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La donación de Botero es, sin duda, un acontecimiento de primera importancia para Colombia. Pero el Ministerio de Cultura no estaba ahí

Antonio Caballero
12 de junio de 2000

Hace tres o cuatro años, cuando se empeñaron en crear el Ministerio de Cultura, muchos opinamos que sería inútil y dañino: un simple criadero de funcionarios públicos. Como esos proyectos de lagos que emprenden a veces los alcaldes de los pueblos, asegurando que tendrán truchas y patos y ayudarán a mejorar la dieta alimenticia de los niños y crearán puestos de trabajo y serán un atractivo turístico —habrá veleros, asegura el alcalde; se podrá esquiar—, pero que después, en la práctica, sólo dan zancudos. Se nos tachó de negativistas y de enemigos de la cultura, que es, como todos sabemos, tan importante. Se creó el Ministerio, y ahí está, criando plaga.

Un ejemplo: lo de Botero.

El pintor Fernando Botero le regala al Estado colombiano (tomando ciertas precauciones para que el presidente de turno no se lleve los cuadros para colgarlos en la casa privada) una colección de pintura moderna de la cual no hay parangón en el país. Un centenar de obras, desde los impresionistas franceses hasta Miguel Barceló, pasando por Picasso y Francis Bacon, y con el añadido de un buen montón de pinturas y esculturas del propio Botero. Pintura moderna: algo que no existe en Colombia, donde si por algún azar algún rico ha comprado algún cuadro lo tiene guardado en Nueva York o en Miami. Una colección impresionante, no sólo por su precio de mercado —aunque eso sea lo único que impresiona entre nosotros: nuestro único baremo cultural—, sino por su potencial valor didáctico. Pues servirá para que los niños con intereses artísticos puedan ver una pintura al natural, y no sólo en reproducciones. Botero mismo se ha lamentado de que a él, en su infancia en Medellín, el arte le tocó únicamente en fotos en blanco y negro.

La donación de Botero es, sin duda, un acontecimiento cultural de primera importancia para Colombia. Empezando por el hecho de que es una donación, que es cosa tan contraria a la tradición cultural colombiana: porque, como es sabido, los colombianos preferimos robar a regalar.

Pero mientras este acontecimiento cultural de primera importancia sucedía, el Ministerio de Cultura no estaba ahí.

No digo que no vaya a estar ahí para la foto, cuando lleguen los cuadros, estará, estará en pleno, con el Ministro a la cabeza. Digo que no estaba ahí cuando hubiera servido de algo, facilitándole las cosas a la generosidad de Fernando Botero. No estaba ahí cuando los funcionarios de otros ministerios trataron de que Botero, además de donar los cuadros, pagara por donarlos. (Pues también eso es característico de nuestra cultura de extorsión y raponeo: el pianista que viene a dar un concierto en el Colón tiene que regalar otro en la Media Torta, el torero que se presenta en la Santamaría tiene que torear encima, sin cobrar, en la Corrida del Toro (que debería llamarse ‘del Empresario’), el secuestrado que paga rescate tiene que pagar por añadidura vacuna para que no lo vuelvan a secuestrar, y una contribución voluntaria a las autodefensas). Y tampoco estaba ahí el Ministerio para ocuparse de los fletes. En vista de que Botero no los costeaba también de su bolsillo, hubo que hacer una colecta pública para pagarlos.

Y no es que no haya fondos para la cultura. El mismo día en que los periódicos daban la noticia de la colecta organizada para traer lo de Botero, publicaban también otra informando que la primera dama Nohra de Pastrana había viajado a París acompañada por un montón de funcionarios —entre ellos el Ministro de Cultura, que desde que asumió el cargo se está culturizando como loco en viajes por todo el mundo— para inaugurar una muestra de oro precolombino en el Grand Palais. Uno de los primeros visitantes, dicen los periódicos, fue... ¡tan tata taaan! ...Julio Mario Santo Domingo.

Ya sabemos que él no vive en Colombia, sí. Pero ¿de verdad se justifica la existencia del Ministerio de Cultura para que Julio Mario vea oro precolombino en Paris?

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