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Contra la hermana república

No nos pongamos tan nerviosos. Estamos a instantes de que César López se invente la granaraca, híbrido de granada y maraca, y la arparabina, de arpa y carabina

Daniel Samper Ospina
9 de enero de 2010

Desde que cometió el agravante de haberse vuelto una penosa caricatura de sí mismo, detesto a Hugo Chávez por un nuevo motivo: y es que mientras más barbaridades dice, más consigue que Uribe parezca un estadista.

¿Cómo puede parecer estadista un tipo que se tira por un tobogán con la franela desjetada; que vive cojo porque las potras lo patean; que reconoce que es un gamín? De una única manera: enfrentado a un loco como Chávez. Porque hay que reconocer que uno podrá decir lo que quiera de Uribe: que acabó con la Constitución; que gobierna rodeado de familiares de mafiosos; que incrustó de nuevo la religión en el Estado. Pero todavía no ha cantado en un consejo comunal; ni ha descrito en público la situación de sus intestinos; ni ha explicado con una mímica didáctica la fórmula para bañarse en tres minutos.

Lo más pintoresco que ha hecho hasta ahora es reconocer que es un gamín; lo cual, más que un desafuero, fue una notable y sincera confesión. Efectivamente es un gamín. Pobre. A veces lo encuentro tirado en los callejones del centro, abandonado bajo el frío bogotano. Suele cubrirse con hojas de periódico. Concretamente de El Colombiano, que es el que más lo tapa.

Pero Uribe es Churchill si uno lo contrasta con Chávez, que cada vez dice más disparates. Ahora amenaza a diario con irse a la guerra sin medir que sus palabras pueden traer consecuencias más graves que la guerra misma: porque cada vez que orea esa posibilidad, salen varios prohombres a recordar con angustiada vehemencia la hermandad histórica que debe primar entre las dos naciones. Y eso sí es grave: eso sí es desesperante.

Juega a mi favor que los vientos de guerra no me vuelven cursi. Siempre le he temido, más que a la guerra, a esa fraternidad frente a los hermanos venezolanos que su cercanía despierta; a esa mesura de la que hacen gala algunos componedores que salen a hacer cruzadas de amor entre los dos países. JotaMario Arbeláez, con dos o tres poetas de Caracas, redactan unos manifiestos en los que se dan a sí mismos una importancia que no tienen: vehementes, resueltos, oponen la poesía a la guerra. Qué cursis, dios santo: ¿alguien los lee? ¿no es mejor la guerra que la mala poesía? Y ya no se consigue un solo ex canciller que no aproveche el contexto para tratar de demostrar que es dueño de un gran equilibrio, de una gran ponderación. Augusto Ramírez Ocampo, por ejemplo. Recuerdo que, en la época en que por la gripa porcina estaba prohibido dar la mano en el Palacio de Nariño, el doctor Ramírez Ocampo saludaba a los funcionarios levantando las cejas. Arrasó con todas las lámparas, dañó los techos. ¿Puede alguien con esas cejas llamar a la sensatez? ¿puede un señor que es idéntico a Beto, el de Plaza Sésamo, apaciguar los ánimos de una guerra?

No nos pongamos tan nerviosos. Estamos a instantes de que saquen pulseritas con las banderas de los dos países; a instantes de que César López empuñe en la frontera su escopetarra, se invente la granaraca, híbrido de granada y maraca, y la arparabina, mezcla de arpa y carabina, y organice con Juanes y Franco de Vita un trío llanero que invite a la concordia entre los dos países.

Por mi parte me permito ser franco: salvo Luis Manuel Seijas, el futbolista del Santa Fe que se lanza al ataque y a la vez regresa a la marca con gran sentido de la responsabilidad, nunca he conseguido admirar con profundidad a venezolano alguno. Lo siento. Me gustaría, pero no he podido. Seamos sinceros: ¿a quién puede admirar uno que haya nacido en Venezuela? ¿al 'Puma'? ¿a Salserín, a Ricardo Montaner? Los galanes venezolanos son pioneros en el blower y la mirada al infinito: ¿se nos olvida eso ahora? De Venezuela son 'Los Chamos', que era una versión chiviada de Menudo. El uniforme de sus equipos deportivos es color vino tinto. Adelantaron media hora el reloj: ¿ya nada de eso nos importa?

Hago un llamado a la madurez. Que esta posible guerra no nos ponga melosos. Reconozcamos con valor que no hay nada peor que el acento venezolano. ¿Han oído la forma en que usan la palabra 'arrecho', que allá significa irritarse, ponerse bravo? Los he oído decir cosas como "el niño está arrecho"; "el Santo Padre se arrecha con el hambre" o, incluso, "el Santo Padre se arrecha si los niños se arrechan".

Ahora bien: esta no es una columna nacionalista. Si digo que no me despierta admiración Venezuela no por eso estoy concluyendo que nosotros los superemos. Al revés: igualamos por abajo. Ellos tienen a Carlos Mata, pero nosotros a Carlos Mattos. Y cada uno compite con su propio Alonso: ellos con María Conchita, nosotros con Jairo: con Jairo Alonso, que todavía usa blower y mira al infinito.

Pero reconozco que en caudillos les va peor a ellos. A Chávez le falta un diente de abajo. Es gordo. Se viste de verde y rojo. Admira a Bolívar. Y nadie que admire a Bolívar puede ser tomado muy en serio: uno de sus máximos gestos de heroísmo fue saltar desde una ventana en la noche septembrina, pero hay que ver lo bajita que es: no mide ni un metro. Hasta Luis Alberto Moreno habría podido descolgarse de ahí. Puedo probarlo si el doctor Moreno me ayuda. Lo reto públicamente a que se baje de esa ventana el próximo domingo. Puede ser a las 12 del día. Doce y media hora de Caracas.

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