OPINIÓN
Los otros “falsos positivos” que llevaron a Uribe al poder
El objetivo es producir miedo porque este nos limita la libertad, nos sumerge en el caos y dispara las crisis. Y ante una crisis siempre aparecerá un salvador.
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Ahora que las avispas regresan al panal, dejando atrás sus ponzoñosos aguijones, una extraña mano lo sacude para desatar la furia. Todas las hipótesis entran en este abanico teórico del artefacto que hizo explosión en el Centro Comercial Andino: desde las que apuntan al ELN, dedicado hace rato a sabotear el proceso de paz con las Farc en compañía de la derecha recalcitrante colombiana, pasando por ese saldo violento que representan los “paras” que nunca se desarmaron y vendieron sus servicios a los jefes narcos, hasta llegar al mediático “Clan del Golfo” y a esa otra estructura criminal e intimidatoria de los Rastrojos
A estas se suman otras estructuras, quizá menos mediáticas pero igualmente poderosas a la hora de producir daños, como son los Urabeños. Nada está descartado a pesar de que las primeras pesquisas de las autoridades señalan al denominado Movimiento Revolucionario del Pueblo (M.R.P), un grupo extremista urbano del cual se conoce muy poco, conformado por estudiantes de las universidades públicas bogotanas, según una nota de la revista SEMANA (06/18/2017).
Ninguna hipótesis puede descartarse porque en la historia política y de orden público del país los “falsos positivos” se remontan al 9 de abril de 1948, cuando Juan Roa Sierra fue señalado de ser un “lobo solitario” que disparó contra la humanidad del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán. Nada más falso, por supuesto (ni lobo ni solitario), pero los medios de comunicación de entonces vendieron la información de esa manera, haciéndole eco a la voz oficial, representada por una godarria que señalaba al político liberal de “comunista”, un término que, en el panorama del libre mercado, es como el “coco” de los niños en una noche en que el fluido eléctrico deja de funcionar.
Esta estrategia ha sido utilizada hasta por la delincuencia común, que en nombre de organizaciones guerrilleras han secuestrado, extorsionado y asesinado a cientos de colombianos. El objetivo, claro está, es producir miedo porque este nos limita la libertad, nos sumerge en el caos y dispara las crisis. Y las crisis políticas casi siempre traen consigo a los maestros de la demagogia, que intentarán a toda costa influir en la voluntad de las masas para así alcanzar sus oscuros propósitos.
Esos “falsos positivos” han buscado siempre tres objetivo: uno, torcer la balanza de la opinión pública ante un hecho grave de carácter político, orden público o judicial. Dos, distraer a los ciudadanos de los problemas reales que los afectan y, tres, apuntar el vector del delito hacia un desalmado para que la sociedad lo satanice. Lo anterior pasó con el asesinato de Luis Carlos Galán, donde todo estaba libreteado, hasta el chivo expiatorio. Pasó con Álvaro Gómez Hurtado, asesinado, según el exembajador estadounidense Myles Frechette, por un grupo de militares que buscaba darle un golpe de Estado al entonces presidente Ernesto Samper, y del cual fue informado el líder conservador pero del que se negó a ser parte porque rompía violentamente el hilo constitucional.
Intentar ganar réditos políticos en un momento de crisis es una teoría que supera las tesis del gran filósofo y político italiano Nicolás de Maquiavelo. En el 2006, mientras el debate por la modificación del “articulito” constitucional que daría vía libre a la reelección presidencial estaba candente, un carrobomba hizo explosión en el barrio Gaitán de Bogotá y no muy lejos de allí los antiexplosivos de la Policía desactivaron otros. Lo anterior creó esa sensación de pánico entre las ciudadanía, hasta el extremo de que muchos llegaron a pensar que las Farc estaban a punto de tomarse el poder. En el trascurso de quince días las autoridades bogotanas evitaron la explosión de siete carros atiborrados de explosivos. Para los medios y las autoridades todo apuntaba hacia las Farc. Según la Fiscalía, con estos se buscaba atentar contra el Presidente de los colombianos. Pero nada encajaba con la manera como esta agrupación subversiva llevaba a cabo sus atentados. Los rastros y huellas, por el contrario, apuntaban hacia otro lado: hacia un cuadro de oficiales del Ejércitos Nacional y varios suboficiales que planificaron y ejecutaron unos de los “falsos positivos” más recordados de las Fuerzas Militares.
Cuatro años antes, el 15 de abril de 2002, un poco después de la 3.00 de la tarde, un bus hizo explosión en el centro de capital del Atlántico mientras pasaba la caravana del candidato presidencial Uribe Vélez. El político resultó ileso, pero tres personas que a esa hora caminaban por la calle murieron y más de una docena resultó herida. Esto disparó la popularidad del futuro presidente y las Farc fueron señaladas por enésima vez de ser los autores del atentado. En los días siguientes, el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) desmanteló varios planes con explosivos que buscaban acabar con la vida de Uribe. El 15 de julio de 2005, en Puerto Colombia, Atlántico, un escuadrón de policías y agentes de esta agencia de seguridad dio con un lote de explosivos ubicados en el techo de una casa que sería activado durante una visita del Presidente de la República a este municipio de la Costa Atlántica. Sin embargo, en el trascurso de varios años de investigaciones la Fiscalía logró descubrir que estos dos atentados contra el político antioqueño hacia parte de un montaje organizado, y puesto en marchas, por varios agentes de ese organismo que involucraba incluso a su director regional y cuyo fin era ganar puntos ante el jefe de Estado y asegurarse así la continuidad en la institución, como lo corroboraría meses después en declaraciones para el ente acusador Rafael García Torres, exjefe de informática de ese organismo.
La derecha del mundo es experta en crear conflictos para luego intentar buscarles soluciones, expresó recientemente el neurobiólogo y científico noruego Gernot Ernst. Para esto se inventa un abanico colorido de enemigos, logrando de esta manera instaurar el miedo en el corazón de la sociedad. Una vez logrado este objetivo, es decir, haberle dado vida a la enfermedad, busca desesperadamente dar con el antídoto. Las nuevas enfermedades sociales creadas por la derecha colombiana se llaman “castrochavismo”, “venezolanizar al país”, “entregarle las instituciones a los terroristas de las Farc”, “ideología de género”, “persecución política” e “impunidad a los terroristas”.
La “posverdad” no se la inventaron, pero la reverencian como suya. Eso de ir por el mundo diciendo que Colombia en manos del actual gobierno es un Estado fallido, es lo que en psicología se denomina “proyección”. Es decir, atribuirle a otra persona nuestros propios defectos. Esa “proyección negativa” es producto de un conflicto emocional interno que surge ante una posible amenaza. El psicópata, por supuesto, siempre negará su psicopatía. En el caso del jefe natural del Centro Democrático, esa amenaza está representada en la puesta en marcha de la JEP, un mecanismo de justicia al que, sin duda, le teme profundamente porque lo dejará sin máscara y pondrá al descubierto los secretos (no tan secretos) de la célebre masacre de El Aro, el magnicidio del exalcalde de El Roble, que permitió desvelar toda la podredumbre administrativa y política de Sucre, y la verdadera historia de un puñado de seguidores de Jesucristo --entre los que se encuentra su hermano Santiago-- inscrito en la biblia sagrada del paramilitarismo como “Los 12 apóstoles”.
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