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Elogio a lo sencillo

Gente que está dentro y fuera de las instituciones colombianas mira la cuestión de la memoria del conflicto colombiano en términos de ladrillo, cemento y burocracia.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
15 de junio de 2017

El 22 de julio de 2011 un lobo solitario asesinó a 77 personas en Noruega. Un primer ataque con explosivos ocurrió en el complejo gubernamental de Oslo: ocho víctimas. El segundo ataque se produjo dos horas después en la isla de Utøya: sesenta y nueve personas tiroteadas con una pistola automática y un rifle de asalto. Anders Breivik, autor de la matanza, abrevó en los manantiales de la ideología de la ultraderecha para justificar la masacre. El multiculturalismo, la libertad y la democracia son los principales blancos del totalitarismo de extrema derecha, doctrina que tiene en Colombia a algunos de sus promotores.

El Estado y la sociedad noruega han acordado no olvidar lo sucedido en aquel fatídico día. Cerca al lugar en donde detonaron los explosivos han construido un espacio de memoria. Noruega es país rico que bien puede darse el lujo de edificar un inmenso monumento de memoria, empero, han elegido conforme a su tabla de valores, levantar una sencilla construcción minimalista de madera y poco cemento. Son cinco salas escuetas cuyas dimensiones son menores a las de una simple aula de clase. En la sala dedicada a las víctimas sólo están las fotos "en la mayoría aparecen sonrientes" de las 77 personas que perdieron la vida en el despiadado ataque.

La importancia de un monumento de memoria no está en su tamaño o costo, sino en el efecto que produce en las personas que lo visitan. El Centro 22 de julio de Oslo es sencillo, pero consigue perturbar al visitante. La fotografía de varias adolescentes que, se sabe de antemano, murieron por los disparos a mansalva de un fanático de extrema derecha, conmueve el corazón e inquieta a la razón de un observador, por indiferente que sea.

Destaco la manera espartana con la que la sociedad noruega ha asumido el asunto de la memoria y de las víctimas de la masacre del 22 de julio de 2011, en vista de que en Colombia hay gente que se toma esta cuestión desde una perspectiva despilfarradora. Me refiero a gente que está dentro y fuera de las instituciones colombianas, que miran el tema de la memoria del conflicto colombiano en términos de ladrillo, cemento y burocracia. El martirio de Bojayá, las innumerables masacres de los paramilitares, el infierno de Machuca, la infamia de los «falsos positivos», son algunos de los más reveladores casos de salvajismo, que ameritan una sistemática y eficaz labor de memoria.

Pienso en una memoria basada en hechos materiales que permitan transformar la penosa realidad de las regiones más afectadas por la violencia. Edificar una escuela en una vereda remota, ampliar la plantilla de educadores en un colegio rural, a guisa de ejemplo, son acciones más eficaces a la hora de afirmar una cultura de paz, que levantar faraónicos edificios abarrotados de funcionarios que emplean sus horas en escribir copiosos mamotretos sobre la memoria del conflicto, a los que ni siquiera les llega la rigurosa critica de los roedores.

Remate: Timochenko, Timoleón, Timo, o mejor, Rodrigo Londoño, hizo el primer viaje diplomático de las FARC. Con un lenguaje próximo y coloquial, el líder de las FARC explicó en la sede del Parlamento noruego y en auditorios abarrotados, que su organización es dueña de una cultura popular campesina en las que no es bien visto hablar en casa ajena de las cosas que ocurren en la propia. El abecé de la diplomacia que muchos colombianos no consiguen entender.

Yezid Arteta Dávila
* Escritor y analista político
En Twitter: @Yezid_Ar_D
Blog: En el puente: a las seis es la cita



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