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Compraventa de la segunda reelección

Votar a cambio de prebendas puede no ser un delito, aunque resulte vergonzoso. Pero modificar sus posiciones a cambio de las mismas es cohecho

María Jimena Duzán
5 de julio de 2009

La última semana antes de que terminara la legislatura pasada, cinco representantes a la Cámara por el Partido Liberal fueron invitados a la Casa de Nariño para discutir temas relacionados con "la inversión regional", un eufemismo con el que el gobierno de Uribe busca maquillar la posible compraventa de votos para su segunda reelección.

Los asistentes a esa velada fueron Musa Besaile, de Córdoba; Dumit Náder, de Córdoba; Pedro Mubdi, de Cesar; Lidio García, de Bolívar, y Gabriel Espinosa, de Sucre. En la reunión estaba presente Bernardo Moreno, el secretario general de la Presidencia quien, según tengo entendido, les  hizo unas ofertas no muy específicas con la idea de 'ayudar' a sus regiones. Sé de buena fuente que con excepción de uno de ellos, los demás representantes a la Cámara salieron de Palacio muy contentos, ante la forma generosa como se abordó el tema de la "inversión regional".

 Y aunque es muy temprano para saber cuál puede ser el desenlace de esta historia, lo que sí se puede decir, por ahora, es que en las últimas horas de la legislatura pasada este grupo de representantes, más otros que se les fueron pegando, desconoció olímpicamente las decisiones de su bancada y en varias oportunidades votaron a favor del gobierno, rebasando sus linderos y entrando en el terreno farragoso de la doble militancia.

Sin temor a exagerar, se podría afirmar que sus votos fueron clave para que el gobierno pudiera pasar en la Cámara no sólo la reforma política, sino el Código Minero, así como la conciliación de la reforma política. Tres de los liberales que estaban conciliando terminaron intempestivamente votando a favor del gobierno y en contra de su partido. Cambiaron su voto en una noche, batiendo el récord que se deriva de aplicar la tesis filosófica de Sabas Pretelt según la cual "la política es dinámica".  

Volviendo a la reunión de marras, aquella que se hizo en Palacio a la que se invitó representantes del Partido Liberal, habría que decir que este escenario resulta ser un buen indicador de lo que este gobierno está dispuesto a arriesgar con tal de sacar adelante la segunda reelección del presidente Uribe. Para ser más claros: la batalla por sacar adelante el referendo reeleccionista se le ha convertido a nuestro mandatario en algo más que una aspiración respaldada por cuatro millones de ciudadanos, como reza la cartilla. Según sus propias palabras, se le ha convertido en "un punto de honor" y él está dispuesto a pelearla como todo un macho.        

La nueva estrategia que se estaría cocinando en los salones de Palacio estaría dirigida a captar -perdón, a persuadir, como diría el ministro Valencia Cossio- congresistas que no estén contaminados, como parecen estarlo los 86 que ya están bajo la lupa de la Corte Suprema de Justicia. Y esos votos 'sanos' están en los restantes 80 congresistas, pertenecientes en su mayoría al Partido Liberal y al Polo Democrático, colectividades que se han opuesto a la reelección presidencial. Haciendo bien las cuentas, el gobierno necesitaría 30 votos de esos 80 y anda a la caza de ellos, sea como sea. Por lo que se ve, la estrategia ha tenido relativo éxito. Por el momento sólo ha mordido el anzuelo un primer grupo de liberales, integrado por los quíntuples ya señalados y al que se le han unido otros representantes liberales como Álvaro Pacheco, de Caquetá; Mario Suárez, de Santander; Horacio Giraldo, del Valle, y Clara Pinillos, de Cundinamarca, entre otros. El grupo es pequeño, pero ha ido creciendo en la medida en que las visitas a Palacio se incrementan.

La pieza clave en todo este engranaje se llama Rodrigo Rivera, quien se ha prestado de oficial de enlace con Palacio para acercar a este grupo de liberales que hoy andan más allá que  acá.  

Obviamente, en este país donde ya no hay linderos de nada, es probable que a estos honorables congresistas no les pase nada y terminen siendo elevados a héroes nacionales por el uribismo reeleccionista. Pero si yo estuviera en su pellejo, estaría bastante preocupada. Votar a cambio de prebendas puede no ser un delito, es cierto, aunque resulte vergonzoso y demuestre el grado de veneración que tiene este gobierno por la corrupción y la politiquería, dos lacras que alguna vez Uribe prometió erradicar. Pero modificar sus posiciones por puestos y prebendas, como hicieron Yidis y Teodolindo, es harina de otro costal. Eso se llama cohecho. Pero que ellos terminen en la Picota al gobierno poco le importa. Basta con que le pasen el referendo reeleccionista antes de que se vayan para la cárcel.

Todo sea por el honor.

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