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Con los calzones abajo

Santos miente cuando dice que nada va a cambiar después de que se firme la paz con las FARC. O está anunciando una traición.

Marta Ruiz, Marta Ruiz
18 de enero de 2014

“Disfruta la guerra, la paz será terrible” era el chiste que corría en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, según cuenta el fallecido escritor británico Tony Judt en su libro Postguerra. Aunque parece una broma cruel, en realidad la frase tiene mucho sentido. O debería tenerlo para nosotros.
 
En Colombia lo menos difícil será firmar la paz. Prueba de ello es el optimismo del presidente Juan Manuel Santos, quien esta semana expresó su convicción de que en el 2014 se llegará a un acuerdo con las FARC, muy a pesar del atentado terrorista en Pradera (Valle), que él mismo le atribuyó a ese grupo armado. Lo difícil, pues, no será firmar la paz, sino administrarla. Cumplir los compromisos que se hagan en la mesa, ya que casi todos quedan supeditados a desarrollos posteriores.

Cuando Santos se pasea por los gremios y los batallones diciendo que todo seguirá tal como está una vez se firme un acuerdo con la guerrilla, sencillamente miente. Todo proceso de paz requiere cambios profundos. Claro, si es que va en serio. La otra opción, la de no cambiar nada, es un anuncio anticipado de que el gobierno traicionará lo pactado. Y no creo que este sea el caso.

Todos sabemos que los tiempos del postconflicto son dolorosos, y no paraísos por donde fluyen ríos de leche y miel. Éstos suelen ser periodos de retaliaciones y venganzas. De ira frente a las injusticias del pasado y los perdones del presente. De nuevas violencias, de reacomodamiento de los poderes. De auge de la criminalidad. De apetito por los recursos que la guerra tenía enajenados. Suelen ser tiempos de ensayo-error en muchas materias.

Eso lo sabemos todos en Colombia porque hemos tenido varios procesos de paz exitosos a los que les han seguido postconflictos más bien amargos. Muchos de los guerrilleros que firmaron la paz terminaron con una bala en la cabeza, por cortesía de las llamadas fuerzas oscuras. Y en el caso de los paramilitares, se consumó una mutua traición. Mientras ellos seguían armando tramoya desde la cárcel, el gobierno les incumplía promesas de impunidad hechas bajo la mesa.

Aun así, en ambos casos la peor parte no la llevaron los excombatientes, sino las comunidades donde estos actuaron. Las regiones que dominaron el M19, el EPL, o las AUC están más empobrecidas o victimizadas que antes de la paz. La recurrente promesa de que las instituciones llegarían a copar los espacios de los armados, a ampliar la democracia e instaurar un Estado de derecho, nunca se cumplió.

Con esos antecedentes, es preocupante que Santos anuncie cada tanto que nada cambiará si se llega a un acuerdo con las FARC. Él sabe muy bien que se necesitan estrategias para moderar los diferentes intereses económicos que traerá un armisticio. Que se requieren negociaciones políticas con nuevos y viejos actores sociales. Que hará falta mucha plata si se quiere aclimatar la paz con una mejoría en la vida material y espiritual de la gente. En otras palabras, que tendrá que cambiar, cuando menos, la manera como se ha gobernado este país.

El Presidente debería entonces dejar de “tranquilizar” a ciertos sectores diciéndoles que nada va a pasar y, por el contrario, hacer que algo pase. Que el postconflicto empiece a convertirse en una realidad. Basta con que lea con cuidado lo acordado hasta ahora en La Habana para que sopese el tamaño de los compromisos adquiridos.

Porque no habrá Reforma Rural Integral, sin hacer cambios de fondo a las instituciones que han malogrado con sus políticas a los campesinos. O sin asumir alguna dosis, por mínima que sea, de redistribución de la tierra. Y basta que se lea el punto dos, de participación política, para que entienda que la Apertura Democrática necesitará algo más que unos whiskies con la izquierda en Palacio.

El postconflicto es el flanco más débil de la estrategia de negociación de Santos. En esa materia el gobierno está, literalmente, con los calzones abajo.

Coletilla: Grave si las FARC creen que matando civiles inermes, como los de Pradera, tendrán un mejor acuerdo de paz. Grave si lo hicieron y lo niegan bajo cálculos políticos. Pero más grave aún que la bomba sea un intento de sabotaje al proceso.

En Twitter: @martaruiz66

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