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La historia de Mario

Cuando ya no pueda producir quedará en el abandono total porque sus circunstancias le impiden acceder a una pensión de invalidez. Mario puso en YouTube un video contando su historia.

Daniel Coronell, Daniel Coronell
20 de septiembre de 2014

Aprendió a caminar cuando ya había cumplido 7 años. La parálisis cerebral arrancó en el momento de su nacimiento cuando la matriz de su mamá se rompió y los médicos tuvieron que practicarle una cesárea de prisa para salvarlos a los dos. Esos segundos en los que el oxígeno no llegó a su cerebro marcaron su vida. Pronto fueron evidentes las limitaciones de movilidad del bebé. Mario Ernesto no podía agarrar, ni voltear la cabeza, ni sentarse, ni gatear. El diagnóstico era claro: “Artrosis generalizada con cuadriplegia”.

Había nacido en una familia de clase media en la que nada faltaba pero nada sobraba. Sus padres se privaron de muchas cosas para que Mario tuviera –dentro de lo posible– las mismas oportunidades de sus cinco hermanos.

Su rehabilitación empezó tan pronto como fue posible en la Asociación Proniño con Parálisis Cerebral (Propace). Al comienzo los progresos eran pequeños y lentos, pero los Camargo nunca se resignaron. Florángela, la mamá de Mario, lo llevaba en brazos cuando él no podía caminar a pesar de ser ya un niño grande y pesado, además, por los aparatos ortopédicos. Una dolorosa bursitis le quedó a la mamá como indeleble recuerdo de esos años.

El esfuerzo valió la pena. Contra muchos pronósticos, Mario aprendió a caminar a pesar de que su columna vertebral estaba llena de curvas. Andaba con enorme dificultad y se caía frecuentemente pero no se daba por vencido. Mientras daba unos pasos sus manos se movían involuntariamente. Aprendió a hablar aunque era difícil entenderlo porque no podía articular completamente las palabras, ni abrir la boca del todo, ni cerrarla por completo.

Su inteligencia, en cambio, y su capacidad cognitiva eran más que normales. Por eso sus padres pidieron que fuera aceptado en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario. Allí tuve la fortuna de conocerlo cuando los dos empezábamos la primaria.

Mario superó la crueldad de algunos niños. Empezó a asistir a las clases y a moverse en los recreos arrastrando sus botas ortopédicas. Casi todos llegaron a entender su particular forma de hablar y a descifrar sus letras rupestres. Se ganó el respeto de profesores y estudiantes, entre otras cosas,  por su extraordinaria habilidad para las matemáticas.

En primero de bachillerato un profesor aseguró que no podía evaluarlo porque no entendía lo que decía, ni lo que escribía. La solidaridad de profesores, estudiantes y padres, se hizo sentir y Mario pudo seguir estudiando. Se graduó con magníficas calificaciones, luciendo con orgullo el uniforme de gala de la Quinta de Mutis.

Ese fue la última vez que lo vi. La penúltima fue en un almuerzo de despedida de nuestra promoción. Recuerdo que Mario se cayó y se rompió la cabeza. No fue nada grave, pero la angustia de ese día la puedo sentir como si hubiera sido ayer.

Mario superó el exigente examen de admisión de la Universidad Nacional de Colombia y se graduó en Estadística rodeado de la admiración de condiscípulos y maestros. Después hizo estudios de posgrado y logró entrar por concurso –compitiendo con decenas de personas– a desempeñar un importante cargo en una entidad pública.

Pero no todo han sido buenas noticias para él. Su madre murió hace un tiempo y su papá, don Rafael, también murió hace cuatro años. 

La salud de Mario se ha ido deteriorando progresivamente por cuenta de las múltiples caídas que ha sufrido y de un envejecimiento prematuro que parece ser consecuencia de la parálisis cerebral. Su cerebro está perfecto, pero su cuerpo es el de una persona de más de 80 años a pesar de que apenas pasa los 50.

De acuerdo con las evaluaciones médicas su incapacidad es hoy del 69,2 por ciento y en algún momento no podrá valerse por sí mismo. 

Lo paradójico es que su ejemplar superación, que ha convertido su vida en un ejemplo, le puede salir muy cara. 

El Estado no quiere reconocerle el derecho a la sustitución de la pensión de su padre. Le niega los beneficios de ley, argumentando que Mario no dependía del papá porque ha sido capaz de estudiar, trabajar y tener un empleo.

Cuando ya no pueda producir quedará en el abandono total porque sus circunstancias le impiden –también– acceder a una pensión de invalidez. Mario puso en YouTube un video contando su historia.


Ojalá la vean quienes deciden su caso porque –hablemos claro, señores– Mario Ernesto Camargo Cortés jamás ha pedido que le regalen nada. 

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