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Contra la ópera y demás

Lo que las nuevas medidas le puedan exprimir a la cultura de este país miserable es insignificante. De modo que no es por plata que quieren ahogarla

Antonio Caballero
26 de agosto de 2006

Esta que viene es ya la cuarta o quinta reforma tributaria del uribato. Y, de pasada, repito una pregunta que he hecho muchas veces en los últimos cuarenta años: ¿por qué en este país las reformas tributarias quedan siempre tan mal hechas que hay que rehacerlas cada seis meses? Esta que viene, otra vez, otra vez viene en contravía de la retórica presidencial sobre la lucha contra la pobreza y contra las causas de la pobreza: es, una vez más, contra los pobres. Para cargar sobre ellos la tributación que se descarga de los ricos con el argumento de que éstos "crean riqueza" (aunque por lo general se la lleven), en tanto que los pobres, pobres, sólo crean, claro está, pobreza. Que se la lleven ellos también. Muchos se han ido, llevándosela. Y en ese éxodo ha sido agente importante el narcouribismo rural, cuyos jefes están hoy descansando en centros vacacionales de recreo por invitación del gobierno, y por cuenta de los que pagan -pagamos, si se me permite confesarlo- impuestos.

Dentro de esta nueva reforma (la tercera, creo, que hace el actual ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla) lo más llamativo y lo que va a causar más padecimientos es, sin duda, la imposición del IVA a los productos básicos de la canasta familiar: lo que come y viste la gente. La promesa de que a los más pobres ese impuesto que pagarán día a día, que es como ellos ganan y gastan, les será devuelto año a año, es grotesca. ¿En qué boca de alcantarilla destapada, a la sombra de cuál semáforo, a qué altura de la cola de espera de un hospital piensa ir a buscar a esos pobres el ministro Carrasquilla para pedirles los recibos de compra de tres papas, media yuca, un puñado de arroz, que les justifiquen la devolución de impuestos? ¿Irá él en persona? ¿Mandará al chofer de su narcoburbuja blindada? ¿A cien mil nuevos funcionarios de su Ministerio?

Me gustaría conocer sus respuestas.

Lo más grave de la reforma, lo más de fondo, es pues esta ofensiva contra los pobres, que se me antoja calcada de la política económica de los gobiernos de George W. Bush en los Estados Unidos. Pero también es significativa la ofensiva contra la cultura: contra los creadores de cultura -artistas, bailarines, poetas-; contra los distribuidores de cultura -editores, libreros, teatreros-; y contra los financiadores de cultura -coleccionistas de arte, dueños de inmuebles de interés cultural-.

Antes de seguir adelante debo decir que la reforma del ministro Carrasquilla me afecta personalmente. Como escritor (quiero decir, autor de libros: lo que escribo en los periódicos paga tantos impuestos como el sueldo de un ministro, o algo más), como dueño de una casa en Boyacá que es monumento histórico, y como inquilino de un apartamento en Bogotá cuyos servicios son baratos por razones de protección cultural.

Pero eso que me ahorro yo no es nada: una chichigua. Como es una chichigua lo que va a recaudar el Ministro con su supresión de exenciones de impuestos al teatro y al cine y a los libros, con su imposición del IVA a todos los productos culturales, con su retiro de los beneficios tributarios para las fundaciones culturales sin ánimo de lucro. No he hecho las cuentas que a lo mejor sí ha hecho -pero en estricto secreto, como todo lo que hacen los ministros de Uribe- el ministro Carrasquilla. A ojo, sin embargo, estoy seguro de que lo que sus nuevas medidas le puedan exprimir al sector de la cultura de este país miserable es insignificante. En un país que no lee, los impuestos a los libros no valen mucho. En un país que no va al teatro, ni al cine, el IVA a la boletería no es importante. En un país que carece de museos de arte porque no hay coleccionistas cuyas obras puedan terminar en ellos, casi no vale la pena penalizar ese coleccionismo. De modo que no es por plata, sino por razones de principio, que este Ministro y este gobierno quieren ahogar lo poco que existe de actividad cultural en Colombia.

Puede ser que se trate de cumplir con alguna exigencia nueva y secreta de los Estados Unidos: como lo de la fumigación con glifosato de los parques naturales, como lo de la aceptación en el TLC de la importación de vacas viejas con síndrome de vacas locas, como lo de la extradición. Es posible que el ministro Carrasquilla esté inclinándose -sin decírnoslo- ante las presiones del Imperio, que son las únicas razones de principio que guían a este gobierno. Puede ser. No es la primera vez que ocurre. Recuerdo, por ejemplo, que un alto funcionario de cultura del presidente Virgilio Barco suprimió hace veinte años los auxilios oficiales a la ópera con el argumento de que él, cuando quería ver ópera, viajaba a Nueva York.