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Ganó la corrupción, perdió la democracia

Las elecciones dejan muchas enseñanzas, quizás la mayor, que el poder de la “mermelada” es inferior a la fuerza de los principios y al valor de las ideas.

Rafael Rodríguez-Jaraba, Rafael Rodríguez-Jaraba
19 de marzo de 2014

Poco le sirvió al Presidente Santos dilapidar centenares de millones de pesos del erario público para arrendar conciencias y fletar medios, para al final obtener una victoria pírrica y dudosa en las elecciones de Congreso.

Desconocer la votación de cerca de 8.000 mesas es un despropósito que sorprende a todos, empaña la democracia y demuestra la debilidad ética de la nación y la fragilidad de su sistema electoral.

Es claro que los delitos electorales cometidos de manera cínica y desvergonzada, especialmente en la Costa Atlántica, son el resultado de la necesidad de los gamonales afectos al Gobierno de mostrarle al Candidato-Presidente resultados que justifiquen las generosas prebendas recibidas.

Sobrecoge que la corrupción, ahora mimetizada bajo la vulgar expresión “mermelada” -que no es nada distinto al uso abusivo, pernicioso y doloso de los dineros públicos-, termine supliendo las falencias de un Gobierno incapaz que malogró la oportunidad de promover las reformas estructurales que con urgencia requería y sigue requiriendo Colombia, como son las de Educación, Justicia, Salud, Pensional, Financiera, Minera, Carcelaria y Política.

Al Presidente Santos de nada le sirvió haber sido elegido por una abrumadora mayoría y contar con un Congreso obsecuente, pues llegado el ocaso de su gobierno nada puede mostrar, distinto a unas negociaciones de paz secretas e inciertas y a una improvisada e irresponsable reforma tributaria que premió el capital y castigó el empleo. 

Independientemente de la inclinación ideológica o partidista que se tenga, es reprochable la manera imprudente y desmesurada como el Gobierno gasta nuestros impuestos en su campaña reeleccionista, en la que antes que proponer soluciones integrales a viejos problemas no resueltos, se busca satisfacer la megalomanía insaciable de un gobernante bueno para hacer anuncios pero nulo para materializarlos.

Nunca como ahora, la publicidad estatal había neutralizado tanto medio, fletado tanto periodista y acallado tantas conciencias. El Presidente Santos debería tener más confianza en su obra de gobierno y en el criterio selectivo de los electores, y no solo en la refacción de su imagen por medio de tan costosa inversión publicitaria, la que al final tan solo enriquece a pocos y empobrece las arcas del Estado.

Sorprende que algunos medios de comunicación, otrora severos e inflexibles frente a la corrupción, demuestren debilidad ante el halago económico prodigado por las generosas pautas publicitarias que reciben del Gobierno. Algunos periodistas han perdido la honra, olvidando que no se las restituirá el Gobierno.

En suma, las elecciones dejan muchas enseñanzas, quizás las mayores; que el poder de las maquinarias es inferior al valor de los principios y a la fuerza de las ideas; que los resultados siguen dependiendo de los estímulos que reciben los electores más pobres que venden su voto; que la abstención antes que combatir la corrupción la favorece; y, que la falta de educación es la mayor debilidad humana.

Pero en medio de tanta indelicadeza y desafuero, queda la esperanza que la nación haya aprendido de tan vergonzosa jornada electoral, de manera que en la elección presidencial los abstencionistas no contribuyan a la corrupción negando su voto a la democracia y que los ciudadanos se resistan al soborno de sus conciencias.

En Twitter: @rrjaraba
*Consultor Jurídico, financiero y Corporativo. Catedrático Universitario.

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