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La marrana es Colombia, o más exactamente todos los colombianos que no participamos en el alegre y bárbaro despresamiento

Antonio Caballero
8 de diciembre de 2006

Todos conocemos en Colombia la expresión tradicional de nuestra política: "repartirse la marrana". Y es muy elocuente, porque aunque se refiere a algo que sucede en todas partes -la distribución del botín- lo pinta con una ferocidad especialmente nuestra: quiero decir, colombiana. Se trata del reparto, y de la rebatiña por el reparto, de cargos, prebendas, sueldos, contratos del gobierno. En los últimos meses nos han dado ese espectáculo los uribistas, neouribistas, y reuribistas de los distintos partidos partidarios de Uribe, pero la cosa es vieja. La resumía sardónicamente hace más de un siglo el señor Caro cuando se anunciaba la cercanía de elecciones: "Que tiemblen los porteros". Porque su modesto puesto lo iban a perder a manos de un portero nombrado por el gobierno siguiente.

Así pasaba entonces, y así pasa ahora. Pero lo que acabo de descubrir, gracias a los "libros al viento" que ha dado en regalar en las esquinas el Instituto Distrital de Cultura y Turismo de Bogotá, es el origen de la expresión "partirse la marrana". Lo encontré en una selección de crónicas sacada de las célebres Reminiscencias costumbristas de José María Cordovez Moure sobre Bogotá. Hablando de las fiestas y espectáculos populares que se daban aquí en el siglo XIX cuenta lo siguiente:

"Había otro juego cuyo recuerdo nos horripila: se llevaba a la plaza un cerdo bien embadurnado con manteca y jabón, ofrecido en propiedad a quien lo tomara por la diminuta cola. No bien se soltaba el arisco animal, le caía encima la oleada humana ansiosa de poseer la codiciada presa; esta se defendía a dentelladas, pero pronto quedaba agobiada por el número; y como cada uno de los pretendientes se creía con derecho al animal, partían la diferencia descuartizándolo vivo. Cada cual cortaba el miembro que estaba a su alcance, en medio de los alaridos de la infeliz víctima y de las estentóreas carcajadas de los actores de aquel drama digno de salvajes; y para no ser inferiores en nada a estos ¡se untaban unos a otros con la sangre de los miembros aún palpitantes que habían cortado!".

A Colombia los políticos (y los parapolíticos, y los narcopolíticos) se la reparten del modo descrito por Cordovez Moure: viva. Llega uno (conservador, o de La U, o de las AUC, o de Cambio Radical o de Alas por Colombia: da igual, pues todos actúan de igual manera) y de un mordisco arranca el jugoso pedazo de Invías. Otro desgarra con las uñas cuatro embajadas y una presidencia del Senado, y se va corriendo con esas vísceras temblorosas bajo el brazo. Otro más allá, de un zarpazo, se queda con el Ministerio de Defensa. Este de aquí desenrolla con los colmillos el sector de la Salud, intestino grueso y delgado, y un trozo particularmente sabroso de vesícula, o el espinazo de Ecopetrol, que tanta sustancia le da al caldo. Uno se conforma con mordisquear una oreja, o las pezuñas: una superintendencia, un viceministerio de Obras o de Minas, la dirección de Estupefacientes. Otro se lleva de un tirón, con amígdalas y todo, para comérsela, la lengua de la Contraloría.

Eso lo hacen, digo, con la presa todavía viva y pataleando. Y la presa es Colombia, o, más exactamente, somos todos los colombianos que no participamos en el alegre y bárbaro despresamiento, sino que lo sufrimos en nuestras carnes. Por eso corre la sangre. Cito de nuevo a CordovezMoure:

"¡Y se untaban unos a otros con la sangre de los miembros aún palpitantes que habían cortado!".

Ya sé que generalizar está mal hecho. Nos lo recuerdan casi a diario sesudos politólogos que desde la academia sostienen que la generalización dificulta el conocimiento; políticos profesionales que desde su prestigio personal defienden el colectivo de sus colegas; severos juristas que insisten, con razón, en que toda responsabilidad, y con mayor razón toda culpa, es individual, y no colectiva; periodistas que una y otra vez recurren al ejemplo de las pocas manzanas podridas de un barril, olvidando tal vez que en su origen ese ejemplo se prolongaba con el corolario de que, de no ser sacadas del barril, esas pocas manzanas hacían que se pudriera todo el barril. Así que sí, que ya sé que generalizar está mal hecho.

Pero en eso consiste el costumbrismo o ¿no? Porque las costumbres, por su propia naturaleza, no son individuales sino colectivas. Que lo diga, si no, Cordovez Moure.

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