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Santos y Timochenko personajes del año

No es nada fácil dejar atrás cincuenta años de guerra en un país lleno de odios y rencores, en un país donde abundan la trampa y el engaño.

León Valencia, León Valencia
21 de diciembre de 2013

Cuando Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño Echeverri estampen su firma en un acuerdo para terminar la guerra y empezar a construir la paz, nadie dudará en darles un sitio muy destacado en la historia colombiana. Quizá suenen en Oslo para el Premio Nobel de la Paz. Será un momento en el que buena parte del país les hará innumerables reconocimientos.

Yo quiero hacerlo ahora cuando Santos está lejos de despertar un gran entusiasmo, cuando el rechazo a las Farc es generalizado, cuando, a quienes defendemos sin ambages las negociaciones de La Habana nos tildan de aliados del terrorismo y defensores de regímenes dictatoriales.

Quiero decir que ha sido supremamente difícil para Santos iniciar y mantener una negociación de carácter político con una guerrilla a la que la inmensa mayoría de la opinión pública no le atribuye razones valederas para la rebelión armada y a la que se la pensaba derrotada y a punto de desaparecer. Una guerrilla que tiene en su rostro la huella amarga del secuestro de miles de colombianos. No es fácil, digo, para un político ir contra la corriente en un asunto tan espinoso como la guerra y la paz.

Era mucho más fácil seguir alimentando el odio contra las Farc, seguir diciendo que eran una reducida banda de criminales en medio de una democracia profunda; era mil veces más fácil seguir jurando que la desarticulación completa de las Farc y su sometimiento a la Justicia era cuestión de pocos años, quizás el lapso de un gobierno; seguir tras la ilusión del triunfo militar que Uribe había logrado fijar en la memoria de la opinión nacional.

Santos supo que si al enemigo se le despoja de razones no hay salida posible. Supo que las razones de la guerra son las razones de la paz. Supo que restituirles el carácter político a los guerrilleros y reconocer las graves limitaciones de nuestra democracia era abrir una ventana para las reformas y la paz. Lo hizo y ha mantenido la decisión contra viento y marea. Eso es para mí bastante meritorio.

En los años que vienen veremos si sus convicciones y su carácter le alcanzan para abrir más que una ventana, si es capaz de abrir una gran puerta a las transformaciones sociales y políticas y a la reconciliación de los colombianos. Ese día recibirá un título que en nuestro país no tiene nadie, o casi nadie, tendrá la insignia de reformador y visionario.

Tampoco era fácil para Timochenko iniciar unas negociaciones de paz a poco tiempo de recibir el mando de una guerrilla vieja, desconfiada, acosada por la degradación del conflicto; saltar sobre la perturbación que había causado en las filas guerrilleras la muerte de Alfonso Cano; decirles a todos los guerrilleros que el interlocutor para la paz sería el antiguo ministro de Defensa de Uribe, el mismo que había encabezado una feroz ofensiva, no exenta de guerra sucia, contra sus filas. No es nada fácil dejar atrás cincuenta años de guerra en un país lleno de odios y rencores, en un país donde abundan la trampa y el engaño.

Sé que a los medios de comunicación y a mis colegas columnistas les resulta imposible conceder algún mérito al jefe de una guerrilla acusada con razón de innumerables crímenes, al mando de una insurgencia que aún no ha firmado la paz y que no está plenamente garantizado que lo haga.

Yo lo hago a conciencia, con la ilusión, quizá vana, de que esta nota sirva de estímulo para que Rodrigo Londoño Echeverri se mantenga firme, absolutamente firme, en su decisión de llevar a las Farc a la paz, ahora, sobre todo ahora, cuando vienen los momentos más difíciles y decisivos para las Farc.

Muy pronto la guerrilla pasará, en la Mesa de La Habana, de los puntos donde era ella quien reclamaba reivindicaciones, a los puntos donde es ella quien recibe las demandas. Vendrá la voz de las víctimas, vendrá la discusión sobre la verdad, la justicia y la reparación.

Llegará el día de cesar definitivamente todas las acciones y la compleja planeación del desarme y la desmovilización. Ahí se necesitará carácter, mucho carácter, señor Timochenko, para aplacar las voces disidentes; y comprensión, mucha comprensión, para asimilar los reclamos, las críticas y los ataques que lloverán sobre La Habana.

Feliz Navidad y próspero año nuevo para todos mis lectores.

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