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Encauzar la protesta

La indignación puede convertirse en un bumerán contra quienes auparon al procurador para que llegara a donde está, como el propio Petro.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
14 de diciembre de 2013

En contra de quienes critican al alcalde Gustavo Petro por haber sacado a la gente a protestar por las calles de Bogotá, a mí me parece una reacción tan necesaria como saludable. Hay una indignación en el país, derivada de una percepción que no se había decantado antes a pesar de que muchos ya la veníamos denunciando: la de que el procurador Ordoñez traspasó hace rato sus funciones y que las ha venido ejerciendo de manera arbitraria afectando peligrosamente los derechos humanos y políticos de los colombianos.

En ese sentido, la destitución de Gustavo Petro es la gota que rebosó esa copa porque no es menos arbitraria que la destitución del exalcalde de Medellín, Alonso Salazar, que fue inhabilitado por 12 años, ni de la del superintendente Financiero, Gerardo Hernández, un buen funcionario público cuya única falta fue la de no haber tenido un padrino político que lo apoyara en la Procuraduría.

La indignación crece en la medida en que la sociedad se ha dado cuenta (por fin) de que el procurador está utilizando todo su poder para castigar a funcionarios no por lo que hacen sino por lo que representan. Y que en lugar de estar utilizando su poder sancionador para defender los derechos de los colombianos y para luchar contra la corrupción, lo está utilizando para hacer una limpieza política de personas y funcionarios que no comparten ni sus credos ni sus postulados de vida. Y ante eso, lo mínimo que debemos hacer los colombianos es salir a tomarnos las calles.

A la protesta no hay que temerle –así en Colombia, debido a tantos años de guerra, esa sea una manera exótica de reaccionar– sino tramitarla y encauzarla por las vías democráticas. Y hasta donde yo sé, las indignaciones en las democracias normales se tramitan así: con protestas por las calles, con consignas, sin que eso sea una señal de que el país se lo están tomando los vándalos o los violentos.

Y quién lo creyera: cuando ya creíamos que este procurador se iba a salir con la suya y que era un especie de Savonarola con tácticas turbayistas made in Colombia que había logrado neutralizar a sus jueces disciplinarios, que son el Consejo de Estado y la Corte Suprema, se le apareció el único control que nunca previó: el de la indignación ciudadana.


Una indignación que puede convertirse en un bumerán no solo contra él sino contra quienes lo auparon para que llegara a donde está. 

Es decir, me refiero a los magistrados de las altas cortes que lo ternaron; a los liberales que lo eligieron dos veces a sabiendas de que estaba en contra de las minorías y de la Constitución de 1991 –Serpa fue uno de los jefes de debate de su reelección–; a los conservadores que también lo votaron y que lo homenajearon con la esperanza de que les archivara sus investigaciones sobre el escándalo de la DNE; al propio presidente Santos, que no quiso atravesársele a su reelección habiéndolo podido frenar; y hasta a los políticos de izquierda que, como el propio Petro, de manera inconsecuente votaron por él pensando que eso los ponía a salvo de su arbitrariedad.

Sería un error que esta indignación se circunscribiera a un caso personal o a la defensa de la Bogotá Humana, porque entonces nada se habría ganado. La protesta terminaría en un acto de megalomanía. Tampoco debería ser una protesta que exacerbe los odios, que es lo que menos nos conviene exacerbar si estamos pensando que la paz es posible. 

Si para las próximas elecciones elegimos congresistas independientes, que no tengan rabo de paja, se podrán ganar muchas peleas que no se han dado, empezando por la de reducir considerablemente las facultades del procurador. Yo creo que desde la lista de la Alianza Verde se pueden pedalear esos cambios. Mi voto es por ellos.

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