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¿Acabar con los partidos?

Aunque hoy no suene muy bien, hay que repetirlo: en vez de acabar con los partidos y movimientos políticos, lo que hay que hacer es fortalecerlos.

Poly Martínez, Poly Martínez
10 de marzo de 2017

Siete de la mañana, hora pico radial, otro viernes cargado alegatos sobre la rampante corrupción nacional. La sentencia llegó de una de las voces reconocidas de la radio hablada, comentario que aunque no es nuevo, esta vez me sorprendió: “Hay que acabar con los partidos políticos porque no sirven para nada”. Así, en un pimpampum, salgamos de todo, como gran solución. ¿Y a cambio? Ni idea porque nadie dijo nada.

Al oyente le queda zumbando en el oído y sonando en la cabeza que la política es la madre de todos los vicios; que el ejercicio democrático a través de instancias partidistas debe acabar; no merece el respaldo de ningún ciudadano honesto. El llamado a terminar con los partidos y movimientos políticos trae riesgos cada día más serios, un desenganche ciudadano más profundo, mientras que a mediano y largo plazo amplía la tronera que tiene esta democracia. Por ahí es que se cuela el populismo.

Dan ganas de ponerle el aviso de “sellado” a más de un partido y movimiento, eso es cierto. Y decirlo al aire deja una sensación de periodismo neutral porque les aplica el mismo rasero a los políticos: todos torcidos, todos pringados. Es un estribillo rápido, que vende fácil, una manera de convertir la suspicacia en análisis, reduciendo el ejercicio de la política al mero cambalache burocrático, al oficio de dar avales a cambio de contratos y votos. El oficio que más males le deja a la sociedad.

El desencanto de los colombianos con la institucionalidad, y en especial con la política, se refleja en la más reciente encuesta Gallup: el 79 % tiene una opinión desfavorable del Congreso, escenario por excelencia del debate político; y el 85 % rechaza los partidos políticos, inclusive por encima del repudio a las Farc (77 %) y apenas un pelín menos que al ELN (87 %). Estas cifras, más que para la manivela mediática, deben servir de campanazo.

Aunque hoy no suene muy bien, hay que repetirlo: en vez de acabar con los partidos y movimientos políticos, lo que hay que hacer es fortalecerlos.

Esa es una tarea urgente ante el infinito pesimismo nacional y el creciente desenganche de millones de colombianos de todo lo que suene a política, precandidatos, campañas y elecciones. El ligero llamado a acabar con los partidos, la tácita promesa de que un tercero –por ser tercero, más que por sus logros– puede traer el cambio y la solución definitiva a todos nuestros males, termina creando ese río revuelto que tanto les gusta a populistas y redentores.

Basta pensar por unos minutos en Venezuela. Aunque da pena traerla siempre a cuento, en este caso es inevitable: nos estamos pareciendo cada vez más al país prechavista, de finales de los 1990, con partidos y movimientos desconectados de la realidad, cuestionados por su inoperancia y su corrupción, incapaces de una verdadera renovación y depuración de sus filas, desdibujados ideológicamente, ensimismados y dispuestos a hacer cualquier clase de alianza para conservar el poder. Además, una sociedad a la vez harta por no obtener soluciones a muchas de sus necesidades, pero conforme con la línea del menor esfuerzo, sin participar y lista a seguir el canto de sirena de quien ofreciera arrasar con todo lo que sonara a institucionalidad. Y los medios de comunicación, superados por la crisis y sin mayores contenidos, alentaron la llegada del outsider –figura en teoría ajena al tejemaneje político– sin calcular las consecuencias que también tendría sobre el periodismo. El resto ya se sabe.

A los que alegan que hay que acabar con los partidos muy poco se les oye dar alternativas democráticas serias. Despotrican simplemente por hablar, porque lo que realmente les fascina es la contabilidad electoral, el pulso de vanidades, el chisme partidista, estar cerquita de la clase política y mantenerse en la jugada. Ese ir y venir entre el repudio y el embeleso lo único que aporta es más confusión a la audiencia. Y ahora cuando los espacios de noticias están más cargados de opinión –a veces disfrazada de análisis–, resultan menos evidentes los intereses que están en juego.

El colombiano de a pie, que trata de diferenciar o simplemente entender, se pierde por el camino y una de dos: elige casi a ciegas, confiando en el candidato con ínfulas de redentor y verdadero cambio, o se abstiene: para qué votar si todos son iguales y así se van a quedar.

Para cambiar, además de sacar a los corruptos de la fila hacia la Casa de Nariño para enviarlos a la línea de entrada a la Fiscalía, los partidos tienen que ser más deliberantes a su interior y transparentes hacia todos los que los miran desde afuera. A cambio de tanta manguala y alianzas para quedarse con el botín burocrático, sería mejor que revisaran sus principios ideológicos y definieran sus programas. Más realidad y menos promesas.

Y claro, para cambiar la forma como se hace política en el país también hay que replantear la manera como se informa y analiza la política en Colombia.


@Polymarti

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