller Helmut Schmidt no temen discrepar del presidente Ronald Reagan en asuntos de comercio con la Unión Soviética, para hacer más concretos los compromisos recíprocos. El lenguaje hiperbólico de la diplomacia de antaño ha perdido su razón de ser. Y en ese contexto de aproximaciones reales, Colombia y Venezuela deben decirse amistosamente la verdad.
I. La "politización del Pacto Andino", realizada en primer lugar en la "Declaración de los Presidentes Andinos" del 8 de agosto de 1978, de los presidentes de Colombia, Bolivia, Ecuador y Venezuela, con ocasión de la toma de posesión del presidente Julio César Turbay, y la asistencia del finado general Omar Torrijos, presidente de Panamá, se reafirma en el "Mandato de Cartagena" del 28 de mayo de 1979, al cumplirse los diez años de vigencia del Acuerdo Subregional .
El efecto de esa metamorfosis de un pacto estrictamente económico fue el liderazgo de Venezuela. Con mayor potencialidad económica y militar que Colombia, Ecuador, Perú y Bolivia, entrañaba una capacidad decisoria venezolana. Colombia quedó a la sombra de la nación vecina como un país satélite para adelantar políticas trazadas desde Caracas para toda la subregión. El canciller Diego Uribe Vargas viajaba a la capital venezolana como a un centro de decisiones, sabiéndose que el presidente Carlos Andrés Pérez y no el presidente Julio César Turbay, conducía la marcha de la procesión.
El ejemplo más claro fue la política venezolana en Nicaragua que fue la obra personal del presidénte Carlos Andrés Pérez. Colombia siguió pasivamente una diplomacia calculada para lograr el derrocamiento del dictador Anastasio Somoza, II en la dinastía, lo que toda América Latina deseaba. En Caracas y San José de Costa Rica se establecieron los centros de la acción. Infortunadamente los acontecimientos nos arrollaron y nó se previó la necesaria declaración de la Junta Revolucionaria sandinista sobre el respeto de los tratados y obligaciones internacionales. Ahora Colombia tiene un problema con Nicaragua sobre las Islas de San Andrés y Providencia, para el cual no opera la solidaridad andina. Colombia sirvió de escalera para una política y la cuestión con Nicaragua está a la vista.
II. En el magno problema de la delimitación de las áreas marinas y submarinas, Colombia admitió en 1979, la reanudación de las negociaciones directas con Venezuela, lo que significó la línea de menor resistencia y no la más apta para una solución.
Esas negociaciones se habían adelantado desde 1966 hasta 1969 a nivel de ministros de Minas e Hidrocarburos sin resultado alguno. Se repitieron desde 1970 a 1973, en las conversaciones de Roma, por medio de plenipotenciarios, quienes tampoco llegaron al acuerdo deseado. Se prosiguieron en 1973 y 1974, en las postrimerías de la administración Pastrana a nivel de cancilleres, con igual desenlace negativo. Se negoció en la administración López Michelsen de 1974 a 1978 y el partido Copei, del ex-presidente Rafael Caldera, bloqueó en 1976, el proyecto que tenía entre manos el presidente Carlos Andrés Pérez.
El desenlace de Caraballeda, en octubre y noviembre de 1980, es el mayor fracaso diplomático para Colombia en los últimos años. Después de haber cedido en lo que el expresidente Carlos Lleras Restrepo llamó "un mal arreglo", una opinión pública venezolana enfurecida hizo trizas del acuerdo, llamado "hipótesis" para colmo de desventuras, porque los países no firman "hipótesis" sino tratados o convenios.
El dilema en la actualidad es el arbitraje, según el Tratado con Venezuela de 1939, sobre No Agresión, Conciliación, Mediación, Arbitraje y Recurso Judicial o la nada. 0 mejor: la bobería de la repetición de la negociación.
III. Colombia dejó sin pestañear, que se consumara la carrera armamentista en Venezuela, al no objetar la venta por los Estados Unidos de los 48 aviones del modelo F-16, uno de los más costosos y eficaces del arsenal bélico de la superpotencia norteamericana. Ahora estamos ensayando la compra de armamento que no llegará a ser comparable con el del vecino. Como diría Alfonso López Pumarejo: "Por ahí no es la cosa".
IV. Colombia, siempre a la sombra de Venezuela, se prestó dócilmente para apoyar al presidente fantasma de El Salvador, José Napoleón Duarte, en 1979, porque también lo deseaba nuestra hermana y vecina. En las ceremonias del sesquicentenario de la muerte del Libertador Simón Bolívar, se incluyó entre los presidentes "bolivarianos" y "demócratas" a Duarte, con el objeto de darle la apariencia de investidura internacional a un presidente "de facto".¿Qué beneficio trajo para Colombia?
V. En el campo comercial no está claro sino oscuro, el tema de la aplicación de los acuerdos de integración andina en Venezuela, especialmente en el campo de la industria automotriz y el sector metalmecánico. Al propio tiempo, de acuerdo con las cifras de Incomex, en 1979 terminó la época del superávit de la balanza comercial de Colombia con Venezuela, para registrar en 1980 y 1981, saldos negativos, así: 1980: 66 millones de dólares, 1981: 149 millones de dólares.
VI. El problema de los indocumentados colombianos no será resuelto sino con un reglamento internacional de migraciones, sea bilateral o multilateral, que les garantice a los trabajadores ocasionales o emigrantes, sus prestaciones sociales y derechos humanos.
Como vemos, nada se gana con el ocultamiento de la realidad que exige un análisis realista y claro. Son muchas las formas en que una cooperación internacional podría hacerse entre las dos naciones. A condición de no creer como el personaje de Voltaire, que nos hallamos "en el mejor de los Mundos, dentro de un paisaje de felicidad completa".

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