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Basuras

Así como con el paso de los siglos aumentó la producción per cápita de basuras, a fuerza de lidiar con pestes y plagas que arrasaron con pueblos enteros, los humanos aprendimos la importancia de vivir aislados de la basura como primera medida de salubridad, el mínimo básico para garantizar la supervivencia en los asentamientos humanos.

Ana María Ruiz Perea
5 de febrero de 2018

Algo quedó mal diseñado en los seres humanos, que nos sentimos reconfortados mientras producimos y multiplicamos nuestra propia fatalidad; a mayor confort, peor condición de vida futura. Me explico: consumimos y consumimos sin parar alimentos envasados y empacados, ropas de corta duración, electrodomésticos y productos electrónicos desechables, bolsas, pitillos, empaques de productos sanitarios, latas, plásticos, poliestirenos (icopor), poliuretanos y polietilenos. El legado más nefasto del siglo XX fue el convencimiento a la humanidad de la necesidad de usar cosas para ser feliz, la cultura de lo desechable, el afán por las ventas multimillonarias de productos que no se necesitan. No es alienación, es la inevitable perversión de la sociedad de consumo.

De ahí que a cada uno de nosotros le basten pocos días para producir una cantidad de basura equivalente a su tamaño. Haga la cuenta y verá que no exagero: sume la caja de la pizza, la bandeja de los tomates en el supermercado, la botella de gaseosa, la caja del almuerzo a domicilio, y de ahí en adelante, desde la bolsa del pan hasta las pilas descargadas. Somos máquinas frenéticas dedicadas a la producción de basura, en todos los rincones del planeta.

A mayor capacidad adquisitiva, mayor cantidad de basura se produce, o dicho de manera vulgar, el que más come más caga. El mayor bienestar de la gente está asociado a la tenencia (y posterior desprendimiento) de más cantidad de cosas. Así es la cadena, millones de personas deben su bienestar a la capacidad que tiene otras millones de personas de comprar los productos que ellos producen, y a menor duración del ciclo de vida de un producto, mayor es la cadena de riqueza generada.

La dinámica de la basura es poderosa, y es imposible abstraerse de ella. Lo saben los miles de peces y aves marinas que mueren cada día con sus buches repletos de residuos de plástico confundido con su alimento. En el Pacífico Norte gira el remolino de basura más grande que se ha detectado, una nata más grande que el territorio colombiano, una gigantesca masa de densas partículas de basura concentrada por acción de las corrientes y las mareas. Cada tanto tiempo los científicos detectan nuevas islas de basura, en el océano Pacífico como en el Atlántico, y nos confrontan con la evidencia de que la tierra no aguanta más basura porque los humanos somos ineptos para controlar la producción de nuestros desechos no orgánicos.

“Pienso en el océano como un caldo líquido que se fue espesando, y que ahora tiene pedacitos”, dice el oceanógrafo Charles Moore, descubridor y denunciante de islas de basura. Nadie ha logrado dar un parte de victoria en la lucha contra la basura, a lo sumo nos damos palmaditas en el hombro por no usar pitillos y cargar nuestras propias bolsas para la compra en el supermercado.

Así como con el paso de los siglos aumentó la producción per cápita de basuras, a fuerza de lidiar con pestes y plagas que arrasaron con pueblos enteros, los humanos aprendimos la importancia de vivir aislados de la basura como primera medida de salubridad, el mínimo básico para garantizar la supervivencia en los asentamientos humanos. Tememos a la basura en nuestro entorno porque es invasiva y peligrosa, porque atrae insectos y roedores que transmiten enfermedades. Nadie, absolutamente nadie, quiere ver un reguero de basura en su andén ni en su calle, de ahí la importancia de la regularidad en la recolección de basuras y la correcta disposición de las mismas en rellenos sanitarios, temas de los que ni nos enteramos porque creemos que nuestros desperdicios desaparecen como por arte de magia cuando se llevan las bolsas en el carro recolector.

La cuestión de las basuras es tan poderosa que pone a tambalear alcaldes. Con el argumento del riesgo en el que había puesto la salubridad de la ciudad, Gustavo Petro fue señalado, demandado y casi tumbado por cuenta de los 3 días sin recolección de basuras en la transición que siguió a la no prórroga del contrato a los operadores privados de la recolección, en 2012. En aquel entonces llovieron rayos y centellas desde los medios en contra de la decisión de cambiar el esquema de basuras para darle la operación al distrito e incluir a los recicladores en el proceso.

Ahora, Enrique Peñalosa revierte el proceso para adjudicar de nuevo la recolección de basuras a empresas privadas y desde hace 5 días las calles están llenas de desperdicios porque no hay recolección en la mitad de los barrios de Bogotá; el alcalde pide a la ciudadanía paciencia porque sabe que la crisis puede durar dos semanas más, sin embargo no se escuchan ni la mitad de los indignados que llenaban la radio y las redes hace 6 años.

Como si las ratas y otras plagas fueran distintas según la administración. Pensándolo bien, tal vez sí es así.

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