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Contra las drogas: nueva visión

Por el narcotráfico, muchos países del vecindario han visto “La criminalización de la política y la politización del crimen” expandirse por doquier

Semana
14 de febrero de 2009

Muy esperada, conveniente y oportuna la Declaración de la Comisión Latinoamericana sobre Drogas y Democracia que vio la luz estos días bajo el título 'Drogas y Democracia: Hacia un Cambio de Paradigma'.

En efecto, desde hace varios meses, esa Comisión, liderada por los ex presidentes César Gaviria, de Colombia; Ernesto Zedillo, de México, y Fernando Enrique Cardoso, de Brasil, ha venido realizando un juicioso trabajo de consulta y reflexión en países de América Latina sobre el problema de las drogas ilícitas. Los 17 integrantes de la Comisión son personas por encima de cualquier sospecha y tienen la autoridad moral e intelectual suficiente para ser una voz respetable y respetada cuando se trata de debatir ese problema y sus soluciones. Además, esa Comisión es un foro absolutamente independiente, no ligado a intereses políticos, económicos o burocráticos de ninguna índole y sólo busca contribuir a disminuir el tamaño del problema y sus nefastas consecuencias. Por eso era tan esperado su pronunciamiento.

La Comisión empieza por reconocer lo que muchos hemos planteado desde hace años: que la guerra contra las drogas en América Latina y en el resto del mundo es un completo y absoluto fracaso. Sin atenuantes. Los costos humano, institucional y económico que nuestros países han pagado no se han visto compensados con una disminución del problema sino, por el contrario, con su agravamiento. Si hubiésemos adelantado una estrategia más racional, distinta del prohibicionismo y la criminalización, tal vez los resultados habrían sido mejores. El caso de Colombia es ilustrativo: después de realizar los más grandes esfuerzos que país alguno haya realizado en el nivel mundial para controlar el narcotráfico, hoy producimos el doble de cocaína que hace 10 años, los cultivos de coca se han extendido por todo el país y las mafias del narcotráfico se reproducen como la hidra de Lerna. Pero no sólo Colombia. Por efecto del narcotráfico, en los últimos años muchos países del vecindario han visto crecer el crimen organizado con la violencia y la corrupción que trae aparejados. La "criminalización de la política y la politización del crimen" se expanden por doquier.

Pero reconocer este fracaso es un tabú, sobre todo para los funcionarios y para la burocracia internacional. La Comisión hace un llamado a superar los prejuicios y las visiones ideológicas, y a enfocar el problema de una manera que supere el prohibicionismo hirsuto: como un problema de salud pública, al focalizar la represión no en el consumidor final ni en el campesino cultivador, sino en el crimen organizado. Muy convenientes estos aportes al debate, no tanto por lo nuevos, sino por venir de quienes vienen. Y un primer paso en la dirección correcta, que en el largo plazo debería terminar en la legalización de las drogas, algo que la Comisión, tal vez con exceso de prudencia, se abstiene de plantear.

Creo que, en nuestro caso, este necesario cambio de enfoque se debe complementar con la incorporación del tema del narcotráfico en la agenda de la paz, algo que lamentablemente ha faltado en los procesos de paz adelantados hasta ahora. Porque recuperar la plena soberanía del Estado sobre todo el territorio y cerrar la brecha entre el campo y la ciudad son temas de la paz que están cruzados por la simbiosis de los grupos armados irregulares con el narcotráfico. La paz en Colombia debe ser una oportunidad para avanzar contra el narcotráfico. (Ver, La Batalla Perdida contra las Drogas, Alfredo Rangel, Editor, Intermedio, 2009).

Finalmente, la Declaración es oportuna porque coincide con el inicio de un nuevo gobierno en Estados Unidos, país que, querámoslo o no, es clave a la hora de las definiciones sobre la política internacional contra el narcotráfico. Puede ser que Obama logre convencer a la burocracia estatal gringa, al establecimiento político y a los sectores más conservadores de la sociedad norteamericana de la necesidad de, al menos, reconocer el fracaso de la estrategia prohibicionista y dar los primeros pasos hacia su reorientación. Sin olvidar, claro, que en Estados Unidos la Oficina de Rendición de Cuentas (GAO) ya ha reconocido ese fracaso, que varios estados gringos ya han descriminalizado el consumo y la producción de marihuana, que ésta se siembra en 50 estados sin ser fumigada, y que en 12 de ellos es el cultivo de mayor valor comercial.

Ojalá la labor de la Comisión logre contribuir a unificar una sola y nueva voz en América Latina, para que el mundo se convenza de que ha llegado la hora de reorientarse hacia un cambio de paradigma en la lucha contra las drogas.

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