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Memoria selectiva

Pareciera que está bien indignarse un poco, pero no tanto. ¿Se imaginan si realmente la indignación se mantuviera activa?

Pablo Santos, Pablo Santos
10 de marzo de 2017

No soy el primero en escribir estas palabras y seguramente tampoco seré el último. Llegué a Colombia después de estar una temporada larga por fuera listo para cambiar las cosas, creyendo ciegamente en una transformación que el país merece y que pensé estaba sucediendo. Veía a la gente consciente de lo que pasaba. Protestas, opiniones fuertes y gente decidida que exige justicia y que vela por intereses colectivos.
 
Escuchar noticias me fue frustrando poco a poco. En los meses que llevo aquí no han sido pocos los escándalos de los cuales los medios me han ido informando. Desfalcos al país. Violaciones y asesinatos de menores. Corrupción en campañas políticas. O niños muriendo de hambre. Con un triste ingrediente en común: que la indignación dura hasta que llega el siguiente escándalo y hace olvidar el anterior.
 
Algunos se benefician de esto. Los corruptos y los violentos, pues saben que se van a salir con la suya. La indignación poco va a durar y en menos que canta un gallo ya es otro el salpicado.

Pareciera que está bien indignarse un poco, pero no tanto. ¿Se imaginan si realmente la indignación se mantuviera activa? Si el hastío con la corrupción, la violencia y el olvido se mantuviera y llevara a movilizaciones como las de la primavera árabe?

¿Se imaginan si dos meses después de enterrar a una niña raptada, violada y asesinada por un tipo supuestamente “bien” siguiéramos interesados e indignados? Quizás hoy ya tendríamos respuestas. ¿Se imaginan si la justicia funcionara en este país? Los corruptos no se burlarían de nosotros sino estarían en la cárcel. ¿Se imaginan si exigiéramos a diario que dejaran de robarse la plata para los almuerzos escolares de los niños? No estaríamos oyendo en la radio cómo un niño muere cada semana en La Guajira por desnutrición. O que tal si nos indignáramos y pidiéramos una justicia que evitara que pedófilos como Alejandro Matamoros salieran de la cárcel por vencimiento de términos.
 
Yo me lo imagino, y muchos otros también. Nos tendrían miedo si dejáramos de ser un país con memoria selectiva. Los gobiernos tendrían que explicar sus robos. La justicia castigaría a los delincuentes en vez de protegerlos. Los ladrones de cuello blanco no estarían haciendo fiestas en las “cárceles” y quizá veríamos un poco de progreso en este país que todo lo tiene pero que sólo unos pocos disfrutan.
 
Para el Gobierno todo va bien. El país prospera, hay paz y todos estamos felices. No es sino salir a la calle para darse cuenta de que no es cierto. Los impuestos suben y cada vez alcanza para menos, pues se los siguen robando. Se habla de paz, pero hay 120 líderes sociales asesinados en 14 meses que según el Ministerio de Defensa siguen siendo “casos aislados”.

Hace unos días me encontré con una frase de Jaime Garzón que me dio la razón, y por más fuerza que tienen, esas palabras me llenaron de frustración. “Si ustedes los jóvenes no asumen la dirección de su propio país, nadie va a venir a salvárselo, ¡nadie, nadie! Porque el problema de los colombianos es que no tenemos una conciencia colectiva”.

Poco oímos, poco aprendemos y poco cambiamos. Ni los jóvenes, ni los viejos que han tenido que vivir en un país lleno de violencia, corrupción e inequidad social están interesados en cambiar las cosas. Los que lo vivieron ya se acostumbraron y los que apenas comienzan a vivir poco indagan su propia historia.

Sé que una columna poco o nada va a cambiar el país inverosímil en el que vivimos. ¿Cómo canalizar esta rabia y esta frustración y volverlas acción? Diría que votando, pero ni eso. Los candidatos son los mismos y no hay partido al que le crea.

No pierdo la fe ni las ganas de ser un agente de cambio. Pero es necesario que empecemos todos a preocuparnos más por el país. A no comer entero, a indagar, a acabar con el silencio cómplice de lo que nos tiene frenados como país y como sociedad.

La solución no es dejar de ver noticias ni cambiar la emisora. La solución no es encerrarse en una burbuja que nos tiene tan ensimismados. La solución está en actuar de la forma correcta. No comprar al policía ni tomar atajos o aceptar que otros los tomen. Es inculcar los valores correctos en cada escenario. Es ser tolerantes, respetuosos. Y es construir desde uno mismo, pues ahí comienza el cambio.