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Una sala de lactancia para Gerlein

Por fuera de las familias que no constituyen una empresa criminal, meten mano aquellos personajes que quieren hacer del Congreso un acuario. Porque solo promueven delfines.

Daniel Samper Ospina, Revista Semana, Daniel Samper Ospina
16 de diciembre de 2017

En un mismo día anunciaron que el senador Roberto Gerlein aspirará una vez más al Senado y que el Congreso acababa de inaugurar una sala de lactancia, y las dos noticias parecían el revés de la misma información: por un lado, el doctor Gerlein expresaba su sueño –nunca mejor dicho– de completar 48 años prestando sus distinguidos favores a la patria, y para ello advertía que iba a hacer llave con el nieto de Laureano Gómez para convertirse en la sangre nueva del Partido Conservador. Ya está cotizando transfusiones.

Y, por el otro, en la sección de chismes aparecía una colorida fotografía del enhiesto senador Cepeda, acompañado del sonriente Rodrigo Lara, ambos tijera en mano, dispuestos a cortar la cinta de la primera sala de lactancia de la corporación. Se trata de un momento histórico. En medio de los padres de la patria, aparece una mujer que sostiene a un pequeño bebé rozagante y satisfecho, aparentemente dormido: se diría que es miembro de la Comisión Primera, de la Comisión Sexta; pero si de veras lo fuera, seguramente no habría asistido.

Desde que leí las dos noticias, las dudas hacen en mí lo mismo que cualquier congresista colombiano, precisamente: me asaltan. Imagino que ingreso a la sala y me topo de frente con el senador Gerlein, a quien encuentro pegado, como siempre, de la teta del Estado.
–Este chiquito es insaciable: no se llena con nada –me explica Saúl Cruz, el subsecretario del Senado, mientras simula que se da un golpe con uno de los ordeñadores.

–¿Y ya lo cambiaron? –indago-: huele a varón excremental.

–No, no se deja cambiar. Nunca. Solo duerme y se jacta.

Que el Congreso cuente con su propia sala de lactancia es una grata noticia para el país. Quedan, eso sí, algunas dudas por resolver: ¿cómo piensan bautizarla, con qué nombre? ¿Sala de lactancia Leonidas Bustos? ¿Habrá control de calidad, o podrá ofrecer servicios como nodriza Rodrigo Lara, cuya mala leche quedó demostrada en esta legislatura? ¿Los representantes pedirán el 10 por ciento de cada amamantada? ¿Acudirá Juan Manuel Santos en persona para que le sigan sacando la leche? Y si ya se siente seco, ¿pondrá una tutela ante el juez de un pueblo lejano para que le permitan lactar por decreto?

Por si no fueran noticias suficientes, los partidos publicaron las listas de sus aspirantes al Congreso para el próximo año. Esta vez se les abona su sintonía con los deseos del pueblo en las fiestas navideñas, porque cada plancha parece un mensaje de amor a la familia, de recogimiento familiar. Se lanzan el hermano de Musa Besaile, el esposo de Tania Vega, la sobrina de Álvaro Ashton, el papá de Mauricio Lizcano, el hijo de Piedad Zuccardi. Se lanza el hijo de Kiko Gómez, el bebé de Hugo Aguilar, la hija de Teresita García, quien es hermana, a su vez, de Álvaro García, el de la masacre de Macayepo. Pareciera requisito de las listas de Cambio Radical, y del Partido de la U, ser heredero de un delincuente. Hay tantos parapolíticos, tantos parapapás, tanta descendencia, en fin, de criminales, que los de la Farc aterrizarán en el Congreso temerosos: sentirán que regresaron a la ilegalidad. Pobres.

En momentos como estos, echa uno de menos la propuesta de Charo Guerra de crear un muro de la vergüenza con la foto de todos los políticos corruptos. Inicialmente me pareció una idea carente de humildad: ¿no puede doña Charo hacer el álbum familiar de los Guerra de una manera discreta, como el de todos? ¿Tiene que ser un mural? Pero posteriormente me resultó práctica: la pared serviría de tarjetón para 2018, y eso le ahorraría gastos al Estado.

Por fuera de las familias que no constituyen una empresa criminal, meten mano aquellos personajes que quieren hacer del Congreso un acuario. Porque solo promueven delfines. César Gaviria conformó una penosa lista de caciques liberales, seguramente para ir abriendo paso a su chiquito. Me refiero a Simón. De ello acusó recibo Horacio Serpa, que estaba lo suficientemente ofendido como para advertir, entre pucheros, que retiraría su nombre de la plancha; pero no tan ofendido como para no aventar en su lugar a su hijo Horacio José. He ahí un buen padre, si no de la patria, al menos de su vástago. Parecía una escena navideña.

–Horacio José, ¿qué le quieres pedir al Niño Dios?
–Una curul, papito.

Se imaginaba uno al pobre Serpa consiguiendo una curul en estos agotadores días de diciembre, entrando y saliendo en vano de atiborrados centros comerciales, hasta que decide heredarle la suya.

–Toma la mía, te la heredo: y también esta máquina de afeitar. Está como nueva; solo la he usado una vez.

La buena noticia es que Horacio José estrenará la sala de maternidad. La mala, que seguramente estará ocupada por algún heredero del clan de los Araújo, o de los Amín, o por cualquiera de los congresistas de siempre que dispondrán de ella para succionar la última gota del calostro presupuestal. Como el propio senador Gerlein.

Pobre, también. Más allá de la mastitis institucional que representa su repetida aspiración, el doctor merece regurgitar por cuatro años más como parte de lo que somos: un pueblo que jamás se mama de su clase dirigente. 

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