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De La Habana viene un yate cargado de comandantes

Ese soy, mamá, triunfé. Parezco un actor en vacaciones. Eso soy, un actor, aunque sea del conflicto.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
9 de noviembre de 2013

(Monólogo de Jesús Santrich en un catamarán, poco antes de avanzar en el proceso de paz).

Hoy salió el sol, me puse las gafas oscuras y les dije a Tanja y los demás comandantes que navegáramos por la bahía. Prendimos un habano, nos servimos un ron y discutimos sobre la importancia de libertar a la patria de esos burgueses que explotan al proletariado mientras ellos se dan la buena vida fumando puros en un yate.

El catamarán atracó en el muelle y, por la fuerza de la costumbre, nosotros atracamos al catamarán. Subimos el camarada Márquez, la camarada Villa, el camarada dummy y este camarada, y navegamos en altamar para desconectarnos del trabajo. 

La verdad es que es estresante trabajar en La Habana. La señal de internet es muy lenta. Los comandantes de los frentes mandan el informe de reclutamiento infantil, pero cuando lo recibimos los reclutas ya son adultos.

Merecíamos este descanso porque el proceso ha tenido tantos nudos como la velocidad que alcanza este catamarán. Por momentos, la negociación parece una lavadora vieja: cambiamos de ciclo pero solo producimos espuma. 

Ahora estamos por negociar un asunto bastante sensible: la contraparte pide que, como castigo por todos nuestros crímenes, tengamos que participar en la política colombiana, con los riesgos que eso conlleva: ser invitados al matrimonio de la otra hija del procurador cuando ambiente su tercera reelección, o hacer una alianza con el Uribe Centro Democrático para que, en unos años, ninguno de los dos  perdamos la personería jurídica.

Si así es el asunto, prefiero ir al bote, como se dice vulgarmente. Siempre y cuando estemos hablando de un bote como este, en el que nos estamos asoleando. Y sin bloqueador, porque, por solidaridad con Fidel, rechazamos todo tipo de bloqueo.

No faltarán los oligarcas que se molesten cuando observen que nosotros también tenemos derecho a descansar, como bien lo comentábamos ayer con Andrés París, cuando olvidó en su habitación el Sello Azul, lo cual le valió que los compañeros le hiciéramos una autocrítica. Tuvimos que llamar a Caracas para que nos enviaran un par de cajas que tiraron desde dos aviones rusos. 

En Colombia creyeron que era un gesto hostil de Maduro y de Ortega, pero nuestros aliados no son tan bobos: saben que, si se trata de intimidar con aeronaves, Colombia cuenta con unos aviones más grandes que los Tupolev: los hermanos Moreno. 

Además, Roy sería capaz de pedir que los tumben, porque los congresistas colombianos solo piensan en tumbar. Y eso arrastraría a nuestra clase obrera a una lucha fratricida de rusos contra rusos, pese a que los nuestros no tienen portaaviones, sino –a duras penas- portacomidas.

Lo cierto es que merecemos un descanso porque acá trabajamos hasta la madrugada. Anoche me dieron las dos de la mañana redactando la carta con que felicitamos a Nicaragua por haber ganado el pleito marítimo contra Colombia. Nos alegra que esos kilómetros ya no sean colombianos: eso significa que están libres de guerrilla, y que estará prohibida la pesca. Al menos la milagrosa.

Ahora bien: que nos echemos una pequeña bronceada no nos convierte en pequeños burgueses. En eso somos firmes. Recuerdo las palabras  del comandante Raúl Reyes cuando dijo: “Acabaremos con la oligarquía: lo juro por lo más preciado que tengo”. Es decir, por su Rolex (que, dicho sea de paso, deberían devolvernos: lo exigiremos en el próximo ciclo).

Nadie puede acusarnos de ser contradictorios: que andemos de paseo por el Caribe en un catamarán es apenas coherente con nuestro gusto por los relojes Rolex o las motos Harley-Davidson. Bien pueden hacernos fotos –antes, eso sí, de que tomemos el sol con la tanga camuflada – porque las fotos serían bastante bonitas, al igual que Tanja, quien, para felicidad de todos, se hizo la cera. Porque acá no queremos saber de nada que nos recuerde la selva. 

Este soy yo, mamá. Triunfé. Uso gafas oscuras, fumo puros, paseo en yates. Parezco un actor en vacaciones. Pero eso es lo que soy, finalmente: un actor. Así sea del conflicto. En el próximo ciclo exigiremos la presencia de la magistrada Ruth Marina Díaz para que nos recomiende un crucero por el Caribe. Mientras tanto, escribiré otro poema, inspirado en el mar:

Me llamo Jesús Santrich 
Y me asoleo biringo,
Aunque diga cualquier gringo
Que soy un son of a bitch.
Seguro en algunos meses
La anhelada paz firmamos
Aunque entretanto tengamos
Que vivir como burgueses. 
Quiero montar otra cata
En un yate en el Caribe;
No pensar más en La Uribe
Ni en las minas ‘quiebrapata’;
Solo en zumo de naranja
Para otro vodka con hielo;
En el sol, el mar, el cielo,
Y en el bikini de Tanja.

Mañana nos reuniremos de nuevo con los delegados del gobierno, que también estuvieron de vacaciones (y en un yate, los muy oligarcas, en las islas del Rosario). Ambos equipos llegaremos con la cabeza tan despejada como el Caguán, y haremos con el proceso lo que Santa Fe hizo con Wílder Medina: destrabarlo. Superaremos cualquier escándalo fotográfico, así tengamos que avanzar en las negociaciones para conseguirlo. Y demostraremos que las negociaciones son lentas, sí, pero funcionan. Como el internet en La Habana. 

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