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Cartagena, un círculo mafioso

El día que el Cerro de La Popa termine de descolgarse y arrastre en un alud de tierra y lodo todas las casas que se alzan en su falda, entenderemos la dolorosa razón de votar cada cuatro años por los mismos mafiosos de siempre.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
25 de mayo de 2017

Vivimos convencidos de que todo lo malo que pasa en nuestros departamentos, municipios, corregimientos y barrios es producto de la voluntad divina. “Dios sabe cómo hace sus cosas”, suelen decir los creyentes, aquellos que consideran que nada en el Universo se mueve sin su voluntad. Si el río que atraviesa el pueblo abandona su cauce y entra a las casas, ahoga las gallinas, los cerdos y otros animales de corral, es porque el Señor nos tiene para el futuro cosas mejores. Cuando la montaña por donde pasa la carretera se viene abajo y sepulta carros y se lleva las casas que se alzan a un costado, no falta quien asegure que el desplome, que de paso acabó con varias vidas y dejó en la calle a muchas personas, es una prueba del Señor.

Nada más estúpido, por supuesto. Pero nuestros retorcidos cerebros de simios tienen interiorizado, en lo más profundo de la psiquis, las creencias. "En La Mojana sucreña (Achí, Guaranda, Sucre y Majagual) están a punto de hundirse y ellos dicen que están ‘a merced de la naturaleza’, como si la naturaleza fuera la culpable. Y entonces se encomiendan a Dios en lugar de dejar de votar por los mismos bandidos que se han enriquecido a punta de infinitos estudios para prevenir la creciente", escribió hace pocos días la poeta y columnista de El Espectador Beatriz Vanegas Athías.
Creer en algo o en alguien con aura de divinidad es siempre un acto esperanzador, pero no realista. Creer que las oraciones pueden prevenir inundaciones, o caídas de montañas, o desastres como los que sacuden el territorio colombiano en época invernal es, sin duda, un bello sueño para seguir alimentando la esperanza, pero no soluciona los problemas de fondo. Lo que referencia la poeta Vanegas Athías es sólo la punta de una pandemia nacional. En Cartagena, en un espectáculo circense, un grupo de pastores y feligreses evangélicos se reunió hace unos días en la Plaza de La Aduana para orar y evitar que en la ciudad se lleve a cabo un publicitado congreso internacional de productores cinematográficos de la industria porno. Nada más hipócrita si pensamos que muchos de estos señores fueron los mismos que lideraron la campaña por el No al plebiscito que buscaba refrendar los acuerdos de paz con las Farc y acabar --de una vez por todas-- con una guerra de 52 años que dejó más 8 millones de víctimas. Los mismos que apoyan irrestrictamente las acciones del cuestionado pastor Miguel Arrázola, quien aseguró en un video, que se volvió viral, que no mataba con sus propias manos al periodista Lucio Torres, denunciante de sus fechorías, porque el Señor lo había cambiado.

Lo que olvidan estos pastores y feligreses, mucho más interesados en alimentar la politiquería local que en salvar almas, es que Cartagena es una de las ciudades colombianas más pobres y desiguales en la distribución de sus ingresos, después de Quibdó, Riohacha y Cúcuta. La política, en su sentido más bajo y rastrero, es la lucha de dos o tres familias por el poder. Desde hace dos siglos, el crecimiento de la ciudad es proporcional al robo sistemático de su presupuesto. Todos los años la ola invernal hace estragos y deja en las zonas de alto riesgo a más de una familia sin casa. Todos los años crece la prostitución ante los ojos de las autoridades y nadie se levanta ni denuncia nada. Pero solo bastó una nota de prensa anunciando la llegada de los productores de cine para adultos para que una horda de fanáticos religiosos empezara a rasgarse las vestiduras y satanizar un evento estrictamente comercial.

Hace más de 20 años el inmolado Jaime Garzón aseguró que en Colombia la gente se escandaliza porque alguien dice hijueputa en la televisión, pero le resbala ver niños en edad escolar limpiando vidrios y pidiendo monedas en los semáforos de las ciudades. No hay duda de que el país está mal, pero no porque Dios haya abandonado el escenario de los hechos como en la tragedia, sino porque cada cuatro años acudimos como borregos domesticados a las urnas a sufragar por los mismos incompetentes y corruptos que en los años anteriores dejaron a los ciudadanos sin salud, educación y trabajo. Que el cerro de La Popa de Cartagena se esté viniendo abajo no tiene nada que ver con las lluvias, la naturaleza o la voluntad divina. El día que esa loma termine de descolgarse y arrastre en un alud de tierra y lodo todas las casas que se alzan en su falda y sepulte estruendosamente la avenida Pedro de Heredia y los barrios aledaños, dejando incontables muertos, entenderemos las razones dolorosas de elegir cada cuatro años, como alcalde o gobernador, a unos imbéciles, representantes de las mismas familias mafiosas que tienen, desde hace 200 años, a la ciudad sumida en la miseria.

POSDATA: Que no salgan a decir ahora los defensores del alcalde Manolo Duque que fue una injusticia su suspensión del primer empleo de la ciudad. Se merece la revocatoria, no sólo por incompetente sino también por su eslogan mentiroso “primero la gente”.

En Twitter: @joaquinroblesza
Email: robleszabala@gmail.com

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