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COLUMNISTA INVITADO

Mal comercio y posconflicto

Los países que ofrecen materias primas y mano de obra barata, a diferencia de aquellos que exportan bienes y servicios, no se vuelven ricos o no dejan de ser pobres.

Semana.Com
20 de febrero de 2014

Leyendo un estupendo ensayo ('Mercantilism and Economic Development') escrito hace ya algunos años por dos economistas heterodoxos (Erik Reinert y Sophus Reinert) no pude evitar pensar en los retos que, desde el punto de vista del desarrollo, plantea una eventual fase de posconflicto en nuestro país. Para afianzar la paz es necesario contar con una economía productiva, generadora de empleos remunerativos en la legalidad que aumenten el costo de oportunidad de participar en actividades relacionadas con la ilegalidad, la guerra y la violencia. 

Esos economistas desnudan –no sin sarcasmo- cierta contradicción de alguien a quien se puede considerar una especie de economista ortodoxo “representativo”. Supongamos que, la noche anterior a una importante conferencia a la que asistirán delegados de gobiernos de países pobres, este economista ortodoxo “representativo” tiene  una conversación con su hijo, quien está indeciso porque no sabe que oficio escoger en la vida. “Hijo mío –dice- procura escoger una actividad productiva que te haga feliz y sea bien remunerada”. Al día siguiente, ante los delegados de los países pobres, afirma: “Es importante que sus países se especialicen en aquellas actividades en las que tienen ventaja comparativa y además, es importante que inviertan en educación”.

Reinert y Reinert recuerdan que países pobres, como el nuestro, suelen tener sus ventajas comparativas en dos cosas: materias primas y mano de obra barata. En otras palabras, nuestro economista representativo les dice a los niños de los países pobres que tienen que dedicarse a oficios poco productivos y mal remunerados. No lo hace con mala intención porque supone que, gracias al libre comercio, la igualación de los precios de los factores hará que su hijo y los niños de los países pobres tengan el mismo salario. Pero si se tomara verdaderamente en serio ese increíble supuesto, le habría dicho a su hijo que sólo se preocupara por escoger lo que lo hiciera feliz, ya que los salarios de las diferentes actividades terminarían convergiendo. 

Los países que ofrecen materias primas y mano de obra barata, a diferencia de aquellos que exportan bienes y servicios de alto valor agregado, no se vuelven ricos, o por lo menos, no dejan de ser pobres. En esas condiciones, la otra parte de la recomendación de nuestro economista ortodoxo “representativo”, la que tiene que ver con la educación, nos deja ante un escenario desconcertante: Si la ventaja comparativa reside en proveer mano de obra barata –señalan Reiner y Reinert- se estaría educando para el desempleo, el subempleo o la migración. 

Hay que respaldar la propuesta de Sergio Fajardo en el sentido de que el esfuerzo de financiación adicional que se hizo para la guerra, se realice, en un escenario de posconflicto, para la educación. Pero, si  bien es  indudable que la educación es una condición necesaria para el desarrollo, no es una condición suficiente. Una economía orientada hacia los commodities no se caracteriza por su dinamismo en la generación de empleos productivos y remunerativos.  Una economía con una oferta exportable más diversificada no sólo es menos vulnerable a los vaivenes de la demanda por materias primas, sino que genera mayores opciones en el mercado laboral para sus ciudadanos. Precisamente, la generación de esas opciones es fundamental para evitar un posconflicto altamente violento. 

Es necesario que discutamos no sólo cómo mejorar la calidad de la oferta laboral, sino también plantear y discutir alternativas diferentes a la de especializarnos en comprar bienes con alto valor agregado y vender materias primas. Incluso, cuando vendemos bienes elaborados, estos tienen un alto componente importado, con lo cual, participan poco en la generación de valor agregado nacional. Se trata en últimas, de un intercambio que los viejos mercantilistas definían como “mal comercio”. Puede que seguir la senda de ese “mal comercio” no impida que pongamos fin a la guerra, pero tampoco ayuda a evitar que la sustituyamos por la violencia que se nutre de la falta de opciones en la legalidad. 

*Profesor universitario.