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Como rata en el Senado

La Policía adelantó un operativo para detener también a los autores intelectuales del ‘ratentado’, y descubrió que la mayoría de las cámaras del Congreso no funcionan, empezando, naturalmente, por la Cámara de Representantes.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
15 de diciembre de 2018

La noticia me agarró en el carro, mientras oía radio: “Atención: ¡última hora!: atentado contra la bancada del Centro Democrático: desconocidos arrojaron unas ratas vivas a los congresistas…”, y mi primera reacción fue de repudio; qué amarillismo el de los medios de comunicación, me lamenté: esa no es forma de anunciar la adhesión de Cambio Radical al Centro Democrático, o sea cual sea la alianza de la que pretenden informar de manera alarmista. ¿Están dispuestos a cualquier cosa por un clic? ¿De qué atentado hablan? Si en verdad quisieran hacer daño a un congresista, no le arrojarían ratas, sino objetos que efectivamente lo asustaran: petardos, bombas. Un código de ética.

Pero los medios se volcaron de frente a la noticia, y no me cupo dudas de que, aunque pareciera surrealista, el atentado con ratas había sucedido. El noticiero mostraba imágenes del senador Uribe mientras inspeccionaba, como sagaz detective de la serie CSI, el balcón desde el cual habían sucedido los hechos. La senadora uribista Milla Patricia Romero roció agua bendita en el lugar mismo en que cayeron los cuatro ratones (porque para entonces las autoridades los habían individualizado y, según informó El Tiempo, dos de ellos ya habían sido capturados); y John Milton Rodríguez, pastor y senador, hizo una oración en el balcón del que los arrojaron, para implorar la protección del Divino, en referencia quizás a Dios, quizás a Richard Aguilar.

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La Policía adelantó un operativo para detener también a los autores intelectuales del ‘ratentado’, y descubrió que la mayoría de las cámaras del Congreso no funcionan, empezando, naturalmente, por la Cámara de Representantes. Aún así, declararon como sospechosos a unos invitados del senador del Centro Democrático Ciro Ramírez, con lo cual podríamos estar hablando, sí señores, de un autoatentado. Y paradójicamente en un partido del afecto de alias la Gata.

Yo sé que cualquiera añora los tiempos en que las ratas se lanzaban al Congreso, no desde el Congreso. Y que semejante acto resulta grosero y aberrante, especialmente en consideración con las ratas: ¿qué puede hacer una ratica a la que tiran en el Congreso? ¿Cómo sobrevive? ¿Qué incisos llenos de veneno la terminarán matando cuando degluta alguna ley redactada por los padres de la patria?

El asunto no se debe tomar a la ligera. Ha llegado el momento de intervenir a fondo. Sea esta la ocasión, entonces, de pedir a los senadores que, por su seguridad, desalojen el Capitolio. Y que, por la nuestra, permitan que las ratas ocupen su lugar.

La Policía adelantó un operativo para detener también a los autores intelectuales del ‘ratentado’, y descubrió que la mayoría de las cámaras del Congreso no funcionan, empezando, naturalmente, por la Cámara de Representantes.

No se me entienda mal: no estoy diciendo que, necesariamente, una rata sea mejor que un senador: que el ratón Pérez, por decir algo, sea mejor que el congresista Óscar Darío Pérez. No: de ninguna manera. Pero ¿y si probamos? ¿Si por una sola vez lo probamos? ¿Si a lo mejor nos damos cuenta de que una camada de roedores es incapaz de aprobar a las carreras una ley como la de las TIC, que, con el pretexto de modernizar al país en asuntos digitales, sepultará la televisión pública y censurará los noticieros más independientes?

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Las ratas no saben escribir. Una rata jamás redactaría una proposición como la del senador Prada, que pretendía autorizar al presidente a arrestar a los líderes de las Farc a su discreción, para volver trizas la paz. Podía imaginar la alocución de Duque, guitarra en mano:

–Y ahora cantaré una canción de Los Prisioneros para explicar lo que haré con Timochenko…

Las ratas son sanas. Las ratas no tienen vínculos con los paramilitares. Una rata jamás impediría a la oposición rebatir al fiscal general, para defenderlo. Una rata jamás contaría fajos de billetes en la oscuridad, ni jugaría con su teléfono durante las sesiones. Se quedaría, a lo sumo, dormidita en la curul: como tantos senadores. Y a lo sumo se relacionaría con micos, sapos y elefantes: también como tantos senadores. Finalmente son animales, y entre animales se entienden. Hablo de las ratas. Y nunca utilizarían su buen olfato para tender trampas: únicamente para evitarlas.

Pero, sobre todo, las ratas hacen ratas: no conejo. Y en eso se diferencian de los congresistas que trataron con desdén los casi 12 millones de votos ciudadanos que pedían leyes concretas contra la corrupción. Recuerdo el momento en que Duque citó a todas las fuerzas políticas del país para dar paso a esta iniciativa:

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–Y ahora les cantaré En la cárcel de tu piel para explicar una parte de la consulta.

Pero Duque se asustó con el cuero y permitió que las medidas se hundieran como el galeón San José, cuyo tesoro, según medios españoles, es mitad de ellos, y del cual, en su momento, las ratas fueron las primeras en huir, sin imaginar lo que esperaba a su descendencia. Pobres.

Permitamos que las ratas se tomen el Congreso, incluyendo las dos a las que las autoridades aún buscan, imagino que con retratos hablados. Que se lo tomen a ver si enderezamos, como dice Uribe. Eso le pediré en estas Navidades al Divino. Y por divino no me refiero a Richard Aguilar.