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El déspota

Rectificar es algo que no admite el ego de Gustavo Petro. Esa actitud ha marcado su administración. Él vive en la desconfianza hacia los insumisos.

Daniel Coronell, Revista Semana, Daniel Coronell
1 de agosto de 2015

Es justo reconocerlo. Gustavo Petro ha sido uno de los mejores senadores que ha tenido Colombia. Su tarea de control político permitió que el país conociera las alianzas entre grupos criminales y barones electorales. Sus debates eran serios y contundentes, siempre documentados. Con entereza afrontó las descalificaciones que seguían a cada una de sus denuncias. Mostró valor a la hora de afrontar señalamientos injustos y persecuciones.

Tristemente a los gitanos no les gusta que les lean la mano.

Cada vez que su administración es cuestionada, el ahora alcalde Gustavo Petro reacciona con mucha furia y pocas respuestas. Como si no le reconociera a los demás el derecho al escrutinio que él ejerció en otra época.

Sucedió cuando salieron a flote los negocios de construcción de Juan Carlos Alcocer y María Teresa Alcocer, cuñados del alcalde, hermanos de su esposa Verónica. El alcalde arremetió contra los periodistas que hicieron pública la celeridad de las licencias y el posible conflicto de intereses de Petro.

Semanas después decidió declararse impedido para el tema pero ya había sometido al escarnio a quienes se atrevieron a hablar, secundado por un ejército de troles, algunos falsos y otros verdaderos, algunos gratuitos y otros recompensados con contratos del Distrito.

Hace unos días el equipo de investigación del diario El Espectador reveló que el alcalde está empeñado en continuar un convenio multimillonario entre el Fondo de Vigilancia y la ETB, para el funcionamiento de la línea de emergencia 123, en contra de la recomendación de funcionarios que han manejado el tema y de expertos contratados por la propia administración.

Sobre la inconveniencia de continuar el convenio interadministrativo se manifestaron la oficina jurídica, la oficina de planeación y la subdirección administrativa y financiera del Fondo de Vigilancia. Al alcalde no le importó.

Cuando el gerente del fondo, Fernando Arbeláez, expresó que no consideraba conveniente continuar el controvertido convenio, lo invitaron a renunciar.

Un equipo asesor de la Secretaría General de la Alcaldía de Bogotá, compuesto por tres expertos, señaló numerosas irregularidades en el acuerdo. Incluso invitó a que esas irregularidades fueran puestas en conocimiento de los organismos de investigación del Estado. El alcalde tampoco oyó.

Las declaraciones de Petro solo han estado orientadas a esquivar lo sustancial y a arrojar mantos de duda sobre los funcionarios que su administración nombró y que ahora disienten de él. También a cuestionar a los periodistas que han adelantado la investigación.

Al parecer el señor alcalde no soporta que le digan no, menos aún que investiguen sus decisiones. Le gustan los funcionarios que cumplen órdenes sin alegar, los asesores siempre y cuando ratifiquen lo que él piensa de antemano sobre los temas y únicamente los periodistas que repiten la propaganda de la ‘Bogotá humana’.

Rectificar es algo que no admite el ego de Gustavo Petro. Esa actitud soberbia ha marcado su administración. Él vive en la desconfianza hacia los insumisos. Como buen paranoico asume que todas las críticas vienen del enemigo. Le gusta refugiarse en grupos pequeños de incondicionales y hacer purgas entre los desobedientes.

Muchos de quienes fueron sus amigos y colaboradores han chocado con su forma de ser y su incapacidad para oír.

Entre otros ejemplos están Fernando Rey, que fuera gerente de TransMilenio; Lucía del Pilar Bohórquez directora de la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos (Uaesp) y Carlos Alberto Montoya de la Empresa de Renovación Urbana (ERU).

Uno de sus mejores amigos era Daniel García-Peña. Participó en su campaña y fue uno de los primeros funcionarios de su administración. Cuando tuvo que irse se despidió con una frase elocuente: “Un déspota de izquierda, por ser de izquierda, no deja de ser déspota”.