Home

Opinión

Artículo

OPINIÓN

¿Cuál guerra sucia?

Ni de Santos ni de su campaña ha salido una sola mentira o una calumnia contra ningún candidato.

Semana
15 de mayo de 2010

No existe guerra sucia en la actual campaña presidencial. Ni entre los candidatos, ni oficialmente en las campañas se ha recurrido hasta ahora a los procedimientos propios de la guerra sucia. El único amago de esto proviene de los activistas de casi todas las campañas y de quienes le están asignando, injusta y gratuitamente, a un candidato la supuesta intención de querer recurrir a la guerra sucia en lo que resta de la campaña.

En efecto, la guerra sucia se puede definir como la utilización de mentiras y calumnias para desacreditar a los rivales, presentarlos como indignos de confianza y como opciones poco seguras, con el fin de aumentar la propia estatura y mejorar las posibilidades de éxito electoral, a expensas del crédito de los oponentes. En la lucha por el éxito electoral, tener una buena reputación es definitivo. La guerra sucia busca obtener los beneficios derivados de los perjuicios ocasionados a la reputación del adversario, de la forma más rápida y completa posible, mediante la utilización sistemática y deliberada de mentiras y calumnias.

Pero el aprovechamiento de los errores presentes y pasados de un rival no es guerra sucia. Recuerdo que durante la campaña a la alcaldía de Bogotá en 2007 el Polo injustamente acusó a Enrique Peñalosa de utilizar recursos propios de la guerra sucia contra su opositor, Samuel Moreno, cuando en desarrollo del debate electoral el primero trajo a colación unas viejas declaraciones de este último en las que defendía la dictadura del general Rojas Pinilla, justificaba históricamente la lucha armada y cuestionaba la legitimidad del Ejército Nacional. Esto no puede tomarse como guerra sucia. Cuando un político busca el favor electoral, se expone a que legítimamente se le indaguen sus dichos y sus hechos, presentes y pasados, y por todos ellos debe responder. También en ese momento se acusó a Peñalosa de haber contratado a un asesor gringo, Alex Castellanos, dizque experto en difamación, para hacerle guerra sucia a su adversario. Esto nunca ocurrió. Guerra sucia fue haberle endilgado falsamente a Peñalosa esas intenciones.

Igual le está ocurriendo a Santos en esta campaña. Le endilgan intenciones que ha demostrado no tener. Ni de él ni de su campaña ha salido una sola mentira o una calumnia contra ningún candidato. Pero haber anunciado que el polémico JJ Rendón sería asesor de su campaña constituyó para muchos de sus malquerientes la prueba plena y suficiente de que tenía intenciones de hacerlo. Aunque no haya ni un solo hecho que lo demuestre. No conozco al señor Rendón, ni me interesa defenderlo, pero cualquiera puede confirmar que ha contribuido a ganar elecciones limpiamente: por ejemplo, en Colombia ayudó al limpio y exitoso debut del partido de la U en 2006, y también contribuyó al pulcro triunfo en 2009 del presidente Lobo en Honduras, en una de las elecciones más concurridas e inobjetables de ese país. Pero ahora aquí no mereció siquiera el beneficio de la duda, y a Santos se le condenó anticipadamente por guerra sucia, sin una sola prueba. Al parecer, más de un periodista encontró servida la ocasión para sacarse el clavo con Rendón, en vista de las demandas que este les tiene por injuria en algunos tribunales.

Tampoco se puede afirmar que los otros candidatos en disputa hayan utilizado guerra sucia contra sus rivales. Ni que las campañas tengan la responsabilidad de ciertas vallas publicitarias colocadas por activistas espontáneos en alguna ciudad, que ridiculizaban a uno u otro candidato, y que fueron arbitrariamente retiradas por el Consejo Nacional Electoral, en un acto de censura ajeno a los principios democráticos. Tampoco las campañas tienen responsabilidad sobre los insultos y bromas, de buen y mal gusto, producidas también por activistas incontrolables que pululan en Internet , pero hasta donde la censura de dicho Consejo no ha logrado llegar, afortunadamente.

Por el contrario, para satisfacción de todos, la cortesía y el buen trato entre las personas que nos caracterizan a los colombianos, y que se les antoja excesivo a muchos extranjeros, se sigue proyectando hacia las campañas presidenciales. Tanto que el debate directo, ideológico y programático, entre los candidatos a veces se resiente, se elude o no se profundiza por el temor de cada uno de ellos a parecer ante el público demasiado agresivo o descortés. ¿Cuál guerra sucia entre los candidatos? Aquí lo que hay es exceso de galantería.

Noticias Destacadas