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Corruptos y corruptelas a la lata

Destreza para lo ilegal, connivencia con el narcotráfico, afán de ascenso social, carencia de noción de lo ético y aprovechamiento ilícito de dineros públicos: factores eficaces para la corrupción a la colombiana.

Germán Uribe
27 de enero de 2014

Nunca nos cansaremos de volver sobre la corrupción. De rancios abolengos ya casi prehistóricos, se ha caracterizado por ser uno de los más preciados instrumentos desde cuando presidentes ya borrosos en nuestra memoria por los tiempos lejanos de su regencia, hacían referencia a ella jurando combatirla, aunque ciertamente lo que pretendían no era otra cosa que aceitar con su sonoro y despreciable nombre sus campañas electorales. 

Condenándola, acicalaban con sus 10 letras sus promesas y programas de gobierno en la certeza de que el populacho ignaro aplaudiría a rabiar sus nobles propósitos, premiándoles, en consecuencia, con la banda y solio presidenciales. Y cada uno de ellos se cuidaba en dejarle a quien aspirara a sucederlo ese inestimable legado garantista para la cristalización de sus ambiciones. De tal suerte que, de mano en mano, y de presidente en presidente, la criatura sigue viva y creciendo y engordando. 

Con tamaño compromiso y objetivo tan seductor como el de erradicar la corrupción de la faz de Colombia, ¿cuántos no han sido los presidentes que, contrariándose y contrariándonos, o la han dejado ahí, campante e intocable, o haciéndose los locos han contribuido “sin querer queriendo” a su desmedido aumento? 

Pero por ahora no invoquemos esos tiempos en los cuales las milagrosas espaldas de uno y otro los libraban de responsabilidades políticas. Vamos al 2013 cuando según el Índice de Percepción de Corrupción (IPC) hecho público por Transparencia Internacional, denuncia que la impresión sobre la corrupción en Colombia es simplemente alarmante, ayudada por una justicia paquidérmica y un galopante abuso del poder en el sector público. 

¡Y qué decir del sector privado! InterBolsa y los Nule, ¿no son para enmarcar?  A ambos, aparentemente, el Estatuto Anticorrupción ni los rozó, si acaso les produjo unas eróticas  sensaciones por su fácil enriquecimiento y por el placer incontenible de poder burlarlo.

Y uno de los mayores agravantes de esta pandemia calamitosa que no solamente deteriora sino que frena el impulso del Estado y sus políticas sociales, no es otro que el oído sordo generalizado. Y también la connivencia con ella de los más interesados en aprovecharla, o el dejar pasar porque a mí qué me importa de la mayoría de una ciudadanía que aún no logra descifrar el sentido y uso del término transparencia. 

Y así, paulatinamente, gobiernos y empresarios que son quienes mueven el dinero y la riqueza, van perdiendo su capacidad y su esfuerzo para hacer creíbles sus objetivos de función de servicio público y buena fe emprendedora. Vemos cómo alguna gente influenciada por aquellos principios filosóficos uribistas del “atajo” y “el todo vale”, o el célebre compendio turbayista de reducir la corrupción a sus justas proporciones -“preceptos” que cada vez son más eficientes-, termina por dejarse arrastrar con el convencimiento de que las instituciones son simples enunciados de papel que caen al menor soplo, siendo susceptibles de mofa y fraude, teniendo en parte razón cuando sabemos que en el top 10 de las más corruptas están detectadas la Policía Nacional, las Fuerzas Militares, los partidos políticos y el Congreso. ¡Y el sistema judicial!

Son numerosos los factores sensibles que nutren la corrupción. Registremos sólo algunos de los que cada vez más devienen en prototipos: la subcultura de la connivencia con el narcotráfico; la destreza para avenirse con lo ilegal; el prurito de un ascenso social logrado a menudo con el enriquecimiento ilícito; el cohecho como arquetipo de la trampa; la falta de una noción social de lo ético; la aclimatación del aprovechamiento ilícito de dineros públicos por parte de cualquier fulano y el “gustico” por ejercer el poder ya sea éste familiar, social, administrativo o político.  
  
Cabe destacar que es la contratación estatal a todos sus niveles, local, regional o nacional, de la que se derivan las tajadas más grandes del apetitoso ponqué de la corrupción, siendo lo que hoy llaman “mermelada” apenas un atisbo o abrebocas del premio mayor. 

Y los políticos, que más saben de esto que del servicio a la comunidad, han venido ejerciendo con lujo de detalles este lucrativo oficio contractual por interpuestas personas. De ahí su puja por alcanzar posiciones en el Congreso, los concejos municipales y las asambleas departamentales. 

¿O quién osaría negar su cercanía o intermediación en casos escandalosos como los de Agro Ingreso Seguro, DNE, Chivor, Enerpereira, Termorrio, Coomeva EPS, Foncolpuertos, TransMilenio calle 26, Caprecom, Vía Bogotá-Girardot, Dragacol, SaludCoop EPS y Ferrovías, entre muchos otros? 

Mientras en nuestra sociedad persista el actual sistema económico, político y electoral, generador de “todo mal y peligro” y de una y mil aberraciones más, y mientras no se privilegien las inducciones a la ética ciudadana y a la moral pública incluso por sobre los mismos controles estatales, los corruptos y las corruptelas se seguirán dando. Y a la lata.  

guribe3@gmail.com

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