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Contradicciones de la política

Esa concepción de la política como ocupación proterva y condenable que tiene el ministro del Interior coexiste con la convicción de que solo es política la actividad electoral, la de la busca y el rebusque de votos.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
24 de agosto de 2013

Empiezo por el final: obiter dicta, como titulan pretenciosamente en latín sus comentarios de pasada los columnistas en los últimos tiempos. Dicho sea de paso: veo en El Espectador la lista de los posibles candidatos del uribismo al Congreso. 

De primero, Álvaro Uribe. Después, el ideólogo José Obdulio Gaviria, la delfina Paloma Valencia, el payaso Moreno de Caro, el negociador Rafael Nieto, alguien a quien describen con entusiasmo como “excandidato a la Alcaldía de Montería”, una esposa de alguien (el presidente de Fedegán), un hermano de alguien, (una exgobernadora del Huila), y otro más a quien, para presentarlo ante el país, describen como “un abogado cercano a Óscar Iván Zuluaga”. Pero ¿y quién es Óscar Iván Zuluaga?

Mucho me temo que con semejante lista no va a salir elegido ni siquiera el expresidente Uribe. No creo que alcancen el umbral.
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Y a otra cosa.

Acaba de denunciar con su habitual estolidez el ministro de Gobierno que quienes apoyan los paros agrarios, desde la derecha uribista o desde la izquierda del Polo o de la Marcha Patriótica, tienen objetivos políticos. Pues claro. Como tienen objetivos políticos quienes condenan los paros desde el gobierno. En eso consiste la política. ¿Qué diablos cree que es la política el ministro aquí llamado de la política? ¿O es que considera que solo el gobierno puede hacer política? Cosa que, por otra parte, está estricta, aunque absurdamente, prohibida por la Constitución. 

Hay en la mitología colombiana (que es la mitología política: no tenemos otra) un episodio casi tan célebre como el del florero de Llorente que provocó, nos dicen, la independencia de España. Es el del procurador Aramburo, que se atrevió a amonestar al entonces presidente Carlos Lleras “por intervenir en política”: como si esa, que es la actividad propia de todos los políticos, tanto desde el poder como desde la oposición, fuera cosa censurable. ¿Y renunció, avergonzado, el amonestado presidente? No: renunció el procurador.

Esa concepción de la política como ocupación proterva y condenable que tiene el ministro del Interior coexiste con la convicción –suya y de todos los políticos– de que solo es política la actividad electoral: la de la busca y el rebusque de votos. Pero a la vez que la condenan es la única que consideran aceptable. Todo lo que se salga de los estrechos límites de las urnas de votación les parece un abuso: movilizaciones, huelgas, protestas, organización de sindicatos o de partidos que no superen el sacrosanto umbral.

Así, sobre los paros agrarios explica orondo el ministro de la política que el gobierno no dialogará sino con los no violentos. Pero a la vez, en La Habana, su gobierno dialoga solo con los violentos, y se opone a que metan baza los demás: por ejemplo, las víctimas del conflicto. El cual, por lo visto, es armado, pero no político.

Contradicciones. Recuerdo haber leído en una tesis de grado de ciencia política que los protagonistas supervivientes de la violencia liberal-conservadora de mediados del siglo XX, octogenarios hoy, a esa época que los periodistas desde los periódicos, los académicos desde las academias, los políticos desde el gobierno o el Congreso, llamamos “la Violencia”, por antonomasia y con mayúscula, la llaman de otro modo: “la Política”. Y también la piensan, aunque no la escriban, con mayúscula. 

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