Home

Opinión

Artículo

¿Con qué derecho?

Los parques son muy bellos, pero hay cosas desastrosas, hechas a su capricho personal.

Semana
30 de octubre de 2000

A menos de un mes de elecciones regionales, no se me aparta el tema del Distrito Capital. ¿Quién sucederá a este desastre, de tipo progresista? ¿Quién nos devolverá una ciudad habitable? ¿Quién recogerá los escombros, las cintas amarillas, los letreros abusivos de Discúlpenos; quién reducirá los terraplenes de las intersecciones; quién bajará los andenes, donde quedaron altos y quién aplanará las calzadas que se tragaron los andenes, quién?

Alguien tendrá que venir y desestimar esta tontería de las ciclorrutas, en una ciudad helada y húmeda, así se pierdan 50.000 millones, como los que se perdieron en propaganda o tratando de vender la empresa de telecomunicaciones.

Alguien, así no sea Clopatofsky, mi candidato ilusorio, que no tiene cara de ser abusador ni autoritario, habrá de venir a poner orden en Bogotá. A recoger los escasos dineros que quedaron y asegurarse de que no haya sido vendido también el edificio Liévano. Alguien que se le mida a recorrer en un trancón la carrera 13 de Chapinero, vía esclerosada al extremo, pese a ser un corredor de primera necesidad.

¿Cuál ha de ser, cuál ha de ser, Dios mío? Vinasco Che, conocido locutor, es el único que promete revisar los contratos de las grúas y de los patios de tránsito, pero es un candidato a alcalde, que pasa directamente de la locución de partidos de fútbol (toca, toca, toca) a la política distrital, avalado por un señor Ciro Ramírez, del directorio conservador, personaje menos conocido aún y ni siquiera oído por radio.

Jairo Clopatofsky, como casi todos los candidatos a alcalde de Bogotá (y hay algunos que no son conocidos ni en su vecindario), no se atreve aún a apartarse en algo, o en mucho, del desastre, tipo progresista, que tiene deslumbrada a la inmensa mayoría. Los nuevos parques son muy bellos; a Lorenzo lo tiene esperanzado la reconstrucción del parque de Lourdes, aunque se ha eliminado la bahía de donde se robaban los vehículos y esto no lo hizo el alcalde por proteger su propiedad, sino porque los odia y quiere desaparecerlos del ámbito urbano. Pero otras cosas, distintas de los parques, no son tan acertadas, y me pregunto: ¿con qué derecho llega un alcalde a una ciudad de la importancia de Bogotá y resuelve reconstruirla a su antojo personal? Si a él le gustan las bicicletas, entonces construye una ciudad para ciclistas. Llegará otro al que le gusten los caballos y revolcará todo, atropellando al que se atraviese, para construir equinorrutas o caminos lineales de herradura, en plena jungla urbana. De ahí el lema que se han inventado para la ciudad el burgomaestre y sus cercanos colaboradores: la Bogotá que queremos. Que quieren ellos.

Por fortuna no se vendió la ETB, pues de haber sido así, el alcalde, educado en el norte, norte, de Bogotá y del mundo, deslumbraría aún más, si cabe, a los habitantes del Distrito, con obras descomunales, lineales y longitudinales, que ahoguen más y más el tránsito automotor y le regalen al ciudadano más horas de inmovilidad en sus desplazamientos.

¿Con qué derecho se atropella a la gente de una ciudad, haciendo obras por todas las partes transitables? Yo diría que con el mismo con que se asesinó, con arma de retroexcavación a las víctimas del Luna Park (o crimen del río Fucha), lanzando un muro sobre sus vidas. Se trataba del espacio público y ellas, las víctimas, estaban estorbando. Así de sencillo.

¿Con qué derecho se agigantan las aceras y se reduce la circulación automotriz a extremos de bloqueo del tránsito? ¿Con dinero de quién se volverán a ensanchar esas calzadas, que el capricho redujo inadecuadamente?

¿Con autoridad de qué Constitución o de cuál estatuto reglamentario se hace de una ciudad transitable por automóvil, una peatonal o de ciclorrutas, que sólo interesan a unos cuantos aficionados?

Es de preguntarse, en fin, si un alcalde, por el hecho de ser elegido popularmente, no tiene límites en el manejo, adecuación o transformación de la ciudad que se le encarga. Si, a título de progreso, puede hacer para deshacer e incluso despilfarrar. En Bogotá se admira a cualquier alcalde que muestre obras, sin entrar en mucho análisis de su oportunidad. Este de ahora, felizmente reinante, las ha hecho todas, pero ha sido poco menos que un desastre para lo ambiental (deforestada la ciudad), lo circulatorio (horas y horas de trancón, de ida y regreso) y lo relativo a espacio público (crimen del Fucha). Así sea Lorenzo uno de los muy pocos en decirlo.