Home

Opinión

Artículo

ANÁLISIS

Cuando los paras mandaban

Las masacres de El Aro y El Nilo muestran el inmenso poderío que llegaron a tener estas bandas criminales en el país.

Armando Neira, Armando Neira
4 de febrero de 2015

Este miércoles son noticias dos hechos ocurridos muchos años atrás. Las masacres de El Aro, en Antioquia, y El Nilo, en Cauca. La primera, por la orden de la Sala de Justicia y Paz del Tribunal Superior de Medellín que ordenó investigar al entonces mandatario departamental, Álvaro Uribe Vélez, por la supuesta presencia durante la acción un helicóptero de la Gobernación de Antioquia. Y la segunda por la entrega del general (r) de la Policía Fabio Castañeda, acusado de haber participado en el ataque armado. Ambos han reclamado su inocencia.

Los casos, sin embargo, sirven para mostrar el inmenso poderío que en Colombia llegaron a tener los paramilitares. En un tiempo estas bandas criminales actuaban por toda la geografía nacional.

“Esta es una herramienta para mirar en detalle los ríos, las carreteras, todos los caminos que llegan a cualquier pueblo del país”, nos dijeron a los periodistas que estuvimos en Santa Fe Ralito durante el proceso de desmovilización los comandantes de las Autodefensas Unidas de Colombia. Era algo así como una versión avanzada del programa Google Earth. “Donde ponemos el dedo, allá llegamos”, decían.

No lo hacían por ufanarse sino para explicar sus actividades. A ellos, sin embargo, en ese momento les molestaba que muchos los señalaran con el dedo acusador cuando en realidad formaban parte de una vasta estructura en la que estaban inmersos muchos sectores de la sociedad. El portal Verdad Abierta, que entre otras cosas busca precisamente reconstruir la memoria de aquellos años de dolor, relata lo ocurrido en El Aro y en El Nilo. Y al enumerar los detalles de sus informes es inevitable preguntarse por qué. La respuesta más breve es la tierra. Poseer la tierra, bien fuera como centro de producción o un punto estratégico para avanzar militarmente.

Pero ¿cómo? Aquí ya todo es más complejo. El abogado y defensor de derechos humanos Jesús María Valle Jaramillo, oriundo del municipio de Ituango, denunció en 1996 que allá, en el corregimiento El Aro, iba a pasar algo muy malo. Y un año después ocurrió. Durante cuatro días hubo un ataque en el que los paramilitares torturaron y mataron a por lo menos 15 personas, además, quemaron el caserío, se robaron el ganado y a los sobrevivientes les ordenaron abandonar el pueblo de inmediato. Dadas las condiciones topográficas, los hombres de las AUC debieron recibir apoyo, pues se les estaban agotando las municiones y pertrechos de guerra. Entonces a la zona llegaron helicópteros. ¿Cuántos? Según el exjefe paramilitar Salvatore Mancuso, él mismo, en su helicóptero, participó en los hechos. Pero aclara: “No fueron dos helicópteros en el área, como dicen, hubo cuatro helicópteros”, precisó ante fiscales de la Unidad de Justicia y Paz en enero del 2007. Pero ¿por qué tanta sevicia? “Fue una operación militar antisubversiva, contra integrantes de la guerrilla en zonas estratégicas para esconder secuestrados y ganado hurtado”, argumentó Mancuso.

Según su explicación, se trataba de atacar las posiciones de las FARC en esa agreste región y controlar uno de sus corredores estratégicos, que conducía al parque nacional Nudo de Paramillo. Verdad Abierta anota, no obstante, que los sobrevivientes de las víctimas han negado esas acusaciones y ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos se defendieron alegando que sus muertos eran “gente honesta y trabajadora, que no tenía vínculo ni con la guerrilla ni con los paramilitares. Eran finqueros”.

Lo cierto es que la orden fue dada por Carlos Castaño y de alguna u otra manera participaron miembros de la Policía, el Ejército, ganaderos, hacendados, entre otros. El hermano mayor de Carlos, Fidel, conocido como ‘Rambo’, había hecho uso de un poder similar años atrás, en 1991, para ejecutar la masacre de El Nilo. Con la complicidad de agentes del Estado y de ganaderos de la región, los paramilitares fueron hasta allá y masacraron a 21 indígenas de la etnia Nasa.

Dos hombres viajaron desde Caloto, Cauca, hasta Cereté, Córdoba, y tras pedir audiencia con Fidel le explicaron que eran víctimas de la invasión y que fuera a poner orden allá. Este asintió. Los indígenas fueron sorprendidos en la hacienda El Nilo, ubicada en el corregimiento El Palo, por un “número no determinado de individuos que portaban armas de uso privativo de las Fuerzas Armadas, que llegó intempestivamente al lugar y tras reunir a los miembros de la comunidad y prenderles fuego a los ranchos que habitaban, obligó a las víctimas a tenderse bocabajo en el suelo donde las ejecutaron”, dicen los expedientes.

En su momento por ninguna de las dos masacres hubo una reacción nacional de indignación. La muerte se paseaba por valles y montañas y dejaba ríos de sangre ante la indiferencia de muchos, hasta la prensa miraba para otro lado. Un investigador social explica la apatía: Eran tantas las masacres y el número de muertos tan alto, que entraron a formar parte de la rutina informativa. La gente ya no diferenciaba siquiera dónde había ocurrido el nuevo ataque. Para el público urbano apenas eran nombres preciosos y lejanos: Pueblo Bello, Segovia, Puerto Libertador, Tarazá, Remolinos, Ovejas, Los Chorros, Toribío, Puerres, Chengue, entre otros.

Semejante expansión militar se hizo con un inmenso poder político y un músculo financiero detrás. Eso lo sabía bien Valle Jaramillo. Era de las pocas voces que en esos años tremendos denunciaba lo que ocurría. Se llevó, sin embargo, sus verdades a la tumba porque también los paramilitares lo mataron.

*Director de Semana.com
Twittter: @armandoneira

Noticias Destacadas

Luis Carlos Vélez Columna Semana

La vaca

Luis Carlos Vélez